¿Se han preguntado alguna vez cómo son los almacenes de un museo? ¿Qué aspecto tienen esos espacios en los que duermen todas las obras de arte que no vemos? En la mayoría de los casos, solo el 5 % de las colecciones se nos muestran en las salas de exposiciones, el resto descansa en estanterías con formas de “peines”, “planeros”, cajas y embalajes. Las razones son diversas, desde la falta de espacio hasta la propia naturaleza heterogénea de sus colecciones, y su valor, incalculable. Para celebrar el Día de los Museos, este martes 18 de mayo, el escritor Agustín Fernández Mallo, a modo de acción artística, ha pasado la noche en uno de ellos para experimentar cómo se sienten todas esas piezas sin espectadores. De Rubens, en el Museo del Prado, a Tacita Dean, en el Museo Helga de Alvear, Ernesto Neto en el CGAC, o Roberto Matta en el Reina Sofía, bajamos también con sus directores a las tripas de la institución, para regresar con una obra de cada una de ellas.
Roberto Matta del Museo Reina Sofía, Madrid
Por Manuel Borja-Villel
Tras haber permanecido un tiempo en los almacenes, la pintura de Roberto Matta Munda y desnuda, la libertad contra la opresión (1986) se mostrará de nuevo en el Reina Sofía con motivo de la reordenación de la colección permanente. Procede de los fondos que el Museo recibió del MEAC y formó parte de la exposición del Círculo de Bellas Artes Chile Vive en 1987. El cuadro se inspira en el Guernica de Picasso y expresa la universalidad del dolor. Ese era el enfoque de los organizadores de la muestra, cuyo objetivo consistía en denunciar la dictadura de Pinochet. Desde un punto de vista ético, no hay nada objetable en ello. Sin embargo, hoy sabemos de las limitaciones conceptuales y políticas de ese universalismo: se desdibujan las especificidades de aquello que se critica y no se tiene en cuenta el lugar desde el que se enuncia. Después de tantos años, se verá otra vez el lienzo de Matta en nuestros espacios. La novedad consistirá en que ahora se le enfrentará con A Chile (1979-1980), un políptico fotográfico de otro autor chileno, Elías Adasme, que ofrece una concepción situada de la práctica artística. Desde el Sur geopolítico pero también desde la intimidad del propio cuerpo del artista, expuesto en las calles de la ciudad de Santiago.
El Reina Sofía muestra un 5 % de las más de 23.300 que componen su colección, algunas de ellas procedentes de museos anteriores a su creación. Cuenta con tres almacenes, entre el edificio Sabatini y el de Nouvel, organizados según el tamaño y técnica de las obras (fotografías y obras de papel en “planeros” y pinturas y esculturas en sus cajas o en “peines”). En noviembre inaugura la última de las presentaciones de la colección con un 70 % de piezas inéditas. Ocupará 12.000 metros cuadrados, agrupados en seis espacios diferentes.
Ernesto Neto del CGAC, Santiago
Por Santiago Olmo
Muchas de las obras de la colección son fruto de proyectos específicos realizados en diálogo con la arquitectura del museo. Son obras muy espectaculares y adaptables, aunque hay excepciones como la pieza A Profundidade do Corpo. A Onda (2001) de Ernesto Neto, una escultura gigantesca (1058 x 1085 x 1040 cm) en forma de gran ubre o forma vegetal fantasiosa, realizada con licra, que contiene más de 150 kilos de clavo y cúrcuma. La instalación, que subraya la riqueza sensorial de la vida e incorpora el olor como un elemento esencial de la experiencia, se produjo con motivo de su exposición de 2001 y no se ha mostrado desde 2004.
Al ser Centro de Arte, el CGAC no muestra su colección de manera permanente, sino a través de exposiciones temporales. Ahora se pueden ver 17 obras de las 1.363 de su colección, mientras que el resto duermen en sus sótanos en dos almacenes, junto a depósitos de otras colecciones (1.720 obras).
