Entre lo carnal y lo metafísico, el trabajo de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) inquieta la mirada. Sus blancas y luminosas esculturas entre el minimalismo y la figuración están cargadas de tiempos lentos y significados universales. Persigue las ideas con la danza de la mano, en la que aún confía, y parte del dibujo para declinar una práctica multidisciplinar.
Tras treinta años de coherente carrera y certeros errores, vuelve al mapa expositivo depués de la pandemia con tres exposiciones en Málaga -Museo Casa Natal Picasso, Museo Ruso y Centro Pompidou- y una individual en su galería madrileña, Max Estrella, la primera en siete años. Hablamos con él de su regreso.
Pregunta. Si no se hubiera dedicado al arte ¿qué sería?
Respuesta. (Risas) Pues me hubiera encantado ser una rock star, pero soy nefasto para la música e incluso tengo un poco de sordera. Nunca me he planteado ser otra cosa porque nunca pude escapar del arte.
P. ¿Pinta desde su infancia?
R. En casa olía a pintura. Mi madre pintaba bodegones como entretenimiento de domingo, pero no recuerdo una revelación, aunque sí el placer por el dibujo, el placer por la mano que se mueve, eso sí lo recuerdo. Tampoco vengo de una familia donde hubiera una gran ilustración. Aprendí solo.
"El límite de la obra es el límite de la luz. Tengo una deuda con Dan Flavin y Bruce Nauman"
P. Usted comienza con pintura matérica a finales de los 90, ¿cómo evoluciona a sus esculturas blancas?
R. Yo tendría 25 años. Esa pintura es de formación, estaba en deuda con Tàpies y con Morandi… luego paso dos años en París, donde me centro en el dibujo y allí le quito peso a la imagen, hago una transición hacia lo figural, hacia lo fantasmático, y a principios de 2000 empiezo a perseguir el volumen, las imágenes con sombra.
P. ¿Qué papel juega el espacio en su escultura?
R. Yo lo llamaría la materia prima de mi trabajo. Siempre pienso en el lugar. He trabajado en lugares donde hay una gran memoria. Cuando más excitante es, es cuando llegas a un sitio donde ya hay cosas, y esa fricción intensifica mi relato. En el caso de las galerías amnésicas, esos cubos blancos, debo inventar una manera de abordarlos.
P. ¿También lo articula mediante el uso de la luz?
R. Me gusta saturar de luz el espacio y provocar la metáfora de cerrar los ojos para ver más, me gusta crear soledad con la luz, una soledad tremenda. También me ayuda a organizar y amplificar el espacio, el límite de la obra es el límite de la luz. Tengo una deuda con Dan Flavin o Bruce Nauman… hacemos imágenes porque otros las han hecho.
[Las metamorfosis de Bernardí Roig]
P. Tiene una extensa carrera de tres décadas ¿qué le queda por hacer?
R. Cada día me asombro cuando me encuentro con nuevas ideas porque uno piensa que ya no tiene ideas, solo memoria, como le pasaba a Pontano, el personaje de La notte que interpreta Marcello Mastroianni, que decía “no tengo ideas solo memoria”.
»Tengo pavor de quedarme en esa situación. ¿Qué hago con ese pavor? Desafiarlo y volver a poner la mano en movimiento y que vuelva a aparecer una imagen. No sé qué me queda por hacer. Todo, mientras no me quede sin ideas.
P. Su trayectoria es muy coherente ¿se ha equivocado alguna vez?
R. Nunca sé si lo último es mejor, de hecho ya he dejado de pensar en lo último. En cada una de mis exposiciones vuelvo al punto de partida y sigo siendo el que se equivoca. No tengo nada de qué arrepentirme. Me he equivocado lo mejor posible y pienso seguir haciéndolo, si acierto me pararé.
P. ¿Recurre a sus obsesiones para crear?
R. Formulamos lingüísticamente nuestras obsesiones y sobre ellas construimos una sintaxis en la que nos encontramos cómodos. Esto, a la manera de los escritores, significa seguir construyendo la frase, como dijo Peter Handke “continuar la oración”, entonces la oración dura eternamente. Todavía tengo cosas que decir.
"Quise traer al lugar de origen, a la Casa Natal de Picasso en Málaga, la imagen del final del artista"
P. ¿Se ha planteado alguna vez abandonar?
R. Sí, claro. Hay momentos que no llega ningún estímulo. Como en la vida de cualquiera, hay épocas de una quietud monstruosa que te puede producir una úlcera de miedo, que se traslada al cuerpo y entonces se pudre; la mano no baila, y si no hay baile no hay dibujo. Cuando reculas hacia atrás para ver la imagen es cuando sabes si hay abismo o no. A veces el abismo solo te llega a las rodillas, pero es suficiente.
P. Háblenos de su proyecto malagueño titulado El último rostro y la afonía del minotauro.
R. Hay una exposición en el Museo Casa Natal Picasso y dos intervenciones, una en el Museo Ruso y otra en el Centro Pompidou: es como un eje con tres caminos. El proyecto responde a una invitación que me hace el director de la Casa Natal Picasso, José María Luna, antes de la pandemia. Él vio una serie de dibujos que hice en 2017 en diálogo con el último autorretrato de Picasso, un cuadro pequeño pintado con ceras de colores y fechado a finales de junio del 72 que es una descarnación.
»Yo traté de seguir el trayecto de esa imagen, que se deshumaniza en una metamorfosis hacia el cráneo, donde a través de esos cinco dibujos que se pueden ver en la Casa Natal va perdiendo la carnalidad. La idea consiste en traer al lugar de origen la imagen del final del artista para abordar esa caducidad del rostro. El armazón óseo abandonado por la carne donde ya sólo queda el hueso.
P. Y las intervenciones del Pompidou y del Museo Ruso ¿están realizadas exprofeso?
R. La del cubo del Pompidou, sí. El espacio es un gran tragaluz y quería ocupar ese vacío. Ahí trazo con unos grandes bloques de poliestireno de seis metros un laberinto donde ubico la cabeza de un toro, el minotauro, una copia exacta con tres cuernos del Bou de Costitx, que es el toro de la cultura talayótica balear.
»Lo del Museo Ruso son unas bailarinas sin piernas que giran en el techo al ritmo de un sonido ahogado e indagan en la relación con Degas, aunque nunca se conocieron Picasso y él. Picasso nunca pintaba a las bailarinas bailando, siempre las pintaba sentadas o en reposo.
[Bernardí Roig, entre fantasmas]
P. Acaba de inaugurar además Deshollinar los muros (721 dibujos al raso) en la galería madrileña Max Estrella.
R. Hacía siete años que no exponía en la galería, con la que llevo veintidós. Esta es mi sexta exposición. He intentado aliviar la sobrecarga de hollín que tienen los muros, que siempre están saturados de imágenes, en los que no hay nada que ver.
»Hay 721 dibujos, la mayoría retratos en tinta china que he realizado durante un año, como un diario, y se disponen en el suelo en dos montones, uno de los dibujos admitidos y otro de los rechazados.
»Los rechazados están arrugados y tirados en una parte de la galería y los otros, que están en el suelo no alcanzan la dignidad del muro o la irán alcanzando paulatinamente, por lo que la exposición irá mutando.