Brassaï, el paseante de la visión
Las imágenes reunidas en el Museo Picasso Málaga, datadas entre los años treinta y sesenta del pasado siglo XX, nos llevan a un París que hoy ya no existe
1 noviembre, 2021 09:13Uno de los aspectos más relevantes de las exposiciones de arte es que nos permiten viajar tanto en el espacio como en el tiempo. Este es el núcleo de esta relevante muestra de fotografías de Brassaï en el Museo Picasso de Málaga, centradas en su visión de París: la llamada “ciudad luz”, que él nos muestra también en la oscuridad y en la noche, permitiéndonos ver en paralelo París como “ciudad noche”.
Las imágenes reunidas, todas ellas provenientes del patrimonio familiar de Brassaï y datadas entre los años treinta y sesenta del pasado siglo XX, nos llevan a un París que hoy ya no existe. Es un profundo viaje en el tiempo, en el que podemos apreciar los movimientos y signos de vida de la ciudad, y a la vez a un conjunto de figuras sumamente relevantes de la vida intelectual y artística fijadas en el objetivo fotográfico de Brassaï, y de un modo más intenso la importante relación que mantuvo con Pablo Picasso.
El primer encuentro con Picasso fue en su taller, en 1932, para fotografiar su obra escultórica
La exposición se articula en cuatro secciones: El París de Brassaï, París de día, París de noche y Conversaciones con Picasso, a las que se unen otras dos secciones complementarias: El panorama cultural de París y Brassaï artista. Además de las fotografías de Brassaï se muestran también obras de Picasso y de otros artistas (Braque, Léger, Dora Maar, Henri Michaux…), así como películas de época y documentos (entre otros, algunos de carácter personal de mucho interés). Es importante destacar que tanto en la concepción como en los criterios de articulación de la muestra ha desempeñado un papel destacado Philippe Ribeyrolles, sobrino del artista, lo que nos permite una comprensión más próxima y profunda acerca de su figura.
Y así, aunque su núcleo principal y su síntesis personal fue la fotografía, en el recorrido podemos apreciar que Brassaï vivía de modo simultáneo en todas las artes, en las que entró y avanzó siempre como autodidacta. El cine fue para él determinante, y desarrolló su actividad como escritor (muy prolífico), en dibujos, en obras impresas y en esculturas (hay en la exposición tres de ellas, de pequeño formato). En su proceso de formación es sugerente algo que dice Philippe Ribeyrolles: que fue “acunado por Goethe y alimentado por Proust”.
Gyula Halász era el verdadero nombre de Brassaï (1899-1984), que había nacido en Brassó (Transilvania, hoy en Rumanía), ciudad de la que tomó su nombre artístico: Brassaï significa “de Brassó”, expresión explícita de su origen. Sin embargo, su vida, enmarcada en el signo de la modernidad, fue la de un caminante por la ciudad, un viajero por el mundo. Su padre, que había estudiado en París, en la Sorbona, fue profesor de literatura francesa en la universidad de su ciudad natal. Tras vivir en Budapest y en Berlín, donde estudia Bellas Artes, Brassaï se traslada a París en febrero de 1924.
Y aquí creo que se sitúa una cuestión central para comprender en profundidad su personalidad y su obra, que nos lleva a su forma de entender el viaje en la vida en una comunicación directa con lo que podemos encontrar en Charles Baudelaire, quien acuñó el concepto del flâneur, del paseante solitario, que viaja sin rumbo fijo por la ciudad hormigueante y llena de sueños que asaltan a todo aquel que tenga alerta su mirada. Con lo que para ese paseante sin rumbo pragmático, la ciudad se convierte en un objeto artístico y erótico. Todo ello brilla con intensidad en las profundas imágenes de la vida en París que nos transmiten las fotografías de Brassaï.
También brilla la vida y el impulso del arte en la atención especial que la muestra nos da de su relación con Picasso. Uno de los libros de mayor interés de Brassaï, que tiene el mismo título que la sección que aquí encontramos: Conversaciones con Picasso, fue editado en 1964, con una dedicatoria al mismo en su 83.º aniversario, que se cumplía entonces.
En el libro podemos leer acerca del primer encuentro entre ambos, que tuvo lugar en 1932 en el taller de Picasso, adonde Brassaï acudió para fotografiar su obra escultórica, en aquel tiempo “todavía completamente desconocida”, y para llevarla a treinta páginas del primer número de Minotaure, revista del grupo surrealista. Aunque ambos estuvieron próximos, ni uno ni otro se integraron de forma plena en el ámbito del surrealismo.
Con Picasso se puede establecer un paralelismo de interés en la sensibilidad y líneas de trabajo de Brassaï: la importancia de la mirada en profundidad, no quedarse meramente en la mirada momentánea, parcial, superficial, sino intentar pasar de mirar a ver. Brassaï se confiesa “fascinado” por los ojos de Picasso, que caracteriza así: “diamantes negros”, “ojos ardientes”, “ojos azabache”, y señala que en él “todo está centrado sobre la fijeza extravagante de la mirada que os atraviesa, os subyuga, os devora…”.
Y eso es, en definitiva, lo que Brassaï persigue con su obra, en una diversidad de registros: centrarse en la mirada para, a través de ella, llegar a ver. Brassaï: el paseante de la visión.