A punto de cumplirse 21 años de la muerte del artista, Dibujos 1982-2000 se presenta como la primera retrospectiva dedicada a la obra dibujística de Juan Muñoz (1953-2001) y reúne, en la primera planta del Centro Botín, más de doscientas piezas que el comisario suizo Dieter Schwarz ha juntado y categorizado para la ocasión.
Agrupados en torno a doce secciones cronológicas y temáticas, la exposición comienza con una serie de trabajos que evidencian el vínculo formal entre el dibujo y la escultura. Entre ellos se insertan de manera destacada dos tondos de hormigón que Muñoz expuso en 1986.
Quizás sean esas las piezas más particulares de este arranque, y quizás el resto opere como introducción al siguiente espacio, el de los Balcones. Se preguntaba el crítico y curador Pier Luigi Tazzi en 1986, a propósito de ellos: “¿Qué hemos venido a ver aquí? ¿Qué hemos interrumpido?” Esos balcones, los dibujos o las esculturas, atraviesan de algún modo la producción artística de Juan Muñoz, se cuelan desde principios de los 80 hasta sus últimos años de vida.
No es adecuado hablar de bocetos puesto que él mismo sostenía que sus dibujos eran obras independientes
Son estos escenarios de una ausencia, arquitecturas mínimas que invocan a Goya, pero también a Manet o incluso a Magritte, de cuya ironía macabra no está tan lejos Muñoz.
La exposición avanza con Dibujos sobre gabardina, un conjunto de trabajos realizados a tiza sobre telas negras de algodón. En ellos Muñoz presenta una serie de interiores anodinos, pero compositivamente más complejos. De pronto surge la figura humana que hasta ahora había aparecido de manera tímida.
[Juan Muñoz, la estrategia de las ilusiones]
Dibujos de espalda vuelve sobre esa acción que se diluye, que ha pasado o va a pasar, y que recuerda nuevamente a Magritte, pero también a un Buster Keaton anciano que en 1965 huye en la película Film, de Samuel Beckett.
El rostro humano en Juan Muñoz tarda en llegar, pero lo hace y conversa. Muñoz, al cual calificaron muy pronto de contador de cuentos, de narrador más que de artista, llegó a la conclusión de que en verdad era aquello lo que él quería. Quizás a eso se deba su empeño en ilustrar Una avanzada del progreso, un relato breve de Joseph Conrad, sobre el que Muñoz trabajó de manera obsesiva.
La exposición deja espacios que aligeran la posible monotonía del montaje. Se incluyen licencias como la instalación La naturaleza de la ilusión visual (1994-1997) que ocupa un amplio espacio que se asoma a la bahía de Santander, o la recreación de Retrato de un hombre turco dibujando, una pequeña instalación realizada por Muñoz en 1995 en el Isabella Stewart Gardner Museum de Boston.
Al final, un Juan Muñoz más lúdico hace acto de presencia. Recorta portadas para libros que nunca han existido o reproduce una foto de Ezra Pound bajo la cual inserta su propio nombre y presagia su propia muerte.
Existe en muchos de estos dibujos algo que de algún modo los vuelve tentativos, dubitativos, a veces torpes y por ello frescos
En el texto que introduce al catálogo que acompaña esta exposición, comenta Dieter Schwarz que al ahondar en la obra dibujística de Juan Muñoz no sería adecuado hablar de bocetos preparatorios para la obra escultórica, puesto que él mismo sostenía que lo que pretendía con el dibujo era crear obras independientes.
Muñoz utilizaba en aquellas declaraciones el denominador obras que bien podría sustituirse por relatos. Un trueque oportuno, en primer lugar porque, aunque estos han adquirido la categoría de obra, existe en muchos de estos dibujos algo que de algún modo los libera de ese peso, que los vuelve tentativos, dubitativos, a veces torpes y por ello frescos.
De la obra de arte esperamos algo definitivo, preguntas más que certezas, sí, pero preguntas afinadas, y creo que la ausencia de esa seguridad lo vuelve espontáneo. Relato responde a una dimensión otra, a la capacidad que Muñoz desarrolló a la hora de generar una narración por medio de una escena anodina que termina por volverse inquietante. “Si los dibujos consiguen transmitir una emoción, es porque pueden dar la sensación de que ha ocurrido o va a ocurrir algo”, dirá Muñoz.
Recorro esta retrospectiva pensando en un célebre retrato fotográfico en el que él aparece en cuclillas, frente a tres vasos transparentes de plástico. Muñoz abre los brazos invitando a adivinar bajo cuál se halla el objeto. La situación semeja absurda, nadie podría fallar, el objeto se encuentra a la vista.
Sin embargo, pocos retratos podrían decir más acerca de la actitud de un artista con relación a su arte. Tras un paseo de ida y vuelta por las salas del Centro Botín, atento en ocasiones más a las reacciones del público que a las obras mismas, me pregunto si en realidad es para tanto. Si es el gran conjunto de obras reunido lo relevante o si en verdad la importancia de todo esto anida en la sospecha: ¿Estamos ante un genio o ante un embaucador?