A la espera de que el Ecce Homo que el pasado mes de abril iba a subastarse en la Casa Ansorena de Madrid con un precio de 1.500 euros sea confirmado como un caravaggio auténtico —y todo parece indicar que así será—, las colecciones españolas conservan cuatro obras del genio barroco. Un número nada desdeñable teniendo en cuenta la contada producción del pintor italiano debido a su azarosa biografía. Se trata del David vencedor de Goliat del Museo del Prado, la Santa Catalina de Alejandría del Thyssen, el San Jerómino de Montserrat y la Salomé con la cabeza del Bautista de Palacio Real.
Este último cuadro, excelente ejemplo de las virtudes tenebristas de Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 1571 – Porto Ercole, 1610), al fin va a poder ser contemplado por el público durante su recorrido por las estancias del palacio. En España no se veía desde 2016, cuando fue restaurado y vertebró la exposición que Patrimonio Nacional dedicó al Seicento italiano —la última vez que se expuso fue en 2019 en el Museo de Capodimonte de Nápoles—.
¿Y por qué se rescata ahora de la galería de pintura? "Caravaggio está en la agenda de todo", responde a este periódico Leticia Ruiz, directora de las colecciones reales de Patrimonio Nacional. "Esto ha sido una iniciativa casi de ciudadanos anónimos que nos han escrito diciendo que habían ido al Palacio Real tratando de ver el caravaggio y no lo habían podido hacer. Caímos en la cuenta y nos pareció una gran oportunidad, sobre todo en este 'momento Caravaggio' que vivimos, mostrar una obra maestra de las colecciones reales de esta forma". La Salomé se expone desde este martes en el Gabinete de Estucos, una pequeña y hermosa sala en la que se ha ingeniado un montaje caravaggesco de claros y oscuros. La presentación de la obra está patrocinada por la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán.
Salomé con la cabeza del Bautista es una tela tardía de Caravaggio, pintada en Nápoles hacia 1607, poco después de haber huido de Roma por cometer un asesinato. Aparece por primera vez documentada en un inventario fechado en 1657 de la colección de cuadros del segundo conde de Castrillo, García de Avellaneda y Haro, que fue virrey de Nápoles entre 1653 y 1659. La obra ingresó en los años posteriores en las colecciones reales españolas, y probablemente se envió desde Nápoles en el mismo lote que el Ecce Homo de Ansorena.
"Está clarísimo que fue una compra para el rey Felipe IV", explica Carmen García-Frías, conservadora de la colección de pintura antigua de Patrimonio Nacional. "El conde de Castrillo tenía, como todos los altos dignatarios de la corte, una partida que se llamaba gastos secretos y que, ente otras cosas, se destinaba a adquirir obras de arte para la decoración de los palacios reales". En 1666 la pintura de Caravaggio ya aparece mencionada el inventario del Alcázar de Madrid como parte de la decoración. Por suerte, se salvó del terrible incendio de 1734 al conservarse en el cuarto bajo. A partir entonces se expuso en otras estancias de los monarcas como el Palacio del Buen Retiro o la Casita del Príncipe de El Escorial, ya tras la invasión napoleónica.
La Salomé, en un estado de conservación "magnífico", representa la célebre escena bíblica con el vívido y característico contraste luminoso del tenebrismo de Caravaggio, y despliega una textura pastosa, densa, casi palpable, como la pesadez del manto de la protagonista. "Es el cuadro que te demuestra por qué este tipo revolucionó la pintura: no hay un eje vertebrador que equilibra las dos partes del lienzo sino que rompe con la idea de los volúmenes, genera un espacio vacío a la izquierda…", detalla Leticia Ruiz. "Es alguien que está cambiando el sentido compositivo, el de la luz, la propia naturaleza de las figuras, y estas contraposiciones entre la belleza y la tersura de la piel de la 'heroína' frente a la anciana de piel arrugada, que casi conforman una sola figura —no sabemos si es un tronco del que salen dos cabezas—, son Caravaggio puro".
El cuadro es pura mezcla de hermosura y horror. La escena se pinta cuando ya todo está en calma —Salomé mira de forma indiferente la cabeza decapitada del hombre, identificada por algunos estudiosos como un autorretrato del pintor, aunque posiblemente sea una leyenda más—, y contrasta con la versión de la National Gallery de Londres, donde Caravaggio reflejó una mayor acción: el verdugo deposita la cabeza del Bautista en la bandeja que sostiene la mujer. Este último lienzo se lo envió el genio barroco a Alof de Wignacourt, gran maestre de la Orden de Malta, tras su regreso a Nápoles en 1609.
Protegida como Bien de Interés Cultural, la Salomé del Palacio Real tiene un valor incalculable. "Es difícil porque hay muy pocos caravaggios en el mundo", resume la directora de las colecciones reales de Patrimonio Nacional. "Fue un gran pintor al que como le acompaña la leyenda de su propia vida tenemos una percepción entre romántica y novelesca. Su paso por la pintura fue una revolución completa que hizo que se cambiara para siempre la forma de verla e interpretarla. Fue un titán, un tipo formidable que tuvo poca producción, lo que hace que tenga más valor para todos poder contemplar esta obra aquí", concluye.