Es un artista total. Escribe, diseña, pinta, devora libros y exposiciones y hasta ha construido un edificio –la Cámara de Comercio de Gibraltar en Algeciras, que lleva su nombre–. Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) ha meditado, y mucho, sobre la naturaleza de la pintura. Estudió arquitectura –“aprobé solo lo que me gustaba, me atrae la invención arquitectónica pero no la construcción”– y prefirió volcar la “parte imaginativa” sobre el lienzo y el papel.
Premio Nacional de Artes Plásticas, en 1985, fue fundamental en la figuración madrileña de los 70. Desde entonces se han mantenido fiel a su personal estilo, no atiende a modas presentes ni pasadas aunque el Manierismo, confiesa, es una de sus debilidades. Lleva semanas en Madrid, alejado de su querida Tarifa, volcado en la preparación de “la temporada primavera-verano de pintura”, explica con un tono entre erudito e informal. Anda también atareado con el montaje de su próxima exposición en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid, El arte como laberinto, que inaugura el 18 de febrero, revisando la reedición de sus memorias –agotadas desde hace tiempo– y expectante ante la nueva colección de joyas “con zafiros y diamantes” que va a lanzar la firma Suárez inspirada en motivos de sus cuadros. Ya en su última muestra en el C3A de Córdoba había un buen despliegue de orfebrería de la que, subraya, le interesa el simbolismo que lleva asociado "según dónde se ubique".
El laberinto del artista
El concepto de lo sagrado, de lo trascendente, ha sido una constante en su obra, en la que combina elementos arquitectónicos, escenas de apariencia mitológica, bodegones y paisajes. Su última gran exposición fue la del CAAC de Sevilla en 2013, cuando donó la mayor parte de sus fondos (unas 1.000 obras entre pinturas, dibujos y acuarelas) al museo, de la que podremos ver una selección en septiembre en el Museo Patio Herreriano de Valladolid. Antes de eso, el artista nos invita a elegir nuestro propio camino en el montaje laberíntico que ha diseñado junto al comisario Óscar Alonso Molina en Alcalá 31. El hilo conductor es el diálogo formal de las obras, en el que se ha huido de los “cuadros de historia” y de la cronología.
“Se me ha achacado que soy un artista kitsch pero no me importa que mis cuadros sean chocantes”
Pregunta. Toma prestado para la exposición el título del ensayo de René Hocke sobre el Manierismo, ¿de qué manera le ha marcado?
Respuesta. Ha influido muchísimo en mi vida y en mi obra. El Manierismo es un momento cumbre de la pintura, un arte muy conceptual, con muchas ideas. Aunque nunca haya tenido la misma aceptación que el Renacimiento o el Barroco, hay algunos artistas de este periodo que me apasionan. Pontormo, por ejemplo, se anticipó al Desnudo bajando por una escalera de Duchamp, con un desnudo masculino en el que están superpuestos todos los movimientos. El uso que hacía del dibujo y del color es muy especial, conseguía una gradación entre el cuerpo y la vestimenta que transformaba esta última en una segunda piel. En la serie de la Historia de José, en la National Gallery de Londres, contrapone curvas y rectas, introduce una escalera de caracol, personajes en lo alto de una columna…
P. Por un momento me ha parecido que estaba describiendo una de sus obras.
R. Pontormo y la imagen de la escalera de caracol se quedaron grabados en mi cerebro. Llegué incluso a escribir un texto en el que contaba la evolución personal de un artista con una escalera de caracol que siempre estaba en el mismo lugar pero cada vez adquiría mayor altura y perspectiva. Otro de mis cuadros conceptualmente manierista es Escena. Personajes a la salida de un concierto de rock (1979), que está en la colección del Reina Sofía, por todas esas posturas imposibles, situaciones raras y luces contrapicadas.
En el montaje de Alcalá 31 todo está calculado al milímetro con el mismo sistema de proporciones que Villalta aplica en los estudios de sus pinturas. “Es un método muy práctico que ya utilizaban los egipcios y los griegos en la Antigüedad, que se basa en el teorema de Tales. Cuando hago el boceto de un cuadro lo primero que decido es el tamaño y la forma que va a tener. Dibujo sabiendo que todas las líneas están en la misma proporción. Parece que soy muy fantasioso pero en realidad no improviso nada en el lienzo.
P. Su paleta se ha ido apagando con el tiempo, ¿de dónde vienen estas tonalidades terrosas?
R. Soy muy maniático con el color, que es la antítesis del “colorinchi”. En estos años no es que se haya apagado mi paleta sino que los colores no son puros, son mezclas. Con el tiempo la estética se ha refinado del mismo modo que cada vez soy más exigente con el sistema de proporciones geométricas. Mis cuadros pueden llegar a parecer monocromos pero no lo son.
