Crear sin prisa. Ese es uno de los mantras del fotógrafo Juan Baraja (Toledo, 1984). Posa su cámara en un mismo encuadre que repite sucesivamente, creando en cada nueva captura ligeros cambios, imperceptibles para ojos apresurados, con los que habla de arquitectura y cotidianidad. En su exposición en la galería La Cometa, la primera que dedica el espacio colombiano a un artista español desde que abrió en Madrid hace un par de años, el motivo es sencillo: el perfil de la escalera de una antigua fábrica de Portugal. Lo que importa aquí es el cómo: crea una sucesión de 20 imágenes que parecen repetirse, en la que el encuadre es el mismo pero el momento del día, la luz y los reflejos que se dibujan en el suelo, cambian. Tienen algo de fotogramas de una película a cámara lenta. Algunos de los elementos constructivos se desdoblan en fotografías de mayor formato que acercan los paños de esos ventanales envejecidos. Fotografía de cocción lenta que es toda una lección en estos tiempos acelerados.
Anastasia Samoylova. FloodZone
Galería Sabrina Amrani
Calle Madera, 23. Madrid. De 3.300 a 3.725 euros. Hasta el 3 de abril
Se detiene también en pequeños detalles Anastasia Samoylova (Moscú, 1984) en la galería Sabrina Amrani. Sus escenarios son las ciudades costeras del sur de Florida y las sutiles huellas que avisan del avance del cambio climático. Le interesan las cicatrices que deja un huracán a su paso: un cocodrilo flotando a la deriva, algo habitual en estas tierras de manglares, las bastas raíces, aéreas incluso, de árboles que permanecen imprevisiblemente en pie, espacios inundados, palmeras inclinadas sobre los característicos edificios Art Decó, comercios que protegen sus escaparates con contrachapados… Apenas hay en FloodZone representación de la figura humana. Se trata de un recordatorio de las contradicciones de una ciudad que vive entre el turismo y el desastre natural, en la que conviven realidades opuestas –del skyline de Downtown, a Miami Beach o las casas del Pequeño Haití– que su propia arquitectura deja ver con claridad.
Tamara Arroyo (Madrid, 1972) se desplaza por la ciudad tomando notas de todos sus elementos que traslada después a su escultura. Ha organizado celosías por categorías, registrado las formas que dibujan los ladrillos de los muros e incluso transferido bolsas de plástico y desechos urbanos a coloridas cerámicas. En su nuevo proyecto en el escaparate de Alimentación 30 traslada dibujos de estos residuos urbanos –escuadras abandonadas de aires acondicionados, vasos, cadenas– a varios cojines. El proyecto se llama Eudaimonia, un término griego que significa “felicidad”, “bienestar” y que, explica la artista, es un indicador que se utiliza para medir el estado de satisfacción con la vida. Todos estos almohadones aprisionados recuerdan a nuestra situación actual, concentrados en las ciudades, en lugares de aparente comodidad.