Antoni Tàpies (Barcelona 1923 - 2012) y Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924 - 2002) nacieron con 20 días de diferencia y aunque la trayectoria del artista catalán empezó un poco antes, cuando el vasco aún estaba en el mundo de fútbol (era portero de la Real Sociedad pero una lesión le apartó del deporte para llevarle por otro camino), sus carreras cuentan con grandes paralelismos que convergen en diferentes momentos. En este sentido, el hijo del escultor del Peine del viento asegura que leyendo la biografía de Tápies sintió que, en varias ocasiones, estaba sumergido en la vida de su propio padre. “Me di cuenta de que los premios que recibieron y los lugares en los que expusieron coincidían, aunque en años diferentes”, recuerda Luis Chillida. Por eso, asegura, es tan importante que Tàpies se reencuentre con Chillida en el caserío de Zabalaga.
Con Tápies en Zabalaga Chillida Leku abre una una nueva línea expositiva que gira en torno a la programación de exposiciones centradas en la escultura de artistas relacionados con Chillida. “Ha sido emocionante ver a un artista nuevo en el caserío. Tàpies se adapta muy bien a este espacio rústico que ensalza la obra de manera especial”, indica Mireia Massagué, directora del museo. La muestra, compuesta por 17 obras fechadas en los años 80 y 90, trata de “explicar una historia común: fueron dos personas que estuvieron en contacto toda su vida, se conocieron en la Bienal de Venecia de 1958 y expusieron juntos aunque tomaron caminos distintos”, añade.
No hay duda de que cada uno trabajó por diferentes caminos pero tampoco la hay en torno al hecho de que les unía el interés por cosas como “los materiales, la parte más filosófica de sus obras o la música”, especifica Luis Chillida. Los dos fueron muy espirituales, abrazaron otras culturas y compartieron el interés por el mundo asiático y las filosofías orientales. Absorbieron todas esas fuentes y aunque tuvieron muchos puntos de encuentro a nivel conceptual se expresaron de distinta manera. “Poner en valor las diferencias enriquece la mirada del espectador y ese es el valor de exponer a otros artistas en Chillida Leku”, aprecia Massagué.
Tápies y la tierra chamota
La muestra ocupa la totalidad de la planta superior del caserío, dejando la planta baja a la muestra permanente de Chillida. La mayoría de las piezas de Tápies están realizadas en tierra chamota, un material que también funciona como punto de unión. De hecho, fue el propio artista vasco quien le animó a investigar con este material que había empezado a trabajar en el taller de Hans Spiner en Francia. El galerista Aimé Maeght, al que le gustaba que sus artistas se relacionaran entre sí, invitó al escultor catalán al taller para trabajar este material, y fue Chillida en 1981 quien le animó a experimentar con el barro cocido.
“Son obras que hablan de un periodo concreto en el que Tàpies tiene ya un lenguaje muy consolidado. No se trata de una época temprana sino que apreciamos un lenguaje icónico en el que vemos sus máscaras, sus grafitis y los accidentes que tienen sus obras”, explica Nausica Sánchez, responsable del área de educación del museo y una de las comisarias de la exposición. El recorrido se aleja de lo cronológico para abrazar “una relación con el espacio dando protagonismo a obras que tienen mucha energía”, continúa. Una mesa de despacho, una zapatilla de gran tamaño, una bota con un cántaro o un mural de lava en el que Tápies pinta un trébede del revés, son algunas de las 17 piezas que se exponen en Zabalaga. Además, la familia Chillida ha trasladado de su casa al caserío Imprenta de costella sobre roba, un cuadro de 1980 que Tápies intercambió con Chillida por una escultura de alabastro. “Tàpies busca la trascendencia en lo cotidiano y eleva a categoría de arte elementos de uso diario”, comenta Sánchez.
Al fondo de la sala se ha instalado Composició, una escultura blanca que simula ser un nicho. En la parte de delante añade dibujos y decoraciones mientras que la parte de atrás la convierte en un lienzo. La muestra se ha centrado en la escultura porque “es el método que Chillida escogió para expresarse”, comenta Massagué. En este sentido, las obras de Tápies “pasan de las dos a las tres dimensiones”.
El libro como objeto
Además de las esculturas, los murales y las pinturas, la exposición añade una pequeña sala en la que se pueden ver tres libros de artista. El de Jacques Dupin fue el primero que hizo para la galería Maeght y a él se unen los de Joan Brossa y Rafael Alberti. “No son libros ilustrados sino colaboraciones entre el artista y el escritor. Era una forma de interpretar a través de su obra lo que el poeta quería decir”, comenta Luis Chillida. Para Tápies estos trabajos eran mágicos pues consideraba que el libro era un objeto. El de Alberti, comenta la comisaria, es diferente, pero “es fascinante hacer un guiño a la biografía del artista y ese ejemplar es una muestra de su pasión por la lectura”.
En la sala habrá un código QR que permitirá al visitante leer estos volúmenes que, por su tamaño y características, no suelen ser manejables y se convierten en objetos de colección. De esta manera, quieren involucrar al visitante y que este sienta interés también por los escritores. Como colofón, en una pequeña mesa se pueden ver fotografías, archivos y libros de la biblioteca de Chillada dedicados, que dan cuenta de la relación que les unía.
Si bien Tápies habla de la relación con oriente y de buscar la quietud y la armonía con la naturaleza, Chillida hace lo propio en esculturas como Gorabehera, instalada en el jardín en el actualmente también podemos ver dos obras de Louise Bourgeois. En definitiva, en la exposición se respira el equilibrio al que ambos artistas llegaron con la naturaleza.