Desde el principio, la pintura europea se definió por engañar al ojo y por parecer lo que no es. La anécdota contada por Plinio el Viejo de la competición entre Zeuxis y Parrasio, según la cual el primero engañó con sus uvas pintadas a los pájaros y el segundo al propio Zeuxis, atónito al descubrir que la cortina no cubría sino que era la pintura, dictamina que no hay pintura sin teoría y que con la pintura ejercitamos el arte de ver, más allá del mero reconocimiento para la supervivencia.
En este equívoco, hace medio siglo Isabel Villar (Salamanca, 1934) situó su pintura, aparentemente naif, ingenua. Las imágenes de Villar, para algunos que ignoraban su formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en los años 50, como mucho podían ilustrar cuentos infantiles, con sus colores brillantes y luminosos, de pincelada ordenada y casi puntillista, tan obsesiva como la de meros aficionados e incluso dementes, que se agarran con muletas al método. Otros más cultos, sabedores de su engaño, reconocieron en aquellas imágenes idílicas su poder de subversión y tras ver sus exposiciones en galerías, la invitaron a colaborar en publicaciones comprometidas con la Transición, como Cuadernos para el diálogo o Triunfo. Sin embargo, la promesa de utopía, de un futuro con más libertad y alegría en nuestro país, todavía guardaba una espoleta.
A mediados de los años 90, Isabel Tejeda la incluye como precursora en Territorios indefinidos, la primera exposición feminista de la España democrática, rol revalidado en Genealogías feministas en el arte español 1960-2010, mientras Villar continuaba destilando sus comentarios sociales y contra los tópicos misóginos de la crítica frente a las artistas. Como Carmen Calvo y otras de su generación se mofó de la familia patriarcal; y fiel a sí misma, continuó pintando en formatos domésticos, en comparación con el impuesto en el mercado para la pintura “seria”. Todo ocurría en el Edén.
Muy prolífica en los últimos años, las escenas de jóvenes desnudas en el paisaje se burlan con retranca de la pintura mitológica de raptos y violaciones. Sus protagonistas están solas y disfrutan de su libertad lúdica. En esta última entrega, mujeres y ángeles con alas arcoíris comparten el paraíso con animales selváticos cuya supervivencia, como la nuestra, está hoy amenazada. Su aduanero Rousseau continúa vigente. También el flechazo de esperanza que alcanza a nuestro viejo y tierno corazón.