Rubens y taller del Museo del Prado, Madrid
Por Alejandro Vergara
Cuenta el poeta Estacio en la Aquileiada que Thetis, madre de Aquiles, temió por el destino de su hijo si este acudía al asedio de Troya. Para protegerle le escondió en la isla de Esciros, disfrazado de mujer entre las hijas del rey Licomedes. Odiseo y Diomedes, a quienes Homero alabó por su inteligencia, acuden en su busca. Han puesto a los pies de las jóvenes una cesta con joyas y paños ricos, y camufladas entre ellas las armas del guerrero, seguros de que este no podrá reprimir su vocación militar. Aquiles cae en el engaño y acepta el destino heroico que le espera en la guerra. En la antigua Grecia la búsqueda de gloria era un objetivo loable –la vida se entendía como un proyecto de altura–. Con frecuencia Rubens centra su arte en comunicar esta idea. En este cuadro se ha fijado también en algo diferente, que transmite con su habitual brío. En Esciros, la princesa Deidamia se enamoró de Aquiles. Un corazón ardiente en el primer plano expresa su sentimiento ante la inminente pérdida del ser querido.
Este Rubens, una Inmaculada Concepción de Ribera, la paleta de Rosales o las “escupideras” que se utilizaban en el museo, son algunas de las piezas guardadas en los tres almacenes principales del Prado, dos de ellos en el Edificio Villanueva y uno, para obras de mayor formato, en el de los Jerónimos. Su primer catálogo, de 1819, constaba de 311 pinturas (aunque la colección entonces contaba ya con 1.510). Hoy se pueden ver en las salas 1.145 pinturas y 209 esculturas (y permanecen en los almacenes 3.895 y 588, respectivamente).
Federico Guzmán del CAAC, Sevilla
Por Juan Antonio Álvarez Reyes
Esta obra se produjo para la exposición Los límites del crecimiento de la Sala Alcalá 31 de Madrid, que tuve la oportunidad de comisariar. Unos años después, Federico Guzmán, su autor, la modificó un poco, aumentando su base y las frutas que son aplastadas y que invaden de manera selvática en su abundancia la apisonadora, como trasunto de los tratados de libre comercio de Estados Unidos con países latinoamericanos. Fue con motivo de la muestra que, ya como director, organizamos en el CAAC y que llevó por título Sin realidad no hay utopía, que viajaría al año siguiente a San Francisco. La fotografía está tomada en la Zona monumental de la antigua cartuja sevillana y el autor acabó regalando la pieza al museo, por lo que le estamos muy agradecidos. También, sin duda, estamos en deuda con él, más aún al dar ahora a conocer que teníamos previsto exhibirla en la muestra Escultura expandida, actualmente en cartel, junto a otras dos obras de gran formato que Pepe Cobo nos ha donado recientemente de la misma serie, pero la falta de espacio no nos lo ha permitido finalmente. Habrá que saldar pronto esa deuda con Federico Guzmán, a quien le debemos una exposición de gran formato.
Los cuatro almacenes del CAAC se encuentran dentro del recinto del antiguo Monasterio de la Cartuja, donde están rehabilitando, además, el antiguo pabellón del siglo XV de la Expo 92 para alojar los futuros depósitos y salas para la exhibición de la colección, algo que sumará al museo 4.000 metros cuadrados. Las 4.221 obras de su colección se airean con frecuencia en exposiciones temporales en sus salas y en las del C3A de Córdoba (ahora con 61 piezas a la vista).
Virgen de la Soledad del Museo de Escultura de Valladolid
Por María Bolaños
Por su minimalismo formal, por su presentación desnuda, por las adiciones modernas, esta escultura nunca merecería exhibirse en la exposición permanente del museo. Se trata de una imagen vestidera de la Virgen de la Soledad, que personifica uno de los “dolores” de María: su soledad ante la pérdida de su hijo. El modelo había nacido en el Renacimiento de manos de Gaspar Becerra, quien, según la leyenda, fracasó en varios intentos de fabricar la escultura hasta que, en sueños, una voz le invitó a acercarse a una chimenea encendida y tomar un tronco de roble ardiente, del que obtuvo la imagen deseada que alcanzó enorme éxito.
Pero es justamente la simplicidad rotunda de su cabeza de maniquí, el énfasis radical en los rasgos faciales, la huella de las lágrimas perdidas (o robadas), los inmensos ojos de vidrio entornados y las geometrías cónicas de su cuerpo lo que da a esta solitaria una concentración sin distracciones y hace de ella una intérprete tan fascinante y convincente como fue la María Falconetti de la memorable Juana de Arco de Dreyer, otro ejemplo de soledad mística y destino trágico.
