Pionero en el ensayo visual y el fotolibro, el más suramericano de los fotógrafos europeos, Paolo Gasparini (Gorizia, 1934), ha trabajado durante seis décadas la fotografía como un tejido, interconectando las vidas de los desfavorecidos junto a las contradicciones políticas y culturales que nutren la extraordinaria producción simbólica de América Latina, y, a su vez, tejiendo imágenes dentro de imágenes a través de su mirada caleidoscópica.
En la Fundación Mapfre y dentro de la sección oficial del festival PhotoEspaña podemos disfrutar de la envergadura y profundidad de este proyecto retrospectivo titulado Campo de imágenes, que conforma la memoria visual del subcontinente a través de 300 obras que recorren Caracas, La Habana o Ciudad de México y que dibujan una identidad suramericana alejada del estereotipo de la deriva poscolonial.
Antes de emigrar de Italia a Venezuela en 1954, su hermano Graziano, arquitecto ya instalado en Caracas, le regala una Leica mientras él se entusiasma con los documentales de Robert Flaherty, Serguéi Eisenstein o Paul Strand; este último sería, años más tarde, su mentor en la estética: insistiéndole en crear imágenes centradas en su encuadre y nítidas en su calidad e introducirle en el concepto de gramática visual; y también en la ética: testimoniando la dignidad del hombre desde el compromiso con la realidad.
Gasparini crece como fotógrafo de arquitectura, abre el estudio Arquifoto donde consolida su carrera profesional mientras se interesa por los arrabales de la ciudad. Viaja constantemente. Francia, en el 56, donde conoce a Strand, Berlín, Londres, del 55-60 recorre toda Venezuela. Viaja a La Habana invitado por Alejo Carpentier y finalmente reside allí entre 1961 y 1965. De esa estancia surge el precioso fotolibro La ciudad de las columnas (1970) en el que registra los vestigios de la arquitectura colonial y el estilo barroco habanero con textos de Carpentier.
Es una etapa alegre por el triunfo de la revolución en el que la fotografía documental vive un momento de esplendor. Gasparini coincide en Cuba con Agnès Varda quien utiliza sus fotos en el filme Salut les cubains (1963) y con Chris Marker en su pasión por crear poemas visuales hermanados con el ensayo fílmico que realizan siguiendo la idea de montaje cinematográfico de Eisenstein: contraponer imágenes no solo para enlazar escenas sino para generar ideas.
Gasparini construye un estilo visual propio que cuestiona la sociedad de consumo y el relato eurocéntrico
Regresa a Caracas en 1967, expone en galerías y se une al equipo editorial de la revista Rocinante (1968-1970), una publicación comprometida con las causas de la revolución.
Gasparini se erige como líder teórico de los proyectos visuales del subcontinente. Es fundador del Consejo Latinoamericano de Fotografía (1978) y participa en los famosos Coloquios Latinoamericanos de Fotografía cuya retórica política domina la escena fotográfica latinoamericana hasta los años 80. En 1992 le conceden la beca de la Fundación Rockefeller, en 1993, el Premio Nacional de Fotografía y en 1995 representa a Venezuela en la Bienal de Venecia.
La exposición que podemos ver en la Fundación Mapfre está dividida en dieciséis secciones que recogen los proyectos más relevantes del artista articulados alrededor de la idea del viaje, temática que inspira uno de sus fotolibros más legendarios Para verte mejor, América Latina (1972). El proyecto surge de una comisión de la Unesco para fotografiar la arquitectura del continente con el objetivo de ilustrar las investigaciones del historiador Damián Bayón.
Gasparini retrata los edificios precolombinos, coloniales y contemporáneos, pero simultáneamente capta fragmentos urbanos cargados de pobreza y abandono. Esta cara b de América Latina la completa con los textos incendiarios de Edmundo Desnoes y el diseño gráfico de Umberto Peña para crear finalmente un proyecto altamente pedagógico, que intenta formar el espíritu crítico de los lectores en un punzante relato sobre la pobreza y la violencia.
Gasparini construye un estilo visual propio que cuestiona la sociedad de consumo y el relato eurocéntrico a través de la simbiosis entre imagen y palabra, reflejo del sincretismo y del popurrí visual que destila la diversidad latinoamericana. La obsesión del cartel publicitario convive con imágenes del Che o del Niño Jesús.
Sus exquisitos dípticos, plato fuerte de la exposición, inventan nuevos sentidos y paradojas sobre el tiempo y el espacio
Una torre de babel visual a medio camino entre el neorrealismo italiano y el documental propagandístico militar articulan sus ensayos visuales donde conviven los contrastes y las contradicciones, como en su serie El Faquir de la Torre Capriles, Plaza Venezuela, Caracas (1970) en la que muestra la paradoja de la modernidad y la caída de la utopía revolucionaria desde una extrema sensibilidad. Sus exquisitos dípticos, uno de los platos fuertes de la exposición, inventan nuevos sentidos y paradojas sobre el tiempo y el espacio.
Destacan también Brasilia, dos en uno (1972-73, 2013), en el que aplica su idea Il seno di poi (el sentido del después) contraponiendo imágenes lejanas en el tiempo, o El ángel de la historia (1963-2018) un mural de doce metros que conforma una panorámica de toda su trayectoria. El título hace referencia al famoso texto de Walter Benjamin en el que un ángel mira al pasado en ruinas para denunciar la inexistencia de la idea de futuro.
En 1945, con once años, Paolo Gasparini (Gorizia, Italia, 1934) viaja a la frontera yugoslava y caminando entre escombros encuentra un baúl lleno de fotografías de cadáveres, ahorcados, partisanos y civiles muertos destinadas al museo de la Revolución. El hallazgo le supuso tal impacto que desde ese momento tuvo claro que su vida estaría vinculada a las imágenes.