Cuando allá por la década de 1930 Alfred H. Barr, flamante director al MoMA de Nueva York, sugirió a Gertrude Stein que les donara su importante colección de arte, al parecer, ella contestó: “Puedes ser un museo o puedes ser moderno, pero no puedes ser ambas cosas”. La situación se complica aún más si el museo pretende ser de arte contemporáneo. En el Real Decreto por el que se aprobaba el Estatuto del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, podemos leer: “…el MNCARS ejemplifica la consolidación de la dimensión social del museo, convertido en auténtico foro multidisciplinar de experimentación, generación de conocimiento y debate en la esfera pública”. Ahí es nada: la institución alojando a sus críticos. Con estos planteamientos se ha abordado la nueva organización de la colección: la condición de contemporaneidad obligará a la perpetua renovación de lo expuesto; la dimensión social implicará una voluntad de debate, conectando con los intereses y aspiraciones del público.
El resultado es una muestra gigantesca, que ocupa 5 plantas del Museo y reúne más de 2.000 piezas (como novedad, se ha incorporado la arquitectura y el fotolibro). En ella se recorre enteramente el siglo XX, desde sus mismos inicios, y se llega hasta hoy. Desde Romero de Torres a Pedro G. Romero y desde el París finisecular de Atget al Mozambique de Catarina Simão de 2014. La organización de la colección combina una cronología sobresaltada con una geografía dispersa. El modelo es la “serie”, un esquema que hoy todos conocemos bien y que permite un desarrollo no necesariamente lineal, sino con retrocesos y expansiones.
La nueva presentación tiene momentos gloriosos, tramos muy instructivos y súbitos relámpagos poéticos
Hay consideraciones previas que amparan toda una serie de decisiones metodológicas, entre ellas la de que las obras de arte no son inertes ni ahistóricas. O sea, que sólo podemos entenderlas cabalmente articuladas en su contexto original y, por otro lado, que nos interrogan de forma distinta según el tiempo y el lugar. Esta es la razón por la que se han tratado de recrear algunas exposiciones clave (la Documenta 7, de 1982, el pabellón español de la Bienal de Venecia de 1958…). La otra consecuencia es que nos encontraremos con artistas que aparecen en escenarios muy distintos (Maruja Mallo en los años de la II República, pero también, con sus extraños mecanismos, en compañía del Manifiesto Cyborg de Donna Haraway, medio siglo después). Aún otra precisión: esta colección no pretende ser exhaustiva, ni siquiera antológica.
Faltan nombres de primera fila del panorama internacional del arte del siglo XX y se da espacio a propuestas localistas un punto arbitrarias, dada la amplitud espaciotemporal de la muestra. Pero es que el relato predomina frente a la historicidad y en función suya se han elegido unos nombres y unos lugares. Por último: un museo de arte contemporáneo no lo es sólo por la actualidad de lo que muestra, sino por los enfoques que adopta para mostrarlo. Los atentados del 11 S, la crisis global del 2008 o los sucesos del 15 M español trastornaron muchas de nuestras ideas acerca del mundo, su complejidad y su futuro. Y eso no sólo afecta a los hechos artísticos, en este caso, del presente, sino también nos hace ver con distintos ojos el pasado.
La nueva reordenación comprende un total de 6 capítulos (Episodios, en este caso, siguiendo el modelo serial). En estos últimos meses se han ido presentando los cuatro primeros, que no siguen un orden cronológico. Abarcaban una visión panorámica de las vanguardias históricas en el escenario europeo y en paralelo, un extenso recorrido por el arte español hasta el final de la dictadura. Y por otro lado, una magnífica representación del arte latinoamericano de entre 1964 y 1987, dedicada a los nuevos lenguajes y nuevas prácticas que surgen en aquellos años (la mayoría, nuevas adquisiciones, que componen así una representación solvente de ese ámbito). Hace una semana se inauguraban las salas de arte español desde la Transición hasta prácticamente hoy y una serie de catas muy acertadas en el ámbito latinoamericano. En el internacional me parece más discutibles (¿por qué la Europa del Este postcomunista y no la China neocapitalisa, por ejemplo?).
En cuanto al arte español, destacaría la combinación entre visiones más estilísticas y antológicas (informalismo, realismo) y miradas micro (las galerías Dalmau, la galería Vijande). Me parece muy útil este recurso, que inserta las obras en su devenir histórico. En este sentido, tiene mucho interés también la combinación de lo que fue el arte más convencional, visible, y ese otro que quedaba en sombra. Pienso en las propuestas críticas con la Expo 92, articuladas bajo el título Non Plus Ultra, por ejemplo.
En definitiva, la nueva ordenación de la colección del Reina tiene momentos estéticamente gloriosos (la sala dedicada al arte preferido de Breton), tramos extraordinariamente instructivos (la contraposición de las figuras de Bacon, Giacometti y Leon Golub en la sala titulada ‘Nuevas imágenes del hombre’) y súbitos relámpagos de genio poético (las tres canoas que para corresponder a las tres carabelas han regalado los indios de Chiapas al museo). Nos permite seguir aprendiendo (vean si no la sala dedicadas a Mujeres y tardofranquismo) y atisbar la rica complejidad de artistas, colectivos e instituciones que desde el Tropicalismo a Yeguas del Apocalipsis convierten el arte latinoamericano no en una secuela primermundista, sino en un discurso distinto, aunque utilice la misma gramática. La mayoría de los giros del arte contemporáneo (por seguir la terminología de A. M. Guasch) están bien representados (notablemente el feminista y el etnográfico). Creo en cambio que el ecológico apenas está esbozado y eso queda pendiente.