El barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza no solo mostró una gran capacidad para los negocios al remontar y hacer crecer las empresas familiares que tras la Segunda Guerra Mundial quedaron tocadas. Aunque el arte no fue una pasión que le atrajera desde un inicio, cuando murió su padre en 1947 se convirtió en el heredero principal de la fortuna y de una parte de la colección familiar. “Hans Heinrich la completó con nuevas obras maestras clásicas y a partir de 1961 reunió uno de los mejores conjuntos privados de pintura del mundo”, asegura Evelio Acevedo, director gerente del Museo Thyssen-Bornemisza. Una de las preocupaciones de Hans Heinrich fue que sus obras se mantuvieran reunidas y fueran compartidas con el mayor número de personas posible. Para ello, “en 1988 firmó un acuerdo de préstamo con el estado español que culminó cinco años más tarde en una operación definitiva de venta por la cual el estado adquirió 775 obras”, recuerda Acevedo. En ese grupo se encontraban las principales piezas de una colección que alcanzaba los 1.700 títulos. La pinacoteca celebra ahora el primer centenario del nacimiento del coleccionista con varias actividades y exposiciones en las que han participado sus herederos.
“Nuestro deseo es rendirle homenaje como coleccionista y como ese gran humanista que fue. También queremos reconocer al barón por su contribución al enriquecimiento cultural y patrimonial de nuestro país y por su generosidad al compartir su colección con todos”, añade Acevedo. Hans Heinrich estaba convencido de que el arte puede cambiar el mundo y hacer mejores y más libres a las personas. “Se adelantó a su tiempo y entendió que el arte era una herramienta para pacificar, mejorar el mundo y facilitar la comunicación entre culturas”. Así lo constata su hija, Francesca Thyssen: “la generosidad de mi padre no conocía límites. Depositó la colección en fideicomiso para las generaciones futuras. Él había trabajado para restaurar y ampliar la colección de su padre y su sueño era mantenerla unida”. En plena Guerra Fría el barón “se embarcó en un gran intercambio cultural con las colecciones soviéticas y esperaba que esa contribución pudiera crear un clima de confianza, de esperanza y avanzara la paz mundial”, añade.
La celebración de un centenario
La conmemoración arrancó el año pasado con la popular exposición sobre el expresionismo alemán, una de las grandes pasiones del barón. Este martes, para celebrar la fecha concreta de su nacimiento, habrá ocho conciertos de música clásica, jornadas de puertas abiertas que se expanden hasta el domingo, y durante los siguientes meses se irán sucediendo varios diálogos y conferencias en torno a su figura y un simposio internacional que tendrá lugar en octubre y en el que participarán personalidades cercanas al barón a lo largo de su vida y curators como Simon de Pury.
Además, la pinacoteca inaugura Tesoros de la colección de la familia Thyssen-Bornemisza, una selección de obras que formaban parte del fondo original del barón. “Los objetos que presentamos son desconocidos porque se vincula la colección a la pintura, que es la esencia de este museo, pero no es menos cierto que en la década de 1920 también empezó a comprar esculturas, joyas renacentistas, mobiliario, esmaltes, tapices y alfombras que llegaron a tener un peso importante”, apunta la comisaria Mar Borobia. En total 20 obras que han formado parte de la familia y que se podían ver en Villa Favorita (Lugano) como contextualización de las pinturas. Allí, tal y como recuerda Francesca Thyssen, había un salón francés con óleos, una sala gótica en la que se reunían estos objetos y varias salitas con obras de cristal y tabaqueras. La orfebrería, apunta, la guardaba en su despacho.
En 1992 “nos vimos sorprendidos por un préstamo adicional de 120 piezas que hizo el barón para poder enriquecer la presentación del museo en Madrid”, añade Borobia. Entre ellas se pudieron ver esmaltes, esculturas, relicarios o el San Sebastián de Bernini. "Aquello fue una apuesta de los barones en un momento en el que querían que el museo reflejara lo que había sido la colección Thyssen, con pintura, escultura y una serie de objetos". Sin embargo, aquel grupo de obras que empezó a adquirir su padre y que Hans Heinrich enriqueció, hubo que devolverlo. Entre los los objetos, cedidos para la ocasión por la baronesa Francesca Thyssen-Bornemisza y que se podrán ver hasta el 23 de enero de 2022, encontramos diez piezas de orfebrería alemana y holandesa de los siglos XVI y XVII; dos esculturas del renacimiento italiano y alemán; tres tallas en cristal de roca del barroco italiano; cuatro óleos de diversas escuelas artísticas del siglo XVII, y un baúl de viaje, con sesenta y seis accesorios en su interior, del siglo XVIII alemán.
