Son dos de los artistas más sólidos de su generación, con una mirada lúcida y un trabajo que gira en torno al propio hecho artístico –a cómo se presentan las obras de arte en museos, ferias de arte y hasta en internet– y al reciclaje de imágenes ya existentes. Oriol Vilanova (Manresa, 1980) es más "analógico" y tiene como columna vertebral de su producción una completa colección de postales, 121.947 el día que mantenemos esta conversación, que alimenta, insaciable, con sus constantes visitas a mercados de pulgas –muchos de ellos en Bruselas, ciudad donde vive desde hace 9 años– tiendas de museos y de souvenirs, librerías de segunda mano o anticuarios. "Me interesa todo de este pequeño objeto –explica– su biografía, su reproducción, su distribución, su precio, su formato. Las postales son memoria material de lo popular, son iconografía y literatura abreviada. No tienen dos caras, tienen muchas más".
“Internet es una fuente de imágenes. Mi experiencia cotidiana sucede a través de las pantallas ”. Cristina Garrido
Cristina Garrido (Madrid, 1986), por su parte, se nutre en gran medida de imágenes de internet, de pantallazos y descargas que adquieren después formas diversas, instalaciones, vídeos, fotografías, acciones y hasta conversaciones.
Los dos tienen algo de los espigadores de Agnès Varda, de recolectores y coleccionistas, aunque sus proveedores no sean exactamente mismos. Garrido encuentra su principal fuente de inspiración en la red –"mi experiencia cotidiana sucede a través de las pantallas"–, mientras que Vilanova se mueve por los mercadillos como pez en el agua. "Voy organizando las postales por temas e inquietudes en el momento de la compra. Y, una vez clasificadas, pasan a formar parte de un clan de imágenes a la espera de ser activadas en un futuro próximo. O lejano". Así, cuando mencionan a autores que les inspiran, Oriol piensa en Ramón Gómez de la Serna o en Francis Picabia, mientras que en la lista de Cristina hay nombres como Ignasi Aballí, Saâdane Afif o Suso Fandiño.
Coincidieron por primera vez en Generaciones 2015, en La Casa Encendida, una de las ediciones más memorables de este certamen de arte joven, en la que también participaron nombres como Elena Aitzkoa. Karlos Gil, Fermín Jiménez Landa o Pep Vidal. "En ese momento –recuerda Cristina– ya seguía a Oriol. Me interesaba su condición de artista trapero –algo con lo que me identifico–; no fabricante de piezas sino generador de pensamiento sobre imágenes y objetos ya existentes". A lo que Oriol añade: "A mí me llama la atención del trabajo de Cristina esa mirada hacia el 'fuera de campo' del aparato artístico, sus clichés y sus escondites".
Son ahora, además, protagonistas de dos exposiciones individuales que explican muy bien sus intereses. Cristina Garrido nos sorprende con un viaje a la época pre-internet con El mejor trabajo del mundo, en la Fundación DIDAC de Santiago de Compostela, una instalación que funciona como un gran escenario en el que reproducciones de pinturas de Barceló (transferidas aquí a un poster), Van Gogh (en un cojín con su autorretrato), la rueda de bicicleta de Duchamp o el bombín de Joseph Beuys hacen de atrezzo. Estos objetos se enmarcan en un entorno de resonancias domésticas, donde también encontramos un carrito de bebé o un sofá.
Aborda Garrido con toda esta escenografía una cuestión incómoda: la historia de muchos artistas que abandonan su carrera. Conforme recorremos la sala se escuchan varios testimonios de creadores contemporáneos, a los que se suman dos obras de arte, La chuleta de Isidoro Valcárcel Medina y una fotografía de la Esther Ibarrola de 1992, varias publicaciones y un manojo de llaves con un llavero de la Estatua de la Libertad.
Fotografiar la nieve
Con los ojos abiertos en la oscuridad, la exposición con la que Oriol Vilanova se estrena en la galería Elba Benítez de Madrid, aglutina distintas temporalidades: "El tiempo meteorológico, el tiempo metafísico, el tiempo vital, el tiempo de la colección y el tiempo de las imágenes". De las tres piezas, la más impactante es Bajo cero (desde 2017), una colección de más de 4.500 postales de escenas nevadas, ciudades y pueblos bañados de blanco con las que ha empapelado varias paredes. "La nieve se convierte así en un personaje entre lo absurdo y lo poético –explica–. La primera nevada tiene efectos mágicos. ¿Quién puede resistirse a tomar una fotografía? Colapsa redes sociales, noticias y conversaciones aunque, como todo, no dura para siempre".
“Las postales son memoria material de lo popular, iconografía y literatura abreviada. tienen muchas caras”. Oriol Vilanova
Las postales continúan en otra sala con Celebración (2020), pero esta vez son los mostradores, dos "postaleros" mecanizados, los que toman mayor protagonismo. "Bailan a un mismo ritmo, giran sin fin, proyectan efectos de luz en las paredes que les rodean. Uno contiene postales de naranjas y el otro de búhos y representan las estaciones cálidas. Para mí el dispositivo no es inocente ni invisible, está ahí para contarnos historias. No sé separarlo de la obra, dónde empieza uno y acaba el otro".
Esta sensibilidad hacia un tema y sus variaciones y la cadencia cromática de los paisajes está presente en proyectos anteriores de los dos artistas. Pienso en El color local es un invento extranjero (2019), en el que Cristina Garrido acumulaba en la galería The Goma varios cielos sacados de pinturas descargadas de páginas web de museos con el objetivo de atrapar "el color propio de distintas zonas geográficas". También en los atardeceres playeros –Sunsets from… (desde 2012)– de Oriol Vilanova, donde lo que le movía, apunta, era "un interés por la repetición y diferencia del estereotipo". En un momento tan saturado de imágenes como el actual, ¿qué pueden aportar propuestas artísticas como estas? "Un espacio y un tiempo de sosiego que posibilite reflexiones; que nos aporte herramientas críticas para ser menos vulnerables", cierra Garrido.