Esta es seguramente la exposición más importante de fotografía africana que se ha celebrado nunca en España. No es un ámbito desconocido para nosotros pues distintos festivales –incluido PHotoEspaña–, museos y galerías, sin olvidar a Casa África en Canarias, le han prestado atención a través de muestras colectivas e individuales. Durante unos años, el CCCB de Barcelona, presentó balances de los Rencontres de Bamako, el festival de fotografía africana que se celebra desde 1994 y que ha sido fundamental para la promoción internacional de la misma. Pero no habíamos tenido ocasión de contemplarla con una perspectiva más amplia, a la vez histórica y geográfica. Es cierto que esta mirada viene marcada por unos ojos, los de Arthur Walther, que posee la mayor colección privada de fotografía del continente. Pero precisamente las dimensiones del conjunto, por ello bastante comprehensivo –flojea en países francófonos y del Este–, junto con la intervención de Elvira Dyangani Ose, comisaria invitada de esta edición muy familiarizada con la escena africana, nos hacen confiar en que pisaremos tierra firme en este viaje.
Esta es seguramente la exposición más importante de fotografía africana que se ha celebrado en España
En África, la fotografía ha pivotado en torno a un eje: cómo confrontar la mirada colonizadora para elaborar representaciones y narrativas propias. Ha sido así desde que, a mediados del XIX, avanzando desde la costa atlántica hacia el interior, los estudios locales empezaron a producir retratos muy alejados de la fotografía antropológica, militar o naturalista que al mismo tiempo realizaban los europeos. Esa primera etapa, y este es uno de los mayores atractivos de la muestra, es incluida a través de fantásticos conjuntos de postales, tarjetas de visita y álbumes que traducen los tópicos europeos sobre el territorio y sus habitantes, contrapuestos a sus revisiones contemporáneas.
La investigación sobre la fotografía africana, unida a su valoración internacional y su entrada en el mercado, es muy reciente –se consolida solo en los años noventa del siglo XX– y ha exigido una recuperación de archivos en la que han jugado un papel importantísimo los propios artistas que, como Santu Mofokeng en su The Black Album –abre aquí el montaje–, han analizado críticamente esos precedentes que les han marcado. Walther ha apostado desde luego por los grandes nombres pero siente especial debilidad por esa “fotografía vernácula” que no tiene por qué ser amateur ni poseer una valía solo antropológica; en esos archivos hay muchas obras fascinantes relativamente profesionales, de autor hoy desconocido. Recuerden, por ejemplo, los maravillosos retratos que vimos también en el Círculo, en 2018, en la muestra El Senegal elegante de la primera mitad del s. XX.
Dyangani aboga a través de su selección, como Paul Gilroy en su ensayo Contra la raza, por un “nuevo humanismo global” que supera las fronteras geográficas. Pero, ¿estamos ya en ese punto? Esta es la colección de un alemán que, a pesar de haberla hecho circular por diferentes países, jamás la ha mostrado en alguno africano: la Geografía sí importa. Además, choca que no se precise en las cartelas la nacionalidad de los artistas, cuando los 54 países africanos son tan diversos y distantes en lo social, lo físico, lo artístico y lo político. Me parece muy adecuado agrupar las obras por temas (Subjetividad redefinida, Cuerpos politizados, Poéticas cotidianas, La tierra como sujeto y Desilusión y poder), bien elegidos y suficientemente capaces de enfocar las cuestiones más candentes, pero creo que la desubicación de los autores –aunque conozcamos a no pocos y se nos dé alguna pincelada sobre otros en los textos de sala– no ayuda a apreciar todos los detalles de la panorámica.
Sí se refleja bien la clara evolución de los convencionalismos o restricciones a los que los fotógrafos han tenido que enfrentarse en fechas más recientes. No se trata ya solo de la proyección de prejuicios y fantasías desde el exterior sino también de los obstáculos y las prohibiciones interiores. Las transformaciones sociales, con especial relieve de las cuestiones de género, son muy visibles en la exposición, que privilegia lo subjetivo y relega a un segundo término lo documental. Vemos varias obras de casi todos los artistas, generalmente de una misma serie, lo que resulta conveniente y eficaz. Keita, Fosso y Sidibé encabezan un encadenamiento sólido de creadores de fuerte personalidad entre los que encontramos a clásicos como Ojeikere, Tillim, Barrada, Goldblatt… pero también momentos de inesperada intensidad, como en los enérgicos retratos de Kay Hassan (Sudáfrica) o en la delicada poética de los lugares de François-Xavier Gbré (francés, vinculado a Costa de Marfil). En nuevas, propias, miradas a individuos y territorios.