Este libro es un auténtico viaje interior, que nos lleva a lo más profundo de las raíces de la vida. El artista inglés David Hockney, que cumplió 84 años el pasado 9 de julio, nos transmite en él su fuerza anímica y su vigor creativo. En sentido preciso, se trata de un libro a dos voces: la de Hockney y la de Martin Gayford (1952), crítico y teórico del arte, quien como él mismo indica “después de terminar dos libros con David y sobre David” se comprometió a intentar comprender la nueva vida del artista en Normandía. Lo que este libro nos da es una interrogación abierta y continua de David Hockney acerca de sí mismo y de sus procedimientos de trabajo, en diálogo y contraste permanentes con las obras y los artistas del pasado histórico. Como señala Gayford: “esto no es una biografía. Tiene más de diario de trabajo y conversaciones” (p. 13).
Hockney es un pintor viajero, que ha ido de un lado a otro, fuera de su Inglaterra natal, con residencias estables durante más de 30 años en California, y que después de un viaje a Normandía en 2018 decidió ir a instalarse allí a “la llegada de la primavera”. En consecuencia, compró una casa con jardín situada a unos 40 minutos en coche de la ciudad de Bayeux, donde se estableció a comienzos de marzo de 2019. Todo ello ha resultado decisivo en las últimas fases de trabajo artístico de Hockney. Allí disponía del jardín, de los árboles, de la posibilidad de caminar por espacios abiertos. Todo le resultaba favorable, según sus propias palabras: “Aquí puedo trabajar el doble o el triple” (p. 76). Y así, cuando se produjo el confinamiento por la Covid 19, Hockney pensó que él y sus asistentes estaban “confinados en el paraíso” (título del capítulo 6 del libro), y viviendo en las imágenes. Una selección de la serie de obras allí producidas ha podido verse en la Royal Academy de Londres entre el 11 de agosto y el 26 de septiembre.
La representación de la naturaleza, plena de vigor, se convierte entonces en el motivo decisivo de su obra. El jardín, la casa del pintor, los árboles, el cielo, el agua, los paisajes animados, vivos en sus pinturas y dibujos como podemos ver en las reproducciones del libro, son como espejos dialécticos de los ambientes urbanos, tan cerrados y diferentes. Y, a la vez, una llamada de atención sobre esos registros de vida natural que hay que cuidar y conservar.
Este ensayo es una interrogación abierta y continua de Hockney acerca de sí mismo y de sus procedimientos de trabajo
El viaje interior de Hockney, además de a la naturaleza, nos lleva también a los procesos complejos y dinámicos de sus maneras de hacer arte, siendo siempre muy consciente de la intensa abundancia de imágenes en reproducción hoy disponible. Sus reflexiones permiten apreciar una interrogación constante acerca de sí mismo y de su trabajo, en diálogo y contraste con las obras y los artistas del pasado. Podemos apreciar, con todos los matices, especialmente sus conexiones con Brueghel el Viejo, Rembrandt, Degas, Cézanne, Van Gogh, y del modo más intenso a Picasso, a quien consideraba su maestro.
Sus obras son específicamente dibujos y pinturas, pero en ello trabaja siempre minuciosamente. En el libro, tras una referencia precisa a Degas, quien habría indicado sobre sí mismo: “solo soy un hombre al que le gusta dibujar”, Hockney señala: “Ese soy yo, un hombre al que le gusta dibujar. No dejo de conocer gente que dibuja de forma algo tosca, y yo les digo que hace falta un poco de práctica. Necesitas que te digan las cosas: cómo ver con más claridad. Puedes enseñar el oficio, pero la poesía no la puedes enseñar”. (pags. 81-83). De eso se trata: dibujos y pinturas estudiados y desarrollados a fondo para intentar dar paso a la poesía en las formas visuales, a los ecos de la vida.
En cuanto a la técnica, Hockney se sitúa también en el presente: utiliza para plasmar sus dibujos el soporte digital del iPad, que imprime más velocidad a su producción de obras. Esto es lo que él mismo señala: “En un dibujo o una pintura puede haber horas, días, semanas e incluso años. Con un lienzo podría tardar dos o tres días, pero con el iPad tengo que terminarlo más o menos del tirón (aunque a veces puedo trabajar un poco en ellas [en esas obras] el día después)”. (p. 214).
Las reflexiones de Hockney permiten apreciar una interrogación constante acerca de su trabajo, en diálogo y contraste con las obras y los artistas del pasado
La cuestión del tiempo en el proceso artístico es central para Hockney. En sus obras, nada está quieto, todo se mueve. Sus paisajes están animados, y como señala Martin Gayford “inciden en el constante movimiento en que se hallan muchas panorámicas que consideramos estáticas: el amanecer, la lluvia, la puesta de sol”. (p. 146). Los colores, a cuyos soportes Hockney presta una gran atención, el agua, las salpicaduras, y la transparencia (especialmente en la representación de cristales) son en todo momento flujos dinámicos. Esa voluntad de representar interiormente el movimiento en las formas estáticas del dibujo y la pintura está detrás de la atención que a lo largo de su trayectoria ha prestado siempre a la representación del agua, y que se ha hecho muy intensa en su etapa en Normandía.
Estas cuestiones se articulan con la importancia que para Hockney tienen la música y los libros. Su pérdida de capacidad auditiva, por lo que ha tenido que utilizar audífonos desde 1979, no impide su atención permanente a las obras musicales, con su gran aprecio por Beethoven y Wagner. En cuanto a la literatura, encontramos referencias a los Hermanos Grimm, H. C. Andersen, Flaubert, y Julian Barnes.
Obviamente, en el libro todo se articula en torno a la primavera, esa especial primavera en Normandía, sobre la que Hockney nos dice: “Siempre recordaré la primavera de 2020. Hace un tiempo maravilloso. Llueve algunos días, pero la lluvia es bonita.” (p. 256). En ella encuentra el movimiento de la vida. Y su objetivo central es crear imágenes: “Tengo que pintar. Siempre he querido hacerlo, desde que era pequeño. Ese es mi trabajo, crear imágenes, y llevo más de sesenta años haciéndolo”. (p. 202). Hacer eso implica buscar una representación dinámica, y en este punto se sitúa el factor conceptual decisivo en el pensamiento de Hockney: “Yo creo que el tiempo está en mis pinturas. Siempre están fluyendo, siempre, igual que siempre fluye la naturaleza”. (p. 211). Porque para él, como ya señaló Heráclito, “todo fluye”, “todo se halla en un flujo” (p. 208). A través del arte, en el viaje de Hockney a la primavera, donde la naturaleza no deja de fluir. Las raíces de la vida.