Hace un par de años Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, le hizo una propuesta a Alberto Reguera: que escogiera una pieza de la colección a partir de la que crear una serie de obras para ser expuesta en la pinacoteca. A Reguera, que ha recorrido muchas veces sus salas, le atraía especialmente la riqueza cromática de la colección de pintura holandesa. “Me impresionaron las salas donde se ven varias vertientes, desde Frans Hals hasta el paisaje”, cuenta. Finalmente se decantó por Claro de luna con un camino bordeando un canal, una pintura de pequeño formato del pintor holandés Aert van der Neer (Ámsterdam, 1603-1677). Se centró en el cielo y sus nubes para embarcarse en una aventura a través de la que ha creado 21 pinturas aunque son 10 las que forman parte de Alberto Reguera. Homenaje a Aert van der Neer, muestra que se podrá ver hasta el próximo 9 de mayo.
“Me atrajo esta obra porque la tabla está enmarcada en un marco que hacía que el paisaje nocturno tuviera un aspecto tridimensional. Ahí veía una sintonía formal con mis pinturas, que se estiran por los lados del cuadro”, explica Reguera. Entre las características propias de la pintura holandesa de paisaje del siglo XVII nos encontramos con la predominancia del cielo y las nubes, algo que entronca con una de las obsesiones de Reguera. En este cuadro en concreto Aert van der Neer “utiliza el pigmento casi puro para generar profundidad y aportar luz. Me llama la atención que es una noche luminosa y he querido generar esa luminosidad que traspasa las capas primigenias de mis pinturas. La luz está detrás y transmite resplandores”, explica el artista.
A Reguera le interesa esa nocturnidad que se materializa usando una especie concreta de pigmentos, los metálicos, que aportan luminosidad. “En la Historia del Arte ha habido grandes pintores de escenas nocturnas, como Van Gogh, y al observar la noche te das cuenta de que te da la oportunidad de generar muchos más matices, de crear esa temperatura poética que existe entre lo visible y lo invisible. En la noche se vislumbran temas de misterio donde el pigmento está dándote una serie de pautas que te llevan hacia lo visionario, lo mágico y el misterio”, reconoce el artista segoviano.
Basándose en la obra del artista holandés, Alberto Reguera ha creado diferentes momentos anteriores y posteriores a ese claro de luna. “Esta muestra presenta imaginadas variaciones pictóricas del cielo, concebido como un espacio de profundidad visual lleno de contrastes. A veces leves y equilibrados, entre sombra y claridad. A veces intencionadamente pronunciados con el objetivo de plasmar un ambiente crepuscular y deslumbrante a la vez. A ello me ayuda la utilización de distintos pigmentos”, explica Reguera en el catálogo de esta exposición de pequeño formato que se puede ver en el balcón-mirador del Thyssen-Bornemisza.
Entre las particularidades del paisaje holandés, cuenta Reguera, encontramos que “desde 1630 bajaron el horizonte dejando mucho aire para que se produjera una épica de lo atmosférico creando muchas tensiones a través de las nubes por donde se filtra la luz”. Estos artistas daban importancia al espacio celeste, al aire, a crear profundidad y volúmenes. En realidad, “están pintando sobre lo intangible, lo vacío, el aire cambiante, una estela de luz que deja el paso de una nube”. Con el uso de los pigmentos lo que producen es que cuando un espectador se pone frente al cuadro tenga la sensación de estar a punto de aterrizar sobre uno de esos caminos y Reguera busca, al mismo tiempo, “integrar la mirada en el cuadro, observar la perspectiva y reflexionar sobre el espacio”.