La casa de Isabel Villar (Salamanca, 1934), en el madrileño barrio de Arturo Soria, tiene algo de oasis. Le precede una gran pradera que, sin obstáculos ni edificaciones a la vista, permiten que la luz entre libremente en su salón. Paseando la vista por esas cuatro paredes se puede deducir mucho de esta pintora incansable, conocida y reconocida por sus escenas de mujeres en escenarios mágicos acompañadas de todo tipo de animales.
En esos muros no cabe ya ni un alfiler y sí muchas obras de artistas que le han acompañado –a ella y su marido, el también artista Eduardo Sanz, fallecido en 2013– en todos estos años: Úrculo, Canogar, Juan Uslé, Vicky Civera, Alcaín, Pérez Villalta o una pintura en la que el Equipo Crónica retrataba, ya en los setenta, a los reyes eméritos con sus rostros tachados con una franja amarilla de Lichtenstein. Entre sus álbumes de "recuerdos", más caras conocidas: Juana Mordó, Gordillo, Manrique, Gerardo Rueda, Zóbel, Calvo Serraller o un jovencísimo Ángel González que, cuenta divertida Villar, "vivió unos meses en el piso de arriba, mientras se recuperaba de una ruptura amorosa".
Su trayectoria ha transcurrido sin sobresaltos. "Me he podido dedicar a la pintura porque mi obra se ha vendido siempre bien, nunca he tenido precios altos, me importaba más que la gente pudiera acceder a ella", dice remarcando que siempre quiso ser pintora pintora, y no docente.
"No me importa que mi obra resulte repetitiva. Magritte hizo siempre el mismo león y a mí me encanta"
Pregunta. Comenzó en un piso de su abuela en la Plaza Mayor de Salamanca. ¿Cómo fueron esos inicios?
Respuesta. Ese fue mi primer estudio. Después, en Madrid, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, coincidí en clase con Manolo Alcorlo, Alfredo Alcaín, Eduardo... Canogar, Millares y Antonio López también estaban en la escuela. Éramos muy pocas mujeres y no estábamos muy valoradas, hasta tal punto que prefería firmar mis cuadros con la inicial de mi nombre, "I. Villar". Era la época en la que empezaba el arte abstracto en España, al que nunca me adscribí. Muy pronto empecé a hacer una pintura femenina, quería que se notara que era una mujer y que la gente reconociera mis cuadros.
P. ¿Dónde encuentra la inspiración para crear todas estas escenas tan fantásticas?
R. Son todas inventadas, quitando los animales salvajes que, como no me los sé bien, los suelo copiar de libros y revistas –dice señalando una mesa llena de recortes con fotografías de elefantes y una enciclopedia de aves–. Me entretiene más imaginar, nunca podría ser hiperrealista porque me aburre tener que copiar. Empiezo por un dibujo con muy pocos detalles y a partir de ahí voy completando la escena con cada pincelada. No me importa que mi obra resulte repetitiva. Magritte hizo siempre el mismo león y a mí me encanta.
Una obra feminista
P. Mujeres volando, solas o acompañadas, embarazadas… ¿por qué sigue siendo necesario hoy reivindicar lo femenino?
R. Es importante porque siempre hemos estado en un segundo plano. No hay más que pensar en el motivo del embarazo, en el que la mujer lleva todo el peso. Me gusta representarlo con la mujer sentada en una silla con un pequeño niñito en la tripa. Cuando un tema me marca, lo añoro y vuelvo constantemente sobre él. Pinto casi siempre jóvenes porque así eran las modelos con las que aprendí. El cuerpo masculino solo lo veíamos en anatomía y con el miembro tapado con "la cazuelita", como dice Cristino de Vera. He hecho muy pocos hombres, los toreros y una vez un Adán y Eva. Otro tema que me ha interesado y preocupa muchísimo es la naturaleza, de ahí mi gusto por representar animales en el verde. La especie más peligrosa ha sido la nuestra, los animales no matan por maldad sino para comer. Por eso no me ha gustado nunca pintar la realidad, mi pintura ha sido y es pura utopía.
En los últimos años ha habido un boom Isabel Villar, lo veíamos en su solo project en el stand de la galería Fernández-Braso en la última edición de ARCO, la muestra en su espacio y con un buen despliegue dentro de Colección XX: Historia del Arte en el CA2M hace un año. Ella recuerda, además, las dos pinturas que tiene en el Reina Sofía: "No se exponen mucho. Como no pertenezco a ningún grupo no es fácil contextualizarlas". También ha ilustrado portadas de libros, CDs (de Dolores Pradera) y su retrato de Fernando de los Ríos, Pablo Iglesias, Julián Besteiro, socialistas españoles (1976) fue la imagen del congreso del PSOE de ese año. "Lo pinté a partir de una fotografía que tenía mi cuñado, pero no fue un encargo –puntualiza– Alfonso Guerra me lo pidió porque lo vio en mi exposición en la galería Juana de Aizpuru en Sevilla".