“Mondrian y Barnett Newman tienen lo que llamo clasicidad, lo que permanece en el arte a lo largo del tiempo”
P. Queda claro en La excavación (2020), uno de los lienzos más recientes que vemos en esta exposición.
R. Habla de algo que me fascina: los espacios inútiles. Aunque parezcan ruinas son construcciones que no tienen una utilidad práctica. Tengo ahora un proyecto en la Isla de las Palomas, que es el punto más al sur de la Península, frente a Tarifa, donde quiero crear un lugar para estar, sentir y dejar pasar el tiempo. Hacer de la isla un espacio sagrado.
Un Kandinsky final
P. En su obra la ciudad y la arquitectura han tenido siempre un peso importante, ¿le ha marcado lo que hemos vivido en este último año?
R. Quizá sí. La excavación está pintada a principios del año pasado y es una de las obras más penumbrosas que he hecho nunca. Estos meses, como no tenía otro entretenimiento, he trabajado como un descosido y muchas ideas han ido evolucionando. Noto un cambio importante, sigue muy presente el concepto de la geometría pero las perspectivas pueden fugar hacia cualquier punto de la composición, algo así como el Kandisnky del final.
P. Esta exposición recoge cuatro décadas de su trabajo. ¿Qué intereses se han mantenido a lo largo de estos años?
R. Fundamentalmente la libertad absoluta de pensamiento creativo. El no caer en modas. Se me ha achacado que soy kitsch, hortera, y no me importa. No me da miedo que mis cuadros sean chocantes. He pasado de obras sobrias a barrocas y hasta tuve una época rococó. Hacía paisajes chinescos que eran un disparate, recurría a un falso orientalismo, era invención pura. A mí lo que me falta es tiempo, tengo 72 años y empiezo a cansarme, pero ideas, me sobran.
Villalta ha huido siempre de la clasificación de pintor figurativo. “Significa que tienes que pintar figuras, realismo y yo detesto copiar la realidad. ¿Para qué hacerlo si ya existe? Me gusta lo imaginativo, la invención, hacer figuras que no tengan que ser anatómicamente perfectas. Lo que yo llamo clasicidad, que no clasicismo, que es lo que permanece en el arte a lo largo del tiempo. Es algo sereno, bello, claro. Es lo esencial. Mondrian y Barnett Newman tienen esa clasicidad”.
En Artistas en una terraza o Conversaciones sobre un nuevo arte Mediterráneo (1976) veíamos ya muchos elementos típicamente villaltanos: su interés por la arquitectura, el mar, las referencias a bodegones y hasta un laberinto… Aparecen tres amigos –los artistas Herminio Molero, Chema Cobo y, en otro plano, el propio Pérez Villalta mirando al horizonte. “No representa ningún lugar concreto –aclara– sino que hace un guiño a una inquietud compartida: la necesidad de reivindicar el arte mediterráneo de los años 50 frente al dominio del arte anglosajón”. Ese espíritu –apunta el artista– que veíamos en la exposición Imaginando la casa mediterránea. Italia y España en los años 50, en la Fundación ICO de Madrid. Y añade: “Creo profundamente en el lado benefactor de la belleza para el ser humano, para alimentar nuestro placer”.
“La gran labor del arte es hacer la vida más bella, más llevadera. por eso soy tan reacio al expresionismo”
P. ¿Cómo definiría ese concepto de belleza?
R. Es un placer muy intenso. Siempre lo uno a la sensación que transmite el Éxtasis de Santa Teresa de Bernini. Para mí la belleza es algo que te llena todo el cuerpo. Es más que un orgasmo. Últimamente he leído sobre cómo el hecho artístico fue uno de los motores fundamentales en la evolución del homo sapiens. El Neolítico se diferencia del Paleolítico en que las formas de los útiles de caza se hacen bonitas. El arte empieza en el momento en el que las necesidades vitales están cubiertas y la energía se puede canalizar de otra manera. El aburrimiento ayuda.
La endorfina de la mente
P. ¿Y cuál sería entonces la misión fundamental del arte?
R. El arte es la endorfina de la mente. Su gran labor es hacer la vida más bella, más llevadera. Es por eso por lo que soy tan reacio al expresionismo, al dolor, al drama. Puedo admirar mucho a Goya pero el cuadro de Saturno devorando a su hijo me produce una inquietud profunda. Yo siempre he sido de positivar las cosas. De ir hacia la luz.
P. ¿Qué nos podríamos encontrar en su museo imaginario?
R. Es curioso porque tengo problemas de insomnio y este es el juego que hago para conciliar el sueño: imagino un museo con pabellones temáticos. No son solo de pintura, también de artes aplicadas. Mi museo favorito en el mundo es el Victoria & Albert de Londres.