Pep Agut. Meridiano de Madrid: Sueño y mentira
Palacio de Cristal (Museo Reina Sofía)
Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 29 de agosto
El primer ingrediente necesario para visitar la propuesta de Pep Agut (Terrassa, 1961) en el Retiro es escoger un día luminoso. Y no ha sido fácil en las últimas semanas, con esa masa de nubes amenazando la hermosa cúpula del Palacio de Cristal. Es importante porque la luz es uno de los elementos que el artista ha tenido en cuenta a la hora de diseñar su instalación, junto con la arquitectura del lugar –cómo no– y su historia. Nos tiene acostumbrados Agut a obras de múltiples lecturas, atento siempre a la historia y su representación, con guiños a otros artistas y al alcance de la cultura en nuestra sociedad. Nos interpela en esta nueva cita dándonos mucha información en varias entregas.
La primera de ellas, y la que mejor funciona, es una reflexión sobre el propio edificio y su historia, una imponente arquitectura de hierro y cristal de Ricardo Velázquez Bosco, inaugurado en 1887, en las puertas del desastre del 98, al calor de la Exposición General de las Islas Filipinas. Este edificio, diseñado como “pabellón-estufa” o invernadero de plantas y flores de las colonias, tenía hasta un estanque central en su interior, hoy tristemente recordado con los charcos provocados por las goteras. El ejercicio original de representación simbólica de nuestro poderío imperial es clave en esta relectura contemporánea.
Viniendo de una exposición como la de Petrit Halilaj, en la que el Palacio de Cristal se convertía en una colorida explosión primaveral, la nueva propuesta de Pep Agut resulta casi minimalista en lo que a ausencia de color se refiere: varias columnas, deconstruidas, yacen en el suelo junto a distintos objetos con forma de tubérculos. Las tripas de los soportes quedan claramente a la vista, las varillas de su esqueleto, los restos de los moldes de escayola con los que fueron hechas. Son copias de las propias columnas del edificio, con sus estrías y su orden jónico decadente, que sustituía las volutas en espiral por flores.
¿Es la historia cíclica o es estanca? ¿Quién la escribe? Pep Agut abre en su propuesta una infinidad de capas y lecturas
La ausencia de color es más inquietante que una rica paleta porque el blanco tiene la potencia de producir incómodos silencios. Pienso en trabajos recientes de artistas más jóvenes como los megáfonos, tambores y utensilios de cocina de Amalia Pica revestidos de blanco en (Un)heard (room) (2019), en las papayas, pepinos y tomates blancos con los que Luna Bengoechea denuncia los componentes reales de los alimentos o en las hiperrealistas esculturas de Hans Op de Beeck.
A esto se suma el papel del espectador, que consiste aquí en deambular, atento, entre los distintos obstáculos que tienen mucho de yacimiento arqueológico en decadencia. Dos columnas, una encima de otra, reproducen las formas de las agujas de un reloj, recordándonos la idea del paso del tiempo y de la luz, que produce sombras en los reflejos de esos pequeños altares de tubérculos. Una de ellas, alude a la figura con la que Picasso caricaturizó a Franco en Sueño y mentira de Franco, un monstruo grotesco hecho aquí con colinabos y jengibre y, otras, a las figuras de diablos de los Caprichos de Goya.
Las frases inscritas en los fustes, aquí otra capa más, se inspiran en textos del catálogo de la exposición decimonónica, en las obras de Goya y Picasso y en aportaciones personales de Agut que hablan del momento político actual. No es fácil distinguir la fecha de algunas de ellas que podrían estar escritas hoy. ¿Es la historia cíclica o es estanca? ¿Quién la escribe? Se abren aquí una infinidad de cuestiones –incluido el intento fallido de crear un meridiano local en España, al que alude el título de la muestra– en un espacio limitado en el que sí hay un concepto que predomina: la ruina.