"Hace más de 10 años que nos planteamos realizar una exposición de Vermeer pero teníamos que esperar una oportunidad", explica desde Ámsterdam Gregor Weber, director del departamento de Bellas Artes del Rijksmuseum y uno de los comisario de la muestra. Y la oportunidad llegó cuando la Frick Collection de Nueva York comenzó la renovación de todo su edificio, lo que les obligaba a sacar fuera sus pinturas. "Entonces, por primera vez, la Frick accedió a prestar los tres Vermeer de su colección", añade.
Estas obras, más las cuatro que hay en el Rijksmuseum y las tres de Mauritshuis de la Haya, "un total de diez", fueron, en palabras de Taco Dibbits, director general del Rijksmuseum "el prometedor comienzo de esta exposición" en la que han colaborado los museos "amigos del Rijks", como la National Gallery of Art de Washington, la National Gallery de Londres o museos alemanes de Dresde y Fráncfort, así como el Louvre de París o el Metropolitan de Nueva York.
"Tuvimos algunas negativas, sobre todo por la extrema fragilidad de obras como las del Buckingham Palace o del Kunsthistorisches Museum de Viena, pero reunir 28 vermeers es algo excepcional. Un museo que posee en su colección un vermeer es consciente del tesoro único que posee, de su atracción, y no desea prestarlo".
Este titánico esfuerzo ha hecho posible algo sin precedentes: reunir las grandes obras del maestro holandés, desde sus primeros lienzos de temas religiosos y mitológicos, a su legendario paisaje Vista de Delft y casi toda su producción cumbre, sus bellísimos retratos de interiores serenos e íntimos de escenas cotidianas y que él reinventa como universos de mágicas ilusiones. Entre ellos, La lechera, Mujer leyendo una carta, El astrónomo, La muchacha del collar de perlas, La encajera, La carta, Militar y muchacha riendo o La joven de la perla. Como resume Dibbits: "Vermeer fue capaz de crear una intimidad que nunca se había imaginado hasta entonces. Lo que hace tan único y especial este pintor es que capta un momento y lo convierte en eterno. Vermeer logro transformar lo ordinario en extraordinario".
Desde muy pronto, el objetivo principal de Vermeer fue la búsqueda no solo de intimidad sino de quietud. Justamente, la serenidad que expresan sus pinturas y la calma en la que Vermeer realizaba cada obra han sido clave para el montaje de la exposición, tal y como explica el comisario: "La muestra se despliega en siete salas y en cada sala hay dos obras, algo que no solo torna la experiencia de la visita aún más bella e intensa, sino que permite apreciar y contemplar el modo en el que cada obra fue pintada, con un espíritu sereno y silencioso".
La muestra, sin precedentes, reúne desde sus primeros lienzos religiosos a su producción cumbre
La distribución no es cronológica, sino que ha sido organizada en función de los motivos recurrentes de la obra de Vermeer, enlazados con uno de su tema clave, la conexión entre el exterior y el interior. "Motivos como las ventanas, que conectan el interior al exterior y que en cada retrato situaba a la izquierda de la pintura, para dejar entrar la luz diurna natural que baña cada uno de los detalles de la escena y todos los objetos que meticulosamente aparecen en sus composiciones. Igualmente constante es el motivo de las cartas, que vienen del exterior al interior", explica Weber. Las cartas son, de hecho, protagonistas de seis de los retratos de mujeres de la exposición.
Otro de los motivos recurrentes son las perlas, que aparecen en forma de collares o pendientes en dieciocho de sus pinturas, como la célebre La joven de la perla. "Vermeer quería mostrar el gusto de la clase alta holandesa, muy a la moda, así como la belleza clásica idealizada de las mujeres, y la perla lo resaltaba maravillosamente", dice el comisario.