La primera obra, que se encuentra en la sala 4, es una talla en estuco de La Virgen con el Niño y cuatro ángeles (hacia 1465-1470) de Agostino de Duccio. Le siguen la impresionante Copa Imhoff (hacia 1626), de Hans Petzoldt, y un Aguamanil en forma de pez (hacia 1600), en cristal de roca y oro, elaborado por un taller de Milán. Así, a lo largo de las salas de la colección permanente se reparten el resto de piezas: un baúl con servicio de mesa de Christian Winter, la talla de madera La Piedad (hacia 1505-1510), atribuida hasta 1955 a Tilman Riemenschneider y después al Maestro del Altar de Wettringen, la Copa Rákóczy (hacia 1570-1620), compuesta por tres piezas de diferentes épocas que se unieron antes de 1664 o dos ejemplos de Copa nautilo -una de Cornelius Floris, de hacia 1577, y otra de Cornelius Bellekin, de finales del siglo XVII-. Todas estas piezas, indica Borobia, fueron seleccionadas para la apertura de la pinacoteca excepto tres piezas de cristal que se muestran en Madrid por primera vez. En su empeño de mostrar la colección al público, el barón dijo: “Creo que, siempre que sea posible, las obras maestras de la colección deben ponerse a disposición de todos, y que los préstamos temporales y los intercambios entre diferentes países pueden ayudar a promover la causa de la paz mundial”.
Antes de acabar el año, el 13 de diciembre, tendremos la oportunidad de ver el fondo de arte americano. “Desde 1970 el barón fue un activo coleccionista de arte americano y en especial del paisajismo del siglo XIX. Fruto de ese coleccionismo, el museo posee una extensa selección que se ha convertido en punto de referencia esencial para su conocimiento y estudio en el contexto europeo”, sostiene Acevedo. La instalación de 170 obras en la planta baja de la colección permanente se completará con obras de Carmen Thyssen y de la familia del barón.
¿Cómo empezó su trayectoria?
Sus primeros pasos como coleccionista los dio siguiendo las directrices de su padre. Su primera adquisición fue La Anunciación, de El Greco, a la que le siguieron otras grandes piezas como Joven caballero en un paisaje, pintura de Carpaccio que ha sido restaurada a la vista del público en una de las salas del museo, o Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio. Sin embargo, en 1961 Hans Heinrich decidió emanciparse de la tradición y compró una acuarela de Emil Nolde. A partir de entonces, el barón empezó a adquirir obra moderna a un ritmo frenético hasta convertirse en uno de los coleccionistas más importantes de Europa.
Fue su manera de independizarse de la larga sombra de su padre y durante los años 60 y 70 empezó a eludir al asesor familiar. “Al principio estuvo influido por Niarchos y Rockefeller pero luego contrajo una gran pasión y coleccionó furiosamente arte del siglo XX. Es un caso de maduración temprana y rebeldía tardía”, recordaba Guillermo Solana, director artístico del museo el pasado mes de enero. Ya en los años 80 su colección había adquirido cierta importancia y es cuando se empezó a preocupar por mantenerla unida y a disposición del público. “Hizo un enorme esfuerzo para reconstruir la colección de su padre, que se dispersó cuando murió, y es lo que estamos reivindicando”, arguye Francesca Thyssen.
Así, en 1988 el barón firmó un acuerdo de préstamo con el Estado español y cinco años más tarde parte de la colección, compuesta por obras de artistas de primera fila como Van Eyck, Durero, Tiziano, El Greco, Caravaggio, Rubens, Monet, Renoir, Picasso, Dalí, O´Keeffe y Hopper, fue vendida por 350 millones de dólares. Este acuerdo tuvo lugar tan solo un año después de la apertura del museo en el Palacio de Villahermosa, cuyas obras de remodelación arrancaron en 1990 a cargo del arquitecto Rafael Moneo. En palabras de Juan Ángel López Manzanares, comisario del año del barón, “su decisión de traer su colección a España –en la que fue determinante el papel de su esposa, Carmen Cervera– constituyó una de las mayores contribuciones modernas a la cultura de nuestro país”.