En el Archivo General del Palacio Real hay unas 57.000 fotografías de gran importancia histórica. De ellas, este conjunto de quince marinas de Le Gray es quizá lo más valioso. Y no solo por su valor de mercado, elevadísimo: su récord en subasta es de 917.000. E. Gustave Le Gray (Villier-le-Bel, 1820 – El Cairo, 1884) lo tuvo todo y lo perdió todo; tras ser maestro de maestros quedó en el olvido durante un siglo. Hoy se le reconoce como gran artista y como gran innovador, pues le debemos la invención o el perfeccionamiento de –en términos de hoy– la instantánea, los filtros, el Photoshop y el HDR.
Este conjunto de marinas es quizá lo más valioso de la colección de fotografía del Archivo del Palacio Real
En su tiempo, la fotografía se integraba en los ámbitos de la química y de la industria pero él siempre quiso llevarla al terreno del arte. No en vano se había formado como pintor con el romántico –y teatrero– Paul Delaroche y se había ejercitado en el Louvre y en Italia como copista. De hecho, cuando abrazó el daguerrotipo en 1847, solo ocho años después de su invención, destacó por sus reproducciones de cuadros célebres. Se movía entre pintores y compartió los cambios en la sensibilidad, en los intereses y en las formas que derivarían, a partir del naturalismo de Barbizon –frecuentó aquellos artísticos bosques desde 1849–, en el impresionismo. Este vínculo fue destacado en la estupenda exposición Los impresionistas y la fotografía, en el Museo Thyssen (2020) que incluyó 12 obras suyas, entre ellas cuatro marinas.
Sus días de gloria pasaron rápido. La década de 1850 la abrió como fotógrafo de cámara de Napoleón III y como participante de la trascendental Misión Heliográfica que documentaría los monumentos franceses. Inauguró un lujosísimo estudio en París en el que cobraba a precio de oro sus clases a aprendices de buena posición, se convirtió en retratista de la alta sociedad, en fotógrafo de eventos oficiales, en teórico de referencia. Y la cerró huyendo de sus acreedores, con Alejandro Dumas como compañero de aventuras que le dejó tirado al poco de partir hacia Oriente… acabando oscuramente su periplo en Egipto, donde viviría casi un cuarto de siglo.
Con las marinas tocó el cielo. Lo retocó. Algunos daguerrotipistas habían tomado fotografías en las costas pero esos escenarios planteaban dificultades lumínicas entonces insalvables: el tiempo de exposición necesario para captar los detalles en la arena o el agua quemaba el cielo. Aún con sus grandes negativos de papel encerado, que dibujaba más rápida y nítidamente la imagen, y su control de los procedimientos –ese virado al oro que se hace violáceo–, Le Gray no habría conseguido la fotografía perfecta. Así que hizo trampa (y siempre lo negó): combinó dos negativos, uno para el celaje y otro para el agua y la tierra, cosidos en la línea de horizonte. El HDR de hoy. Incluso combinó un cielo de acá y un mar de allá. Y tuvo un éxito fulgurante. Exposiciones, premios, suscripciones a centenares para conseguir copias… Se confeccionaron álbumes, como el que fue regalado a Isabel II ya en 1859, y que fue desencuadernado para decorar las habitaciones de Alfonso XII en La Granja.
Hoy nos resultan atractivas quizá por otras razones, más poéticas que técnicas. Buena parte de las imágenes son de una enorme esencialidad. Aunque están realizadas en lugares identificados, en Normandía y en Montpellier, no representan nada. Los contemplamos como áureos paisajes anímicos que emergen de una oscuridad que aún subsiste en los márgenes.