Confieso que siento debilidad por esos artistas que no acaban de encajar en las clasificaciones de la historia del arte. Se sitúan un poco antes, como precedentes o un poco al lado, como excéntricos, respecto del movimiento en que les colocamos. Ya se trate de Giorgio de Chirico, precedente del surrealismo, Paul Klee (¿es expresionista, cubista, surrealista?), Balthus (¿realista, surrealista, pornógrafo?) y algunos otros más. Son también casos de excelencia artística y bien podrían ser los mejores representantes de una tendencia… a la que sólo pertenecen ellos mismos. No tienen seguidores, porque su identidad es tan rotunda que sólo cabe copiarlos. Son como estrellas sin constelación, pero si los hilvanáramos en su distancia formarían otro mapa. Quizás más real, porque la historia del arte, construida retrospectivamente, crea una falsa impresión de crecimiento orgánico, que parece responder a una lógica.
Es la primera muestra que se le dedica en España y una de las más completas en Europa de este pintor abstracto irrepetible y autor de chistes corrosivos
Estas singularidades revelan que, aunque exista eso que llamamos el espíritu del tiempo y los condicionantes socio-históricos, cada gran artista inaugura y clausura un mundo. Es el caso de Ad Reinhardt (Búfalo, 1913 - Nueva York, 1967), adscrito habitualmente al expresionismo abstracto, si bien no fue en absoluto expresionista, y si fue abstracto –y lo fue radicalmente– la suya es una abstracción muy distinta a la de sus compañeros de la Escuela de Nueva York. Compartió con ellos, eso es cierto, la misma geografía y con ellos –y contra ellos– participó en todas las batallas artísticas de su tiempo. Pero por lo demás, su originalidad y la enorme influencia en tendencias posteriores como el minimalismo y el arte conceptual, le colocan en un lugar aparte. El otro ingrediente de su excentricidad define una posición muy personal respecto de uno de los registros más habituales de las vanguardias modernas: la intención de fundir el arte con la vida. A diferencia de aquellos artistas y tendencias que pretendieron que la primera tratara de cambiar la segunda (constructivistas, surrealistas) o que la segunda invadiera la primera (arte pop, arte de acción), Reinhardt desarrolló con igual energía una actividad artística y otra de activista y polemista, sin que se produjera un cruce entre ambas. Eso es lo que quiere reflejar de forma contundente el extraño título de esta exposición: “El arte es el arte y todo lo demás es todo lo demás”.
Esta muestra es la primera que se le dedica en España y una de las más completas que se han realizado en Europa. Reúne 47 obras, procedentes de múltiples museos y colecciones y, por otro lado, una amplísima documentación sobre su actividad como escritor, profesor, activista, ilustrador, caricaturista y autor de viñetas sobre el arte y sus instituciones. Esto es lo que le convierte definitivamente en irrepetible: pintor abstracto de una seriedad sin fisuras y autor de chistes corrosivos sobre la propia abstracción, las galerías y la crítica de arte.
La de Reinhardt es una trayectoria de pintor abstracto puro como pocos, ya fuera en sus collages, dibujos o cuadros. Y así en exclusiva y desde el principio al fin, a diferencia de otros colegas de la Escuela de Nueva York. En la década de los treinta se movía en los alrededores del cubismo y la abstracción, marcadamente de Jean Hélion o Stuart Davis. En la década siguiente viró hacia una pintura más ordenada, que llamaba “alfombras orientales”, con formatos verticales como los de la pintura china. En la década de 1950 aparece ya el que será su estilo más propio, de una sobriedad geométrica que debe mucho a Mondrian y le emparenta con Josef Albers, alejándose de cualquier atisbo expresionista. Pero a partir de 1954 abandonará definitivamente el color. En 1960 empieza su serie de pinturas más radicales: negras y todas en el mismo formato cuadrado. Pero no es exactamente así. Tras el negro, se perciben tonos rojos o verdes y estructuras como la cruz. Son cuadros deliberadamente imposibles de reproducir, que obligan a ser vistos directamente. Y eso es lo que sucede en esta exposición, para desesperación o goce de los que los contemplamos.
La Fundación March ha correspondido a la rareza de Reinhardt con una exposición igualmente singular. Dividida en dos, las salas de una parte presentan sus cuadros en una secuencia cronológica, desnudos de cualquier aderezo que distraiga de su estricta contemplación. Y cuando digo desnudos es que no tienen ni siquiera cartelas identificativas. Me parece una decisión muy valiente, porque va a provocar el desconcierto del público, que acostumbra a mirar primero qué dicen que es el cuadro y luego a comprobarlo por sí mismo. Obligarte a una experiencia personal es devolver a las obras su entera presencia. La otra parte de la muestra exhibe, bajo los rótulos de una cronología redactada por el propio artista, una amplia variedad de textos e imágenes, producto de sus diferentes compromisos. No rehuyó ninguna de las polémicas de su generación y ahí están las pruebas: cartas de protesta, declaraciones airadas, ilustraciones en revistas de propaganda de la URSS… y la memorable sección titulada ‘Mirar no es tan fácil como parece’, que reúne sus originales diagramas y explicaciones sobre la evolución del arte y de la mirada artística.
En una viñeta en la entrada vemos a un espectador que ante un cuadro abstracto le pregunta: “¿Qué representas?” Y el cuadro contesta “¿Y qué representas tú?”. Esto es Ad Reinhardt.