En el Diccionario de fotógrafos del siglo XX de Hans-Michal Koetze encuentro a Nick Waplington y a Warhol, pero no a Margaret Watkins (1884-1969). ¿Otro libro para la hoguera? Su omisión es tanto más chocante si consideramos la pléyade de destacadas fotógrafas durante las primeras décadas del siglo XX. En el caso de Watkins, había sido precedida por la también canadiense Jessie Tarbox Beals, la primera mujer reportera gráfica que publicó en Estados Unidos. Y como Anne Morin, la comisaria de esta exposición, podemos asumir que Watkins, perteneciente a una familia burguesa y con una excelente educación literaria, artística y musical, estuvo familiarizada desde su juventud con la Kodak Girl, popularizada por Eastman, que respaldó la exposición de una veintena de fotógrafas en la Feria Mundial de París en 1900. Tres años antes, la también fotógrafa Frances Benjamin Johnston había publicado el manifiesto '¿Qué puede hacer una mujer con una cámara?' en el Ladies’ Home Journal.
No es de extrañar, por tanto, que poco después de abandonar la casa paterna con veinticuatro años, Watkins comenzara a estudiar en la escuela de Clarence H. White, donde también se formarían Margaret Bourke-White y Dorothea Lange, bajo la tutela de Gertrude Käsebier y Max Weber; y en 1915 comenzara a trabajar como asistente en el estudio neoyorquino de la fotógrafa y líder feminista Alice Boughton, también formada por Käsebier, en donde se retratan escritores como Yeats, Stevenson y Henry James.
La exposición reúne más de un centenar de fotografías y documentos, bellas y pequeñas copias vintage que nos obligan a detenernos
A partir de entonces, su carrera será fulminante: profesora en la Clarence White School, trabaja en encargos publicitarios para importantes agencias como Condé Nast, Fairfax o Reimers y para revistas de gran tirada como The New Yorker, Ladies’ Home Journal y Country y para los grandes almacenes Macy’s, siendo una de las primeras fotógrafas de publicidad. Entonces, según Morin, “frecuentaba clubs de mujeres artistas donde se respiraba feminismo y podían intercambiar ideas, conformando pequeñas redes de creadoras”. En paralelo, se une a la Pictorial Photographers of America, de la que llega a ser vicepresidenta, participa en destacadas muestras colectivas y protagoniza exposiciones individuales.
Su etapa europea comienza en 1928: es elegida miembro de la Royal Photographic Society de Gran Bretaña y se convierte en la primera mujer miembro de la Glasgow and West of Scotland Photographic Association. Viaja a París, Alemania y a la Unión Soviética. Se produce en su fotografía un giro desde el inicial pictorialismo transformado en cubismo vanguardista y sintética Street Photography hacia la Nueva objetividad. En 1937, ya inmersa por completo en el cuidado de sus ancianas tías, comienza a trabajar en una serie de motivos simétricos como diseños para alfombras y revestimientos de suelos y textiles, creados a partir de fotografías de arquitectura. Después, llega la “black night” que da título a esta muestra en CentroCentro que reúne más de un centenar de fotografías y otros documentos, bellas y pequeñas copias vintage que nos obligan a detenernos.
El recorrido cronológico parte de su faceta de retratista, con imágenes tomadas en el campo en donde encontramos a una mujer con su cámara de gran formato y parejas de mujeres paseando. Le siguen bodegones, composiciones geométricas a partir de las vigas y otros elementos de la arquitectura moderna que se impone en las ciudades. Algunas imágenes estilo Street Photography, entre las que destacan las que evidencian su interés por carteles y anuncios publicitarios. Y los fotomontajes que componen innovadores diagramas geométricos: con los que volveríamos, en su afán por su aplicación a elementos de interiorismo y cerrando el círculo, a una concepción vanguardista en la que se borran los límites con las artes aplicadas para conformar espacios de feminidad.
Recluida en su casa heredada, dos años antes de su muerte entrega un arcón con el legado de su obra a un joven vecino, con la condición de que no lo abriera hasta después de su muerte. En las trayectorias profesional y biográfica de Margaret Watkins se entrecruza la ética de los cuidados tradicionalmente femenina y la consciencia de la posibilidad de llevar a cabo una fotografía en femenino, tanto para los encargos publicitarios como en sus propias fotografías.
En 1923 un periódico neoyorquino le dedica el artículo 'Fotógrafa femenina cuyas sinfonías domésticas revelan la belleza de los objetos antes considerados los más prosaicos'. Poco antes, había fotografiado en su apartamento en Greenwich Village tres huevos y también platos en un escurridor, reduciéndolos a composiciones abstractas de formas circulares; un fregadero con el servicio de desayuno y una botella de leche para lavar; una jabonera de rejilla metálica suspendida en el borde de una bañera; y la luz tamizada en los visillos de la ventana del cuarto de baño, con el cepillo y botes cosméticos en la repisa. Como explicó en alguna ocasión, para ella “estos objetos no tenían interés en sí mismos, simplemente contribuían al diseño de la composición”. Tampoco se veía representada como una flapper, lejos de la intención de aquel periódico.