Pocos museos están trabajando de una forma tan original con sus fondos como el de Escultura de Valladolid. En 2019 sacó a la luz con la muestra Almacén. El lugar de los invisibles 300 piezas que nunca antes se habían visto. En su colección permanente se pueden ver 400 obras, poco más del 5 % de las 7.000 que custodia en sus almacenes en los que hay vaciados y réplicas, además de esculturas.
Gema Intxausti del Artium, Vitoria
Beatriz Herráez
Esta obra, donación de Gema Intxausti al museo, pertenece a un conjunto de dibujos preparatorios para The hidden arm, de la serie conocida como “fotomatones". Se trata de un conjunto de piezas realizadas por la artista a partir de finales de los noventa usando fotomatones de espacios públicos, lo que supuso un punto de inflexión en su producción, vinculada hasta ese momento a la escultura. El uso de esta tecnología determina unos límites estrictos de movimiento y tiempo y produce narrativas construidas a través de un número reducido de imágenes, con habituales guiños a las historias del cine y el arte. Citas y apropiaciones desplazan el sentido narrativo de los materiales originales, lo que altera y multiplica las interpretaciones posibles de texto e imagen. La fragmentación, la repetición o la omisión se presentan como estrategias claves en la construcción de las piezas de la artista.
De las 2.500 obras de su colección, tan solo un centenar están expuestas en el museo en estos momentos. Esta es una de sus líneas fundamentales de trabajo: la revisión en profundidad de sus fondos. Están guardados muy cerca de las salas expositivas, agrupados por técnicas. Cuenta además con espacios para registro, fotografía y restauración de las obras.
Fernando Briones del MNAC, Barcelona
Por Pep Serra
Briones participó con este óleo en el Pabellón Español de la República de la Exposición Internacional de París de 1937, donde se expuso por primera vez el Guernica de Picasso. Se trata de una obra en clave simbólica que evoca el fusilamiento del poeta Federico García Lorca y supone un ejemplo excelente del arte realizado durante el conflicto, a caballo entre el cartel y la denuncia, en este caso la mitificación de un poeta de quien se llegaron a recitar poemas en el pabellón. Briones transporta a su pintura elementos de su poesía –entre ellos la luna– en lo que era el homenaje a un amigo personal. Esta pintura formó parte del conjunto de obras de arte que se dieron por perdidas en 1938, cuando en realidad se hallaban en los almacenes del edificio del Palacio Nacional en Barcelona, hecho que no se dio a conocer hasta 1986. Se podrá ver en el Museo en julio, en una ampliación y remodelación completa de todas las salas dedicadas a la Guerra Civil, junto a otras procedentes de la reserva.
De las 2.500 obras de su colección, tan solo un centenar están expuestas en el museo en estos momentos. Esta es una de sus líneas fundamentales de trabajo: la revisión en profundidad de sus fondos. Están guardados muy cerca de las salas expositivas, agrupados por técnicas. Cuenta además con espacios para registro, fotografía y restauración de las obras.
Tacita Dean del Museo Helga de Alvear, Cáceres
Por José María Viñuela
Elegir solo una obra que aún permanezca almacenada es complicado. Seleccionaría Edwin Parker (2011), una película filmada en 16 mm en la que Tacita Dean hace un desolador retrato de Cy Twombly. En ella el gran artista se mueve, cuando lo hace, con cansancio, con exagerada lentitud. Twombly falleció nueve meses después del rodaje y eso me hizo recordar que había visto también otro retrato que la misma artista filmó de Mario Merz, en 2003, el mismo año en el que murió. Los dos trabajos tienen en común que muestran a dos grandes creadores y que su autora, Tacita Dean, es una de las artistas inglesas más fulgurantes. Siempre me he preguntado por qué Dean quiso dejar para la posterioridad dos aproximaciones de estos finales que enriquecerían su particular Gräberfeld (Necrópolis, 2008). Este es el título de una magnífica obra de la autora que no está en el almacén sino expuesta en el Museo Helga de Alvear.
Este museo es fruto del empeño de la galerista Helga de Alvear, que inició su colección en 1967 con un Zóbel que pagó a plazos. Hoy cuenta con cerca de 3.000 obras, un 5 % expuesto. El almacén es de “tránsito”, mientras que el resto de piezas están en 5 espacios en Madrid. Ya hay un proyecto de edificio diseñado por Tuñón Arquitectos para poder almacenarlas todas en Cáceres.