Kandinsky. Museo Guggenheim

Abandoibarra, 2. Bilbao. Comisaria: Megan Fontanella. Patrocinada por la Fundación BBVA. Hasta el 23 de mayo

Muy pocos maestros del arte contemporáneo reciben tanta atención como Vasily Kandinsky (Moscú, 1866 - Neuilly-sur-Seine, 1944). Tal vez el interés por su abstracción lírica sea síntoma de la vuelta a la emoción y a la introversión. En menos de cinco años hemos asistido a una versión francesa, con más de un centenar de obras procedentes del Centre Pompidou de París (CentroCentro, Madrid, 2015). Otra reclamando su origen: Kandinsky y Rusia (Museo Ruso de San Petersburgo, Málaga, 2017). Y llega ahora a Bilbao una selección con más de sesenta obras de la Fundación Solomon R. Guggenheim, que actualmente atesora más de ciento cincuenta piezas.

Pero, ante todo, esta Fundación desde su inicio convirtió a Kandinsky en su seña de identidad. El primitivo Guggenheim, The Museum of Non-Objetive Painting (Museo de pintura no-objetiva), se inauguró en 1939 con la exposición Art of Tomorrow con 104 cuadros del pintor. Seis meses después de su fallecimiento, en 1945, este museo le rindió un homenaje póstumo, reuniendo todos los Kandinsky procedentes de colecciones públicas y privadas estadounidenses, que ocuparon tres plantas del edificio.

Pocos maestros han recibido la atención de Kandinsky, seña de identidad del Museo Guggenheim desde sus inicios

Esta nueva muestra en el Museo Guggenheim de Bilbao parte de una concepción geográfica, presentando a Kandinsky como un exiliado, primero de la Unión Soviética y después de la Alemania nazi, países a los que jamás conseguiría volver durante sus últimos doce años de vida en Francia. Estas experiencias fueron acentuando su individualismo frente a las diversas escenas y tendencias artísticas, con las que dialogó y a las que respondió, como puede apreciarse en esta exposición.

Siempre produce ternura conocer los primeros pasos de un artista. En la tercera planta del museo pueden contemplarse algunos pequeños paisajes sobre cartón y tabla de evidente impronta fauve y expresionista tras sus estudios en Múnich, que inició ya con treinta años. Estas piezas son fruto de sus viajes por Europa, que le llevarían a instalarse en París entre 1906 y 1907, donde se identifica como pintor ruso, a la vista de las nostálgicas y folclóricas xilografías.

De vuelta a Múnich encabeza ya, junto a Franz Marc, el grupo Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) y comienza a producir paisajes inundados de color, que desembocarán, con vibrantes ritmos, en el inicio de su abstracción. Surgen sus primeras Improvisaciones, que define en su decisivo De lo espiritual en el arte (1912) como “manifestaciones de acontecimientos de carácter espiritual interno”.

'Composición 8', 1923

Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial vuelve a Moscú, una etapa en la que Kandinsky iniciará su dedicación a la enseñanza y a la reforma de museos, con una producción menor pero posicionada frente al constructivismo y al suprematismo de Malevich. Esta postura es evidente tanto en la tela En el cuadrado negro (1923), realizada ya de vuelta en Alemania, donde el pintor ingresa como profesor en la Bauhaus. Y también en la obra capital Composición 8, junto al cuadrado, se afirman las otras dos figuras primarias: el triángulo y el círculo “la que más claramente apunta a la cuarta dimensión”, y convertido en “forma ilimitada” en su manual Punto y línea sobre el plano (1926). Un círculo que dará lugar a varias trayectorias artísticas en el posterior expresionismo abstracto norteamericano. Pero mientras Kandinsky coincide con su viejo amigo de Múnich Paul Klee en Weimar y Dessau, las representaciones de círculos flotantes nocturnos y diurnos se convierten en misivas de correspondencia y rivalidad entre los dos pintores, ambos tan interesados por las analogías de música y pintura. Tan próximos, que algunas pequeñas telas de esta época podrían ser atribuidas indistintamente. Todavía algunos cuadros posteriores de fondo oscuro delatan la añoranza del amigo.

A partir de 1933, ya en París, Kandinsky dialogará con el biomorfismo de Arp y Miró y también tenderá puentes con los surrealistas, pese a su oposición frontal contra el arte “no objetivo”, como puede comprobarse en los cuadros de la última sala de la muestra en los que incorpora amebas o escaleras suspendidas. Y con composiciones cada vez más ligeras y risueñas, por ejemplo, en el apabullante Curva dominante (1936), de dos metros. Pero también en los pequeños gouaches, algunos casi decorativos, de tonalidades pastel sobre cartón, dadas las limitaciones materiales durante la Segunda Guerra Mundial. Y a pesar de que la situación no podía ser más desfavorable. Entre 1936 y 1937 obras de Kandinsky fueron incluidas en la exposición Entartete Kunst (Arte degenerado) y decenas de sus cuadros fueron confiscados.

Por otra parte, como artista “alemán”, Kandinsky no podía entender la genealogía de la abstracción a partir del cubismo aceptada como dogma en la escena parisina, que el pintor consideraba válida sólo para el constructivismo. Una desclasificación preocupante. Incluso tras su muerte, la pintora Emmy Scheyer siguió representando a Kandinsky, junto a Jawlensky, Feininger y Klee, como “Los cuatro azules”. Apátridas.

@RocodelaVilla1