Tres palabras reciben al visitante del New Museum en un neón instalado en su fachada: Blues. Blood. Bruise. Se trata de la obra de Glenn Ligon A Small Band (2015), basada en las declaraciones de Daniel Hamm, un adolescente detenido en Nueva York en 1964 y encarcelado durante ocho años por un crimen que no había cometido. Tras una noche en el calabozo en la que recibió una paliza a manos de la policía, Hamm fue desplazado a un hospital donde declaró haber tenido que abrir sus propios moratones (blues) para dejar correr la sangre (blood) de sus cardenales (bruise) y poder ser atendido médicamente. Una obra que engloba buena parte de los contenidos de Grief and Grievance: Art and Mourning in America (Dolor y agravio: arte y duelo en América), desde la injusticia y la violencia cometidas contra los cuerpos racializados, hasta las posibles formas de recuerdo y reclamación.
La génesis de la exposición es, en sí misma, reveladora. En 2018, el conocido comisario Okwui Enwezor recibe el encargo del New Museum de organizar una muestra que reflexionara sobre las formas de duelo y la reivindicación de la memoria a través de obras de artistas afrodescendientes en Estados Unidos. La larga trayectoria de Enwezor (de la Documenta de Kassel a la Bienal de Venecia) se había caracterizado por recoger la teoría poscolonial y ampliar las historias del arte a otras geografías lejos de los centros de poder europeos y estadounidenses. La muestra se tenía que celebrar antes de las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos, pero su muerte en 2019 y la Covid-19 retrasaron su apertura. Un equipo formado por los historiadores y comisarios Glenn Ligon, Mark Nash, Massimiliano Gioni y Naomi Beckwith, continuaron con el proyecto, subrayando la relevancia y contemporaneidad de las tesis de Enwezor.
Es inevitable revisitar con esta exposición sucesos recientes. Del asesinato de Floyd al derribo de monumentos
En ningún caso la exposición pretende ser un manifiesto generacional. En ella, nombres de referencia de la década de los derechos civiles (1950-1960) como Carrie Mae Weems o Jack Whitten conviven con las recientes fotografías de Deana Lawson, interrogando las construcciones de masculinidad y sexualidad en la comunidad afroamericana. Tampoco pretende ser exhaustiva en la enumeración de artistas, dejando fuera nombres por los que Enwezor apostó en el pasado. Los proyectos de conocidos artistas como Jean-Michel Basquiat, Kerry James Marshall, Julie Mehretu, Kara Walker o Lorna Simpson, conviven aquí con otros cuyas carreras se afianzan de manera progresiva, como LaToya Ruby Frazier, Simone Leigh o Adam Pendleton. Este último ha cubierto con As Heavy as Sculpture (2020) el lobby de entrada con unas piezas en blanco y negro, próximas formalmente al grafiti y a pancartas de manifestaciones por los derechos civiles, que sirven para apuntalar el activismo general de la muestra. La idea de conmemorar formas específicas de manifestación y duelo entre la comunidad afroamericana es también visible en la instalación de Nari Ward Peace Keeper (1995). En ella, un coche fúnebre calcinado y cubierto con alquitrán, deja entrever plumas de pavo real, recordando los linchamientos públicos y las leyes Jim Crow del sur de Estados Unidos que consolidaron la segregación racial como un sistema legal de facto.
Por su parte, Rashid Johnson explora en Antoine’s Organ (2016) un ecosistema de asociaciones a través de un andamiaje reticular pintado de negro y cubierto por plantas tropicales, monitores de vídeo, libros, cerámicas e iluminación de invernadero. Dentro se esconde un piano preparado para las actuaciones de Antoine Baldwin (también conocido como Audio BLK). El exotismo de las plantas, relacionado con el propio proceso de exotización de los cuerpos negros en el imaginario colectivo occidental, convive con lo doméstico y lo cotidiano, todo ello imbricado a través de la música.
La reivindicación de patrimonios inmateriales y, en particular, de las tradiciones musicales estadounidenses que van del jazz al hip-hop, aglutina varias de las obras expuestas. Es el caso de Tyshawn Sorey, Kahlil Joseph o Arthur Jafa, donde se intercalan a su vez discursos políticos, imágenes extraídas de la cultura pop y tecnologías basadas en el afrofuturismo.
Hay tradiciones que se unen a la música góspel, la iglesia como espacio de cohesión social y la misa como rito aglutinador en Gone are the Days of Shelter and Martyr (2014), de Theaster Gates. Es una pieza de vídeo ambientada en las ruinas de la iglesia de San Lorenzo en el sur de Chicago, que habla de su importancia como centro cardinal para crear un sentido de comunidad. Esta iglesia, demolida por falta de inversión pública y apoyo institucional, sirve también como monumento y arqueología del pasado reciente que ha de ser revisado para poder crear una sociedad igualitaria.
Es inevitable revisitar con esta exposición varios sucesos recientes: de los asesinatos de George Floyd, Breonna Taylor y Ahmeud Arbery a las manifestaciones de Black Lives Matter; de las discusiones sobre la pervivencia de monumentos confederados a los debates sobre reparaciones entre descendientes de la esclavitud; de la supresión del derecho al voto a la exclusión de artistas negros en la historia del arte. Todos estos eventos, así como el racismo sistémico visible en otros acontecimientos del pasado año, subrayan la importancia del arte en dar visibilidad a activismos políticos, generar debates y permitir formas de resistencia. Se presenta no sólo como una exposición capaz de articular estas discusiones, sino también como recuerdo de una figura esencial en la historia del arte reciente: Okwui Enwezor.