Pienso en viscosidad amarillenta y la primera imagen que me viene a la cabeza es la famosa silla de Joseph Beuys con esa cuña de grasa abocada a la putrefacción. No tiene mucho que ver con el sabor ni el olor de La miel, que da nombre a la serie y a la exposición de la galería Nogueras Blanchard de Madrid, pero sí con la textura y con el impulso de una época por incorporar materiales orgánicos a las obras de arte. Antoni Tàpies (Barcelona, 1923 - 2012), ya lo sabemos, fue uno de los grandes maestros, tiró de paja, mantas, tejidos arrugados, listones de madera y sillas, volcó la arena en el lienzo, lo craqueló. En los años ochenta empleó de manera recurrente el barniz sobre lienzos y papeles, creando con él veladuras, fluidos derrames y superposiciones de capas de consistente corporeidad.
Es ese uso del barniz del artista catalán el motor de esta muestra. Lo aplicaba como si fuera un emplaste, una sólida capa de caramelo que en cualquier momento se podía desprender. Lo rascaba, introducía letras –dibujadas o esgrafiadas, en el caso del único lienzo de la muestra, una suerte de colmena– esbozaba partes del cuerpo, pintaba con color negro.
Tàpies aplicaba el barniz como si fuera un emplaste, una sólida capa de caramelo que en cualquier momento se podía desprender
La tonalidad de la miel salta de los papeles al lienzo, brilla y nos devuelve los reflejos de la sala de la galería. Varias manchas quedan atrapadas, restos de tinta diluida, grumos de arena, letras del revés y del derecho, una cruz, varios pelos viudos que una brocha ha dejado a su paso… Ahí está en estado puro el proceso creativo del pintor, la cocina, y también su querencia por las filosofías orientales que “no excluyen nada”, decía. Y es que la fascinación del arte, subrayaba, es precisamente cuando este nos apela con su magia.
Tanto Beuys como Tàpies tienen algo de chamanes contemporáneos. Esa alquimia está presente en La miel, en el simbolismo que siempre se ha asociado en la historia del arte a la labor de las abejas y al producto fruto de su trabajo: “Siempre es consistente, pero es líquida y, con el paso de tiempo es sólida y, en ocasiones, cristaliza. El frío también la endurece, y el calor la derrite (…). Adopta formas distintas: más o menos opacas, más o menos traslúcidas, más o menos onduladas, lisas, rugosas, grumosas”, escribe Selina Blasco en el texto de la muestra.
Estas piezas sirven hoy de recuerdo de la Celebración de la miel, una exposición más amplia que comisarió Manuel Borja-Villel a comienzos de los noventa. Viajó al CAAM de las Palmas, a la Fundación Serralves de Oporto o la EXPO’92. La muestra de la galería es hoy un pequeño fragmento de aquel proyecto que fue. Un valor seguro en un momento de incertidumbre. Muchos no la recordábamos y encontrarse con Tàpies siempre es gratificante.