El durmiente temerario, 1928
Esta escena de un durmiente en su cubículo sobre una paleta con objetos se ha comparado con un jeroglífico egipcio. Sobrevuela La Interpretación de los sueños de Freud pero Magritte rechazó siempre su relación con el psicoanálisis y la interpretación simbólica de sus cuadros.
El principio del placer, 1937
La primera paradoja de este retrato de Edward James consiste en sacrificar la esencia del retrato: el rostro. La segunda, que lo que nos oculta el rostro no es, como en otros cuadros, un objeto, sino la luz, que se supone destinada a revelarnos el aspecto de las cosas.
Las maravillas de la naturaleza, 1953
El mimetismo es una de las obsesiones magrittianas. Al fondo, un velero se camufla con las olas. En primer término, una pareja de sirenas (inversas), llegadas del mar a la playa, se mimetizan con el elemento tierra. Se trata de dos nostalgias y dos metamorfosis que se cruzan.
Los paseos de Euclides, 1955
Una serie de marcos anidados –el borde del lienzo, el caballete, la ventana, las cortinas– alejan la realidad varios grados. Las coincidencias increíbles entre el lienzo y el paisaje, entre la torre y la perspectiva de la calle, plantean serias dudas sobre la representación.
Delirios de grandeza, 1962
El torso femenino de esta serie, dividido en tres partes huecas encajadas como muñecas rusas, se inspira en los cambios de tamaño de la Alicia de Carroll. Habla de sí misma como un telescopio que se extiende y se contrae.