La artista Margarita Azurdia (Guatemala, 1931-1998) firmó sus piezas con diversos heterónimos: Margot Fanjul (nombre de casada), Una Soledad, Margarita Rita Rica Dinamita, Anastasia Margarita... con los que también se dio a conocer en los distintos escenarios artísticos en donde vivió: Canadá (1944-1955), California (1957-1963), París (1974-1982) y la periférica Guatemala a la que siempre volvía.
Un factor más que, junto a la sucesiva diversidad de propuestas en su producción y las dificultades de reconstrucción de algunos periodos, quizás explique el olvido de su obra hasta hace poco.
Perteneciente a la clase alta, de padre guatemalteco y madre catalana, fue una artista cosmopolita, que expuso en Nueva York, México, Colombia y en la XII Bienal de São Paulo, donde mostraría pinturas, esculturas e instalaciones.
La artista subvierten la imaginería religiosa guatemalteca transmutada en estilo pop naif
Pese a su formación autodidacta, polemizó con sagacidad en los periódicos sobre su posición artística a favor de la abstracción con los artistas figurativos comprometidos políticamente en una Guatemala convulsa, con gobiernos autocráticos y militares hasta 1985; publicó una docena de libros con dibujos, collages y poemas; y, en su país, fue pionera en prácticas performativas.
En esta exposición, la más amplia celebrada en Europa, podemos recorrer más de tres décadas de su trayectoria. Una carrera en la que, según la comisaria Rossina Cazali, quien llegó a conocer a Margarita y a otros de sus contemporáneos, asistiríamos desde la inicial abstracción a un camino de búsqueda interior y espiritualidad, con ecos del teólogo Teilhard de Chardin. Esto ligaría a Azurdia con otras artistas místicas, cuya genealogía estableció la reciente exposición Mujeres de la abstracción que pudimos ver en el Guggenheim bilbaíno.
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Relato de moda ahora pero no tan evidente aquí para los visitantes, que más bien se quedarán con la impresión de una artista siempre experimental en la que, desde su atracción por las artesanías autóctonas guatemaltecas realizadas por mujeres, se va decantando hacia el feminismo del simbolismo de la diosa-madre y los cultos “matriarcales” sobre los que simultáneamente trabajarían otras artistas, desde la célebre The Dinner Party realizada por la artista norteamericana Judy Chicago entre 1973 y 1979, a otras inclasificables, como Mary Beth Edelson, Mónica Sjöö, Louise Bourgeois, la artista de origen cubano Ana Mendieta y la chicana Amalia Mesa-Bains.
El inicio es espectacular, con la serie Geométricas: telas op-art monumentales con rombos de intenso y contrastado colorido, realizadas a finales los años sesenta y comienzos de los años setenta e inspiradas, como ya confirmó en su día la crítica Marta Traba, en los diseños y colores de los textiles indígenas, que ya coleccionaba cuando era una joven burguesa con tres hijos, antes de ir a California y dedicarse al arte.
Es una lástima que casi todas las primeras telas de motivo oval realizadas allí se perdieran. Así como las esculturas móviles en mármol blanco de las que solo se muestra un bello ejemplar en esta exposición.
En París inicia su formación en artes escénicas, imprescindible para su rol de pionera de la performance
Y en mi opinión, todavía de este periodo, es una lástima que no se haya intentado actualizar el espacio ambiental Por favor, quitarse los zapatos, 1970, presentado en la II Bienal de Medellín y donde se invitaba a entrar en un cubo en penumbra con el suelo de barro.
La inflexión definitiva surge a mediados de los setenta, con la no menos llamativa serie Homenaje a Guatemala, con piezas que subvierten la imaginería religiosa guatemalteca transmutada en estilo pop naif y donde ya aparecen personificaciones de mujeres empoderadas.
Después, la exposición se diluye un tanto con la excesiva muestra de papeles del periodo parisino: una auténtica arqueología biográfica, con la que llegaríamos a la disección de lo íntimo, si no fuera por su escaso interés plástico.
Pero en París, además de su relación con feministas, Azurdia iniciaría su formación en danza y artes escénicas, imprescindible para su rol de pionera en prácticas performativas en Guatemala.
Unos últimos armarios-altares refuerzan sus convicciones feministas y ecologistas en torno a la divinidad de lo femenino, con fotografías donde la vemos bailar con otras mujeres al aire libre.
Arte en el laboratorio
En 1982, tras ocho años de estancia en París, Margarita Azurdia forma, con Benjamín Herrarte y Fernando Iturbide, el Laboratorio de Creatividad, un colectivo multifacético que centra sus investigaciones en el movimiento del cuerpo, el origen de los rituales y las danzas sagradas. Sus acciones fueron pioneras en la historia de la performance en Guatemala. El colectivo se disolvió en 1995.