Johannes Vermeer (1632-1675), uno de los artistas más importantes de la historia y uno de los más valorados, está además rodeado de un aura de misterio. Un misterio que es parte de su reputación pues, hasta mitad del siglo XIX, era prácticamente un desconocido. De hecho, cuando el Rijksmuseum se construyó a finales de 1880 a Vermeer solo se le dedicó una pequeña esquina del edificio. Es a finales de 1870 cuando Théophile Thoré, abogado, periodista y crítico de arte francés, redescubrió al pintor. Fue él quien, por la poca información que había sobre su vida y su obra, lo apodó "la Esfinge de Delft". En realidad, todo en él es misterio, desde su escasa producción a su técnica milagrosa con la que funde luz y color; desde cómo logra pintar inimitablemente la luz hasta su maestría en combinar sorprendentemente los colores.
El enigma comienza en su vida privada, pues no hay cartas ni diarios del maestro. Hijo de un tejedor de seda protestante, se casó a los 21 años con Catharina Bolnes, una joven católica con la que tuvo –en contraposición con las reducidas familias de los protestantes– once hijos. Vivieron en la casa de su suegra, una mujer adinerada, en el barrio católico. Casa y calle que inmortalizó en el cuadro La callejuela, también en la muestra del Rijksmuseum. Sus modelos, casi siempre mujeres, se piensa fueron su mujer y sus hijas mayores Maria y Elisabeth, así como su sirviente Tanneke Everpoel, pero nada en Vermeer es seguro.
Aunque recibió educación artística, además de pintor era marchante, experto en pintura italiana. Amaba el arte y su casa estaba llena de cuadros. Sus propias obras se vendieron bien en vida pues trabajaba solo para mecenas de la clase alta en una sociedad en pleno boom económico. Pero murió arruinado, dejando deudas a su esposa e hijos.
Otro de los enigmas de Vermeer es su escasa producción. Pintaba una media de dos cuadros al año, pero cada uno resultó una creación extraordinaria. "El que pintara una obra escasa nada tiene que ver con el hecho de que fuese pintor a tiempo parcial ni tampoco con que no tuviera dinero, ya que su suegra era una mujer muy rica que le ayudó a ascender de estatus social", señala el comisario de la muestra.
"Se ha descubierto que no pintaba de forma lenta, aunque pusiera muchas capas. A veces pintaba un cuadro al año, otras, tres. Simplemente era un pintor que reflexionaba mucho sobre lo que pintaba y cómo lo pintaba y estaba constantemente experimentando y cambiando de opinión. No estaba interesado en ser famoso". Prueba de ello es que prácticamente no salió de Delft y sus mayores coleccionistas, poseedores de dos tercios de su obra, fueron los Van Ruijven, del gremio de los panaderos, que poseían al menos 20 vermeers.
Las perlas son motivos recurrentes para Vermeer y aparecen en dieciocho de sus pinturas
Como hemos dicho, la belleza de Vermeer es también resultado de la unión magistral y mágica de color y luz. Es un placer descubrir los colores de su obra y cómo los combinaba de forma sorprendente. El pintor era un gran amante del azul ultramarino, el más bello de todos los pigmentos que se obtenía de la piedra preciosa del lapislázuli, y que costaba más que el oro pues en el siglo XVII lo transportaban a Holanda desde Afganistán. Como explica Weber, "aunque no era un hombre rico, Vermeer no escatimaba en materiales para pintar y sus pigmentos eran de tal calidad que los colores todavía brillan cuando los miramos hoy, cientos de años después".
Con respecto a la luz, "es muy importante resaltar el hecho de que la luz en Holanda es muy intensa debido al agua; la luz se refleja en el mar y este la refleja a su vez en las nubes multiplicando el efecto. Y eso es lo que Vermeer captaba en su estudio que estaba orientado hacia el norte, donde la luz es más objetiva y no es tan intensa", añade el responsable de la muestra.
La exposición también mostrará los primeros resultados de las investigaciones con las últimas tecnologías que ha comenzado un grupo de expertos en el Rijksmuseum en colaboración el Mauritshuis. Estudios llevados a cabo por especialistas científicos, conservadores y comisarios que permitirán un mayor entendimiento de la obra y la vida del pintor, así como descubrir cómo pintaba el maestro de Delft, quien actualizaba y cambiaba continuamente sus equilibradas y sorprendentes composiciones.