"Me ha preocupado siempre la naturaleza. nunca me ha gustado pintar la realidad, mi pintura ha sido y es pura utopía"
P. ¿Ha sido importante la fotografía en su trabajo, en el diseño de sus composiciones o para perfilar algún personaje?
R. Hice una exposición hace muchos años en la galería Kreisler-Dos en la que todas las figuras estaban copiadas de unos álbumes que me regaló mi abuela, grupos familiares con la vestimenta de aquella época. También tuve una racha en la que me dio por pintar a un matrimonio en traje de boda, imitando los retratos del estudio de un fotógrafo, con un cartel como paisaje. Siempre me ha gustado que las exposiciones tuvieran un tema, con o sin animales. Hice una de ángeles, otra de gitanas, de flores y una de toreros que se llamaba España Cañí (en la galería Sen de Madrid en1986). Eso sí, nunca pinté toros.
Estas son algunas de las series que van ya camino del DA2 de Salamanca, donde inaugura el 28 de enero Leones en el jardín, la exposición más completa de la artista hasta la fecha. Comisariada por Sergio Rubira, reúne sus obras más importantes y viajará, después, al CEART de Fuenlabrada.
P. ¿Cómo le gusta definir su trabajo?
R. ¿Realismo mágico? No me preocupan mucho las etiquetas. Aguilera Cerni nunca me llamó naíf, por ejemplo, un término con el que no me identifico. Los naífs no tienen preparación y yo hago este tipo de obra porque quiero, podría estar haciendo realismo, arte abstracto... La crítica siempre me ha tratado bien y muchos de mis coleccionistas con vidas ajetreadas me dicen que, después de un día agotador, mirar mis cuadros les relaja.
P. ¿Le han inspirado otros artistas, el aduanero Rousseau, por ejemplo?
"Hice muy pronto una pintura femenina, quería que se notara que era una mujer y que la gente reconociera mis cuadros"
R. Me han comparado otras veces con él, más por los temas que por la manera de hacer. Tengo también un autorretrato de 1970 en el que aparezco con un mono agarrado, y en ese momento no sabía ni quién era Frida Kahlo. Siempre me ha interesado la pintura hecha por mujeres –Carmen Laffón, Isabel Quintanilla o Amalia Avia estaban en la escuela–, porque el trato que recibíamos no era el mismo. Fui la única que participó en muchas colectivas, pienso por ejemplo en 7 + 8 junto a Gordillo, Úrculo, Alcaín…seis pintores y yo la única mujer y con un estilo que no tenía nada que ver con el suyo. Recuerdo incluso una vez que un matrimonio se interesó por una obra mía, pero que tuvieron sus reservas para comprarla porque dudaban de si, al ser mujer, seguiría con mi carrera.
Toreros y ángeles
Entre anécdota y anécdota, Villar se mueve de una esquina a otra de la habitación y pasa, ágil, a una magnífica terraza transformada en invernadero en la que conserva, perfectamente organizada y catalogada, buena parte de su obra, tesoros y curiosidades. Hay, por ejemplo, unos dibujos de los años sesenta apoyados en una silla que tienen resonancias de los trazos románicos y bizantinos y son una maravilla, un desnudo en la pared ("de mi época de estudiante"), una mujer-ángel jugando al golf, tenistas, animales exóticos...
Su estudio está dos plantas más abajo, en un semi-sótano que tiene como centro el antiguo caballete de su marido. Está rodeado de botes de pintura plástica Hidralux –"solo uso 5 colores, y ninguno de ellos es el verde"–, recortes de revistas de naturaleza que le sirven de fuente de inspiración para todos esos animales fantásticos y una vieja radio en la que suena la Cadena Ser.
P. ¿Sigue pintando cada día?
R. Sí, siempre por las mañanas, aunque llevo unos días sin bajar al estudio dándole vueltas a la exposición. Esto es algo que hablo mucho con mi amigo Alfredo Alcaín: qué suerte tenemos los pintores de vivir toda la vida haciendo lo que más nos gusta. No nos jubilamos. Yo el día de la mujer cumplo 88 años.