No debo negar que a estas alturas se me antoje una tarea tópica, sin negar su complejidad, la de analizar los rumbos que la pintura ha tomado en los últimos años. Podríamos partir de la pregunta de si sigue siendo pertinente definir subgrupos en base al modo en que un conjunto de individuos, adscritos al epígrafe “artista”, abordan formalmente su práctica como tales.
O también sería conveniente entender en si ese grupo se identifica como grupo, como una colectividad que, aunque con pesquisas e intereses distintos o en ocasiones incluso irreconciliables, manifiesta al menos cierto sentido de pertenencia a una generación concreta.
Fruto de idas y venidas, de la aparición de becas que han permitido a muchos estudiantes convivir con planes de otras facultades y escuelas, así como de la irrupción de redes sociales casi exclusivamente visuales como Instagram, que dan la posibilidad de saber a tiempo real lo que está sucediendo en instituciones, galerías, espacios independientes o estudios de artistas de cualquier rincón del mundo, es obvio que en el arte, y por ende en la pintura, hace ya demasiados años que nada se parece a cualquier tiempo pasado.
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Pensar hoy en la pintura como disciplina deja demasiados flecos sueltos, demasiados puntos ciegos que no se desvelarán si el análisis continúa siendo compartimentado. Es innegable que ha existido en todo grupo de artistas adscritos a la vía pictórica cierta tendencia a colocarse galones o distintivos que los diferencien frente al resto. No obstante, ese modo de distinguirse apenas se vincula ya con las hornacinas a las que algunos se encaramaron hace décadas.
No resulta raro ver a un joven pintor adentrarse en otros campos con completa naturalidad
Definirse hoy como pintor no supone ya un gesto de preeminencia, sino más bien un parapeto agujereado, en el que por fortuna se van colando dudas y certezas que interconectan a los individuos, sean o no pintores, sean o no artistas.
Ya no resulta raro ver a un joven pintor, de los que trabajan bajo el rótulo de la pintura-pintura, adentrarse en otros campos con completa naturalidad; como tampoco nos sorprende ya ver a cualquier otro empuñar un pincel, con más o menos fortuna, para saltarse la línea de escultor o videocreador de su currículum.
No debemos olvidar que, tanto antes como ahora, la pintura suele llenar la nevera bastante mejor que la performance. Tampoco hay que rasgarse las vestiduras por ello, cada cual lo hace como puede, y ni una práctica ni la contraria suelen ser sinónimas de mayor rigor, o de menor compromiso.
Definirse hoy como pintor no supone ya un gesto de preeminencia, sino más bien un parapeto agujereado
Entiendo además que el agotador análisis de intentar hallar respuestas para las idas y venidas de esta manera posible de abordar el arte, es algo que apenas nos preguntamos cuando de lo que se trata es de entender las razones de la presencia o ausencia de cualquier otro tipo de manifestación artística en ciertas citas legitimadoras.
Disciplina de disciplinas que, aunque en ciertas latitudes ha acusado históricamente el peso engolado de una cuestionable tradición, el momento actual me lleva a echar en falta sin embargo una pintura menos relamida, más libre, de esas que puedan permitirse tantear, equivocarse y mostrarlo, sin la necesidad de sentar cátedra con cada pincelada, ni de fustigarse por cada paso dubitativo.
Una pintura liberada de esa losa que aquí supone seguir hablando de antes. Losa que en ocasiones parece más de corcho pan que de mármol y que, si es mármol, tiende a ser más funerario que palaciego.