Situado en la cima del monte Agiña, en un lugar del Pirineo occidental marcado por la presencia de numerosos restos prehistóricos, se levanta el monumento dedicado al compositor y musicólogo Padre (o Aita, en euskera) Donostia (José Gonzalo Zulaika; 1886-1956). Fue realizado por encargo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi poco después de la muerte del músico y religioso capuchino, y quedó inaugurado el 20 de junio de 1959. Se compone de dos elementos. En primer lugar, la estela funeraria en piedra oscura Homenaje al Padre Donostia, en la que el escultor Jorge Oteiza (1908-2003) conecta dos de sus intereses primordiales: el arte prehistórico y la estética de las vanguardias suprematistas. El segundo, y en recuerdo de la condición religiosa del músico, una sencilla capilla proyectada en hormigón por el arquitecto Luis Vallet (1894-1982).
El memorial, por la belleza y los restos megalíticos del paraje en el que se sitúa y por la resonancia de las personalidades artísticas que evoca –un músico, un escultor y un arquitecto–, es un espacio de gran poder simbólico y de conexión con el arte y la cultura vascas. Su imponente presencia a 556 metros de altura y en medio de la naturaleza está en la génesis de la videoinstalación Piedra y cielo (2019) de Víctor Erice, que se puede visitar en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y que forma parte del Programa de Videoarte y Creación Digital que impulsa esta institución junto a la Fundación BBVA.
Ahora, esta iniciativa ha dado lugar al libro Piedra y cielo. Jorge Oteiza, una evocación, un proyecto editorial dirigido por Guillermo Zuaznabar, investigador y profesor de Teoría del Arte y de la Arquitectura de la Universitat Rovira i Virgili, en el que Víctor Erice reflexiona sobre la figura de Oteiza a partir de la conferencia que el cineasta impartió en 2019. “Desfigurada, roma pero resistente, la piedra, con un lenguaje moderno pero con memoria de estatua clásica, enseña a mirar los crómlech y el paisaje, tal y como, de forma magistral, Víctor Erice recoge en su videoinstalación Piedra y cielo (2019)”, explica Zuaznabar.
La videoinstalación de Erice se dio a conocer en el Museo de Bellas Artes de Bilbao en noviembre de 2019 y consiste en un dispositivo de dos pantallas enfrentadas y colocadas en una habitación oscura con dos proyecciones denominadas Espacio Día y Espacio Noche. La parte sonora incluye el registro de los sonidos ambientales en diversos momentos del día y la noche, y la última pieza para piano escrita por Aita Donostia y emblemática en su producción: el Andante Doloroso (1954), recuperado en 2017 e interpretado por uno de los mejores conocedores de la obra de su autor, el pianista Josu Okiñena.
El propio Erice describió así su trabajo representado en el libro por una selección de imágenes: “Situadas [la estela y la capilla] frente a la cámara de video […] han sido sometidas en Piedra y cielo a un proceso de ‘cinematización’ donde la luz, el sonido y el tiempo desempeñan un papel esencial. La visión diurna […] establece un contraste con la nocturna. La primera ofrece unas imágenes donde la naturaleza convive con las huellas de la historia […] la segunda intenta captar algo de la dimensión metafísica del escenario iluminado por la luna […]. En definitiva, los elementos propios de lo que Oteiza identificó como la ‘Cultura del Cielo’ […]”.
Con motivo de la presentación de su obra, Víctor Erice pronunció una conferencia que es la base de esta publicación, tal y como él mismo explica: “El 13 de noviembre de 2019, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, di una conferencia sobre el proceso de creación de Piedra y cielo, la videoinstalación, inaugurada el día anterior, que tomaba como motivo el monumento dedicado al músico Aita Donostia (1886-1956) en el monte Agiña (Lesaka, Navarra). En dicho monumento la estela funeraria de Jorge Oteiza tenía un papel protagonista, que procuré reflejar en mi audiovisual. Es por ello que la semblanza de la figura y obra del escultor de Orio ocuparon en la conferencia un espacio central”.
El libro recoge un texto de Erice, que comienza con una reflexión personal sobre sus colaboraciones con museos y centros de arte, que él entiende en clave cinematográfica. Aborda seguidamente la figura de Jorge Oteiza –a quien trató a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta– rememorando las impresiones que se conservan de la primera visita del escultor a Agiña y su idea del crómlech como espacio protector del ser humano. Junto al pensamiento oteiciano, Erice identifica como otra fuente de inspiración el texto que Gillermo Zuaznabar escribió en 2005 como comisario de la exposición Piedra en el paisaje que el museo de Alzuza (Navarra) dedicó al monumento. Erice califica este trabajo como “…una guía para abordar visualmente la estela de Oteiza como un contenedor de luz…”. A partir de aquí, desvela los procedimientos –time-lapse, rodaje nocturno…– y recursos –sobreimpresión de fragmentos de dos poemas de Oteiza al final de los dos videos– de los que el cineasta se ha valido para transmitir los fundamentos del pensamiento y la estética en esta personal evocación de Oteiza.