La significación vive en la forma y mediante la misma activa un conocimiento alógico, dejó escrito Remigio Mendiburu (Hondarribia, 1931 - Barcelona, 1990). Resume su acción escultórica como litigio permanente entre la intuición artística, la materia, la memoria y su contexto vital. Partirá de la intuición para dar forma expresiva y simbólica a un conjunto de obras, en su mayoría realizadas en madera, que configura una tentativa escultórica moderna que desborda las convenciones normativas, pero que supo amalgamar herencias de signo informalista, abstracto y organicista.
La renovación de la trama moderna del arte vasco tuvo en Oteiza y Chillida sus figuras más sobresalientes y, bajo su fulgor prestigioso, otros como Mendiburu, Basterretxea o Ibarrola definían una poética propia y diferenciada que ha tenido un conocimiento menor entre la crítica y el público. Precisamente esta revisión del Museo de Bellas Artes de Bilbao es una oportuna recuperación del singular legado artístico de Mendiburu, con más de un centenar de obras que jalonan un arco creativo que va de 1958 a 1987. Diseminadas por el espacio sus obras manifiestan una incesante disputa con lo real e imaginario sin prescripciones ni telos predeterminados, desde una intuición radical: el arte es lo otro de la razón, un laboratorio de libertad.
Supo desplegar una atención genuina tanto al árbol y al bosque, como fuentes de leyendas, mitos, significaciones imaginarias y fenomenológicas que alentaron su hacer escultórico. De ahí que la madera, como materia viva, fuera su material más empleado con el que condensó tiempos del propio proceso constructivo, de memorias estéticas y culturales. Aizkolari (1964) y Txalaparta (1965) son dos primeros hitos que destacan en la Sala 1, donde se exponen las incursiones escultóricas de sus inicios, en la primera mitad de los años sesenta. El desbaste, la talla, la torsión, el estallido o el ensamblaje asoman como cifras, a la vez que incorpora otros materiales “pobres” como cuerdas, cemento y sacos. Su pieza Txalaparta estuvo en la muestra de presentación en 1966 del Grupo Gaur (Amable Arias, Rafael Ruiz Balerdi, Néstor Basterretxea, Eduardo Chillida, Remigio Mendiburu, Jorge Oteiza, José Antonio Sistiaga y José Luis Zumeta) y devino en aquel contexto de la renovación cultural y musical (fue el logo del emergente grupo de cantautores vascos Ez dok amairu), un emblemático documento de cultura y de la disidencia antifranquista.
Otras piezas relevantes realizadas en madera serán Zugar (1969-1970), o la monumental Argi hiru zubi (1977) en las que se vuelve sustantiva una estructura de acumulación de fragmentos de troncos unidos por tubillones. Tal poética constructiva basada en el ensamblaje y la adición de piezas se manifiesta también en sus dibujos y en su obra gráfica, conformando una suerte de ley isomórfica que se cumple en diferentes soportes artísticos. Condesan una memoria de la temporalidad del proceso creativo, una disputa entre la materia y la forma final. Otras alegorías políticas y éticas irán tomando forma mediante la impugnación del pedestal y la peana que inaugura otros enfoques en la escultura moderna. Un caso ejemplar será Jaula para pájaros libres (1969), realizada con palos sobre una base prismática vertical, como fragmento de un tronco. Base y obra se funden en una estructura indiferenciada.
En la tercera parte del recorrido nuevas piezas de los setenta y los ochenta muestran esos procesos constructivos que conllevan tramas ensambladas y anudadas. Argi kabia (1981), una pieza instalada en el Parlamento Vasco, muestra su encanto escultórico y alegórico como nido abierto a múltiples fugas de sentido. Otros materiales nuevos entran en juego en sus disputas: piezas realizadas en hormigón y madera como Iturria (1983), Concatenación (1983) o Zugaitza (1983), en las que se anudan trágicamente la madera (lo natural y el bosque primigenio) y el hormigón (lo artificial y lo urbano) suponen una apertura novedosa.
El desbaste, la talla, la torsión, el estallido o el ensamblaje asoman en el hacer escultórico de Mendiburu
Concluye el recorrido expositivo con una serie de obras de formato más reducido y de expresión más delicada y con otros materiales como el alabastro y la madera de boj. Las series La noche del exilio y Casas bombardeadas, recrean una memoria traumática y crítica de la Guerra Civil. También cabe destacar varios collages sobre papel realizados en 1987 que logran imantar nuestra experiencia estética y nuestra interrogación.
Hay exposiciones, como esta dedicada a redescubrir a Mendiburu, cuyo montaje activa una potencia semiótica y pedagógica ejemplar, cada una de las obras se inscriben en una constelación unitaria y sintética. La inteligente puesta en escena del montaje diseñado por Huércanos y Aritz González permite un diálogo fértil entre las esculturas de formatos diversos, las obras de pared y los recursos documentales. Una larga plataforma que hace las funciones de peana, expositor con vitrinas integradas, se configura como un dispositivo genuino que recorre todo el espacio transparente y conectado, y favorece lecturas espaciales, críticas y estéticas. El catálogo es otro recurso valioso. Los textos seleccionados del artista, las indagaciones de Juan Pablo Huércanos y Alfonso de la Torre, y la cronología documental de Mikel Onandia, junto al magnífico diseño y la calidad de las fotografías.