Es una de las exposiciones más interesantes que se puede ver ahora en las galerías de Madrid. Una colectiva que aborda un tema de actualidad: la ausencia de contacto físico, la distancia social. Y para ello se apoya en un tema iconográfico clásico: el Noli me tangere, el episodio de los evangelios en el que Jesús se reaparece a María Magdalena y pronuncia esa frase, alejándola de sí. Hoy parece un rótulo hecho a la medida de la pandemia pero en el Museo del Prado tenemos buenos ejemplos de hace siglos (de Correggio a Poussin).
El mensaje crece en The Ryder, enriquecido con más significados. Tiene sentido, además, que una galería que mira siempre hacia la performance en su programación, haya articulado este recorrido que explora los límites del cuerpo y los deseos que se generan en torno a él.
Bien armada, la lista de artistas es abarcable: seis, dos de ellas ya clásicas, de distintas generaciones y nacionalidades. Sorprende encontrar en una galería joven nombres históricos como Meret Oppenheim (Berlín, 1913 - Basilea, 1985), autora del famoso juego peludo de desayuno del MoMA, y una fotografía de Valie Export. La primera, de la que la pandemia truncó su retrospectiva en el Museo Picasso de Málaga, está representada con una curvilínea escultura de bronce que, sin rostro, nos remite a las venus paleolíticas. Y de Valie Export (Linz, 1940), se muestra una fotografía de una mujer de párpados caídos junto a un edificio de gran altura y reminiscencias fálicas, que nos recuerda a sus acciones midiéndose con elementos arquitectónicos y, cómo no, a la performance en la que se calzó una caja de cartón sobre sus pechos desnudos e invitó a los transeúntes a palparlos, cuestionando, entre otras cosas, la mirada del espectador hacia el cuerpo femenino.
Esta colectiva sobre los límites del cuerpo y el deseo nos enfrenta a la ausencia del contacto físico actual
Hay otras piezas más explícitas, y bonitos reencuentros. Miguel Benlloch (Loja, 1954 - Sevilla, 2018) se desnuda literalmente en Tipotopotropos (2010-2017), una serie de fotografías en las que oculta su sexo. Es una obra sincera, basada en sus vivencias personales y en la cultura popular.
Y son tres los nombres jóvenes incluidos, todos ellos de mujeres. Saelia Aparicio (Valladolid, 1982), la única de la plantilla de la galería, nos sumerge en un viaje intestinal con una escultura en resinas en la que conviven mechones de pelo sintético, guantes de limpieza y un par de zapatos de tacón (no necesariamente de mujer, subraya la artista), junto a una animación-viaje al interior de un cuerpo por el que navegan toda suerte de objetos. Su autoría se confunde con los papeles de Eva Fábregas (Barcelona, 1988) que son el germen de sus conocidos gusanos de pelotas sensoriales envasadas en textiles elásticos. Las pinturas, de resonancias eróticas fuertes, dibujan formas no figurativas que se enroscan y cubren agujeros.
Pero quizá la menos conocida de todas ellas, y la gran sorpresa de la muestra, sea Anna Perach (Ucrania, 1985) con piezas de lana de atractivos colores y motivos decorativos enraizadas en la tradición folclórica de su país. Siete mujeres de Barbazul y Novia borracha tienen que ver con la representación de lo femenino. Las cabezas están pensadas para ser activadas por performers aunque en esta ocasión, y dentro del contexto del Noli me tangere, se muestren forzosamente estáticas.