Paul Klee (Suiza, 1879-1940) no es fácil. Se trata de un artista complejo con una personalidad singular que no se adscribe a ninguna tendencia. Desarrolló una iconografía muy personal y reconocible, pero que se resiste a la interpretación y al análisis. La aportación de esta exposición se sitúa en la voluntad de ofrecer elementos de reflexión y pautas de lectura para introducirse en el mundo del artista.
Esta voluntad didáctica se manifiesta, por ejemplo, en la asociación puntual del pintor con otras creadoras como Gabriele Münter, Maruja Mallo, Emma Kunz y Sandra Knecht. Diálogo y relaciones entre uno y otras que acaso ha de hacer luz sobre nuestro artista. Sin embargo, este no ha sido el aspecto que más me ha interesado.
En el itinerario de la exposición existe una especie de bajo continuo que no es otro que la imagen del gabinete de curiosidades: aquí y allá se exhiben insectos disecados, colecciones de minerales, herbarios... Esta es la idea que revela la exposición: Klee como un gabinete de maravillas.
La exposición sigue una ordenación cronológica y se inicia con el joven Klee. Y estas obras de juventud –realizadas con gran virtuosismo– están próximas a las propias de la historia natural: dibujos de plantas, de insectos, anatómicos, etc., un material que concierne a los gabinetes. Tal vez su obra posterior sea un despliegue de este mismo universo, iluminado por la fuerza de la imaginación.
El gabinete de maravillas que originalmente concentra objetos exóticos y raros de todos los rincones de la tierra, tiene por objeto descubrir y conocer el mundo. Se trata de una especie de imago mundi, de representación en miniatura del universo. Pero esta representación macrocósmica tiene su correlato en el microcosmos que es la mente, la visión interior del artista.
¿Y cuál es la visión del artista? Klee es un pintor pre-surrealista –si es que lo he de calificar de algún modo– con profundas raíces románticas. Es célebre su definición de arte, que, según él, no reproduce lo visible, sino que hace visible. Igualmente es famosa su metáfora del artista como árbol: aquel –como el árbol– hunde sus raíces en las profundidades de la tierra, se alimenta de la energía creadora de la naturaleza subterránea y oculta y la hace circular por su tronco como una savia que aflora en las obras de arte cual la copa del árbol.
Las imágenes de Klee están filtradas por la imaginación que transforma, pero no renuncia a la naturaleza
Es frecuente en Klee la imagen del sol o de la luna que se eleva sobre el paisaje. Es el ojo cósmico, la visión desde las alturas que trasforma y espiritualiza las cosas. El ojo del artista se identifica con el ojo de Dios, la mirada divina que contempla su creación desde lo alto, un punto de vista muy habitual en Klee que es la visión cenital.
Volvemos al concepto de artista creador a imagen de Dios o de la Naturaleza misma. Pero Klee no es un artista abstracto, el artista depura o esencializa el mundo de las apariencias, pero nunca abandonará la referencia al mundo sensible. En Klee siempre existe un dato, una sensación, una impresión, un recuerdo que lo vincula a la realidad. Sus imágenes están filtradas por la imaginación que transforma, pero no renuncia a la naturaleza.
El último capítulo de la exposición está presidido por una fotografía de época que presenta Klee junto a la “Oreja de Dionisio”, la célebre y mítica gruta de Siracusa que posee, dicen, una extraordinaria acústica. Además, la particular forma de la entrada de la gruta es evocada en el diseño de esta sala. Como en el caso de la metáfora del artista como árbol, el ojo divino, aquí se describe el artista como un canal que accede a voces o sonidos del subsuelo.
Con relación a la idea de gabinete de maravillas, hemos mencionado la presencia en la exposición de herbarios, colecciones de minerales... Pero además, se presenta en el centro de una sala un acuario con peces de colores. Y es que un tema recurrente de Klee son los peces y los acuarios, pero las peceras son también una metáfora de la creación.
Se trata de un mundo submarino en el que las imágenes adquieren la misma fluidez, la misma ductilidad del medio acuático. En el movimiento y silencio de los peces hay una ambigüedad, una inestabilidad, una indeterminación que nos produce alucinaciones perceptivas. Klee nos proyecta las imágenes como si fueran fantasmagorías; aparecen y desparecen como si se tratara de un truco de ilusionismo.
A la luz de la exposición, Klee aparece como un gabinete de maravillas moderno, un imago mundi que, como los antiguos gabinetes, pretendían explicar el mundo y sus misterios.