Damián Ortega, explotar la visión
El artista mexicano, uno de los más internacionales de su país, invade el Centro Botín con sus piezas expansivas que parecen flotar en el espacio.
7 noviembre, 2022 01:22Cuando usamos el término “suspensión de la incredulidad” nos referimos a aceptar las reglas del juego que nos propone un sistema ficticio: se admite lo imposible para que la historia parezca factible. La habilidad de hacernos creer temporalmente lo inverosímil es una de las capacidades de quien escribe, interpreta o representa ante nuestros ojos un truco de magia, haciéndonos olvidar que existe un conejo en la chistera.
Al contrario que en un teatro, al entrar en el espacio del cubo blanco expositivo, la reacción puede ser la contraria: sí, nos podemos dejar asombrar por la belleza y delicadeza de una pieza, pero al mismo tiempo, como si el artista fuera un sospechoso en potencia, queremos encontrar dónde está la trampa.
Al visitar la exposición de Damián Ortega Visión expandida en el Centro Botín existe un primer instante de asombro al ver volar, descompuestos en millones de objetos, desde una silla, un coche, una estrella enana explosionando o el núcleo de un planeta.
Todo flota en las obras de Damián Ortega, sí, pero todo está enganchado y en un orden
Pero siempre, sujetando cada una de las partes atomizadas de cada una de las nueve instalaciones, se dejan ver todos los cables de acero. Volcán, la que más cabos tiene, cuenta con 1.007 para suspender vidrios y pequeñas piedras de roca volcánica.
La tramoya está a la vista, la ilusión del sistema está desvelada. Como si Ortega quisiera hacer patente en la suspensión física, la credulidad mental de estas construcciones materiales y colocarnos en el centro del cuestionamiento de cualquier sistema.
[Mil ladrillos en busca de autor]
Todo flota, sí, pero todo está enganchado y en un orden: en un mítico Volskwagen escarabajo, el “coche del pueblo” que la fábrica alemana llevó a México y donde se convirtió en un símbolo desarrollista y de ilusión de cambio de clase, en la primera de esta serie de instalaciones Cosmic Thing (2002), o en una simple silla, H.L.D. (high, long, deep) (2009), donde hace el despiece de tres estructuras de asiento.
Todo lo cotidiano se desvanece en el aire, como todo lo material lo hacía en los textos marxistas sobre la evolución de los sistemas financieros.
Esta estrategia, de explosión pero también de ejercicio preciso de taxonomía, ordenando y proyectando cada elemento en un lugar preciso, se aplica a las cadencias de lo humano: la de la fábrica y la casa, pero también la del trabajo, con las cientos de herramientas básicas, hoz y martillo incluidos, apuntándonos en Controller of the Universe (2007); el de la generación de basuras, en Polvo estelar (2016) o el de la economía de la droga en Hollow/Stuffed: Market Law (2012). Todos ellos al fin, ritmos productivos.
Al mismo tiempo, Damián Ortega aplica el gesto a otras estructuras igual de cercanas pero que nos sobrepasan, aludiendo a otros ritmos, los incontrolables de la naturaleza, y amplía así la mirada crítica sobre la tecnología a la ciencia: la lava del volcán, pero también la composición atómica de la gota de agua congelada en Warp Cloud (2018) o la invitación a Viaje al centro de la Tierra: penetrable (2014).
Damián Ortega aplica el gesto a otras estructuras igual de cercanas pero que nos sobrepasan, los incontrolables de la naturaleza
Quizá la repetición de esta estrategia –nunca se habían expuesto todas estas obras juntas– haga perder fuerza al gesto. Pero también puede mostrar otra capa más de estos trabajos tan irónicos.
Retomando el último título tan literario y fantástico, me hace pensar que es esta aventura de la narrativa y del lenguaje lo que conecta todas las piezas. No es lo material sino lo lingüístico lo que sustenta nuestro sistema de percepción y relación con la realidad: la lógica del lenguaje humano nombrando para hacer existir las cosas, imponiendo su punto de vista, pero también abriéndose a múltiples posibilidades.
La exposición se inicia con la serie de hierros retorcidos que en sus sombras recogen el alfabeto. Primero nos encontramos la letra “z”, con una caligrafía que, cuenta el artista, responde a la enseñanza francófona, colonialista, de su madre; pero finalizamos con la “a” de Alias, el que para mí es su proyecto más hermoso, una editorial que traduce los textos de artistas al castellano, y que comenzó de forma colaborativa.
Al igual que cada uno de los móviles, esculturas sin suelo montadas en equipo, el primero de los libros, Conversando con Marcel Duchamp, de Pierre Cabanne, fue traducido de forma colaborativa e impreso de forma barata para que su distribución sea accesible a todos. Pura visión expandida.
[Juan Muñoz, dibujante o trilero]
Escala conceptual
Damián Ortega (Ciudad de México, 1967) fue uno de los integrantes del “Taller de los viernes”, iniciado por Gabriel Orozco en 1987, fundamental para concebir el conceptualismo mexicano. Aplica con un alto componente irónico y crítico la recontextualización de objetos cotidianos en todas sus escalas. Con ellos ocupa la Tate Modern de Londres, el Palacio de Cristal de Madrid o el HangarBiccoca de Milán.