Podría parecer un juego de niños. Dibujar en la arena de la playa gestos caprichosos que no tengan que significar nada más que ellos mismos. Confiar en la mano libre para que aprenda a desaprender, para poder inventar un lenguaje nuevo. Así ha reaprendido a dibujar Luis Úrculo (Madrid, 1978), quien inicia su proceso creativo partiendo del dibujo sobre papel para conquistar el espacio, dejando a un lado su formación de arquitecto para conectar con lo prehistórico del gesto, con la pulsión anterior a la representación.
El movimiento instintivo de su mano, como él lo llama una especie de “balbuceo”, crea bellos paisajes de líneas —de rastros o roces—, en una coreografía que se expande por todo el espacio expositivo en su primera individual en la galería madrileña Sabrina Amrani. No solo en sus dibujos, sino también en sus esculturas hay trazos de estos gestos, incluso en los rastros que dibujan los visitantes al caminar sobre el suelo cubierto de escayola en polvo, y que convierte la galería en un paisaje de dunas blancas en la que hay un lago incluso, una brillante superficie acuosa impregnada de pigmento acrílico blanco de la que emerge una suerte de ídolo de arena. Úrculo nos guía a través de una nebulosa de la memoria en un tiempo indeterminado.
Esta ambigua atmósfera, alentada por el diseño sonoro de Bruma FX que a su vez deconstruye una pieza sonora de su anterior exposición en el Centro Cultural de España en México comisariada por Chus Martínez, introduce a la cantante Silvana Estrada mientras balbucea ciertas notas. El sonido invade esporádicamente el espacio interfiriendo en nuestra memoria expositiva.
Esta atmósfera constituye la respuesta estética a la propuesta curatorial de Rodrigo Ortiz de Monasterio de interpelar a un personaje desmemoriado. El comisariado, en lugar de ser una descripción de lo hecho, se escribe en el tiempo de una narrativa ficcional, y se plasmará en una publicación en la que cada obra se corresponderá con un recuerdo de este personaje sin memoria. Piezas y remenbranzas cambiarán en una segunda fase expositiva, la que sucederá a finales del mes de febrero coincidiendo con ARCO.
Entre lo atávico y lo radicalmente contemporáneo, Úrculo propone una aproximación a la escultura articulando las materias primas como ready mades, declinando la poética de los materiales en bruto, prácticamente sin procesar: el barro sin cocer o la escayola sin fraguar, llevando además la idea de erosión al extremo.
Sus esculturas realizadas en arena de construcción parecen haber sido descubiertas en un lejano yacimiento de alguna civilización extinta, y emanan una aproximación arqueológica y cienciaficcional, como de mitología antigua, de dioses y reyes que aún no han nacido, que subvierten los mecanismos de la historia.
En las paredes dibujos de gran formato hechos con barro de Oaxaca y barro negro armados con alambres, abstractos, centrífugos, casi murales. Las exquisitas piezas de bronce, material que utiliza por primera vez, han sido modeladas en cera con el calor de los dedos para llegar al lenguaje del gesto de la línea, y penden de la pared ingrávidas, a medio camino entre la escultura y el dibujo.