Intentar gritar, de diferentes maneras, modulando el sonido, probando cómo reverbera, sin usar palabras, consiguiendo comunicar, aunque parezca que no tiene ningún sentido. Gritar y sonar como un pájaro o como una canción antigua… La fuerza de la voz de Laia Estruch (Barcelona, 1981) y las estructuras que la acompañan componen un paisaje tonal.
Sus sonidos esculpen un espacio y un tiempo que desafían nuestros patrones vocales, nos enfrentan a comportamientos adquiridos y nos recuerdan maneras olvidadas. Inténtenlo, cuando uno trata de chillar a propósito, la voz no sale, y cuando después de varias tentativas lo conseguimos, es difícil reconocernos en ella y más aún entender como actúa en relación al lugar donde resuena.
Para modular el volumen, la intensidad y el tono de la voz, Estruch no se vale solo de técnicas vocales, sino que la expone, y se expone, a través de un cuerpo que se modifica, se altera, salta, rebota, o se esconde.
Sus sonidos esculpen un espacio y un tiempo que desafían nuestros patrones vocales
Se apoya en el cuerpo y se apoya en el espacio, que recorre pero también interviene: ha colgado mallas de redes en el Macba y ha saltado en las piscinas olímpicas en Barcelona, ha caminado sobre grandes inflables, entre otros sitios en Centrocentro (Madrid).
Ahora, en su primera individual en la galería Ehrhardt Flórez, podemos ser participes de este trabajo de intensidad.
La intensidad mide el grado de fuerza de un evento natural, pero también se refiere a una actividad mayúscula en un período de tiempo o a la vehemencia de los afectos. Residua, título de la muestra, podría adaptarse a estas tres acepciones.
Existen momentos donde la artista realiza sus ensayos vocales en directo (7 de octubre 19.00 h. y 5 de noviembre 13.00 h.) en las estructuras metálicas azules que se levantan como toboganes sin principio ni fin en la sala principal. Laia salta, se cuelga, se desliza, retumba y experimenta gestos y voces que nos hacen pensar en animales, pueblos originarios y cantos antiguos, al mismo tiempo que va del trance al juego.
Si no podemos asistir, y para mí es uno de los grandes retos de esta exposición, la práctica de Estruch se desdobla: los armazones continúan ocupando todo el espacio, podemos caminar a través de ellos, y ver los detalles de anotaciones y muescas que los horadan.
En la sala opuesta de la galería, más recogida, podremos visualizar las obras al escuchar la manipulación de materiales y voz en dos piezas sonoras. La parte afectiva, a modo de souvenir, está en las piezas de metal recortado en los que, imitando los carteles de avisos, anuncia la exposición y sus acciones. De este modo recuerda las primeras veces que Laia las usó para darse a conocer en la Cooper Union de Nueva York, donde finalizó su formación.
Así, en su improvisación estudiada y contagiosa, nos hace recordar estados primigenios y deseados, nos enfrenta a nuestro propio rubor ante un cuerpo desconocido y nos devuelve a sus posibilidades, a toda su potencia.