Las imágenes son terribles pero ya nos hemos acostumbrado a ellas. Cada cierto tiempo se repiten y se convierten en portada de los diarios o en uno de los reportajes principales de los informativos. Las noticias apenas aguantan unos días de actualidad. Al barco de una ONG no se le deja entrar en un puerto. Va lleno de personas que han salido de sus países huyendo, en su mayoría, de la guerra o de sus consecuencias y han sido rescatadas por el camino. Están famélicas, muchas han enfermado. Van familias enteras que han cerrado sus casas, si todavía existen, y se aferran a las llaves de la puerta como si fuera, a pesar de que son de metal, un frágil tesoro, son aquello que todavía les hace tener sensación de hogar.
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Sin embargo, parece que aquí, en la otra orilla, eso no importa, no se tiene en cuenta, prefiere ignorarse y se les retiene sobre la cubierta del barco durante días porque no se les quiere aquí. Esa espera es una forma perversa de dejárselo claro, pero hay muchas otras, una violencia sistémica que los quiere fuera.
Se ha provocado una crisis política, la humanitaria se olvida, y las “potencias”tienen que negociar, hacer números y repartirse a esas personas que, mientras, esperan agonizando, hambrientas, sedientas y hacinadas a que las dejen entrar en Europa. Ese es el tiempo que dura la noticia, el de la discusión sobre las cuotas. Esas personas perdieron el nombre y han pasado a ser números.
Este es el Mediterráneo ahora o uno de los mediterráneos posibles hoy, uno de los más espantosos: es la frontera peligrosa que hay que cruzar para llegar al lugar en el que se piensa que se va a estar a salvo, sin embargo, ese lugar de la espera, para algunos de la esperanza, es muy fácil que se transforme en un cementerio, miles de personas son tragadas por sus aguas; anónimas, mueren en ese viaje arriesgado que es una odisea invertida porque nunca se regresará.
Mirar desde la otra orilla
Este Mediterráneo queda muy lejos de ese otro Mediterráneo, mitificado por el canon, que algunos, todavía hoy, buscan para no ver lo que está sucediendo allí ahora e ignorar también lo que ha pasado a lo largo de los siglos. Este Mediterráneo es una Arcadia feliz, de playas soleadas, habitadas por seres casi divinos que se bañan en paz en sus orillas. Es uno de los mediterráneos que ha explotado el turismo, el otro tiene que ver con otra construcción, la de un Mediterráneo exótico, el de un Oriente misterioso y fascinante, casi de las Mil y una noches, que justificó la invasión y explotación de estos territorios y que habla más de nosotros, de nuestros miedos y represiones, que de ellos: son lo que nosotros no somos.
La propuesta tiene que ver con el hecho de haber sido organizada en un contexto tan condicionado como ARCO
El Mediterráneo se convierte entonces en la superficie brillante de un espejo sobre el que nos reflejamos invertidos. Depende mucho desde qué orilla se mire, no es lo mismo estar al Norte que al Sur, ni al Este que al Oeste. No hay un solo Mediterráneo, sino muchos.
El Mediterráneo ha sido uno de los lugares principales de conflicto pero también puede ser el del encuentro, como se vio durante la ola de solidaridad que se produjo con las primaveras árabes, y así quiere plantearse desde la sección comisariada por la griega Marina Fokidis en ARCO. Ayudada por la comisaria israelí Hila Peleg, que participó con ella en el equipo curatorial de la Documenta 14 (2017), y los artistas Bouchra Khalili, de la que se puede ver una individual en el MACBA de Barcelona ahora, y Pedro G. Romero, que expuso el año pasado en el Reina Sofía, Fokidis ha invitado a un grupo de galerías a que presenten el trabajo de un artista, en su mayoría mujeres, originario de esta área geográfica.
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La propuesta, El Mediterráneo: un mar redondo, parte de una serie de interrogantes que tienen que ver con el mismo hecho de organizar una exposición sobre ese espacio complejo, en un contexto tan condicionado como el de ARCO, una feria de arte. Estas preguntas solo se plantearán, no pretenden ser respondidas. El proyecto va más allá del espacio de la exposición, que ha sido diseñado como un laberinto por el estudio de Andrés Jaque, que ya se ocupó de esta sección cuando se dedicó al futuro en 2018.
Peleg ha organizado un ciclo de cine en el que se proyectarán obras de Basma Alsharif, Jumana Manna, Lina Majdalanie y Rabih Mroué. Khalili ha planteado un encuentro de espacios e iniciativas independientes, fundamentales en esta zona y en el que se evidencia esa idea de convivialidad y solidaridad de la que parte el proyecto, en el que participa la Arab Image Foundation, que ha sido esencial en la conservación ý difusión del patrimonio fotográfico de algunos países del Mediterráneo Sur y Este, o la artista Emily Jacir, que participó en la fundación en 2014 del espacio Dar Jacir en Belén, un centro experimental de aprendizaje.
Al mismo tiempo, Romero interrumpirá el ritmo habitual de la feria con un programa de intervenciones sonoras a través de la megafonía en el que participan, entre otros, Niño de Elche, Julio Jara y Tomás de Perrate.
Figuras imprescindibles
En la exposición se ha incluido a las españolas Laia Estruch, con una obra que se mueve entre la escultura y la performance, y Asunción Molinos Gordo, que avanza en la investigación que inició con ese jardín global producto de las semillas no digeridas por la población de múltiples orígenes de Dubái. También hay espacio para figuras que son ya imprescindibles como Semiha Berksoy, una artista excepcional poco conocida aquí pero que es central en Turquía; el griego Jannis Kounellis, exponente del Arte Povera; las italianas Maria Lai, con una obra muy poética y de recursos mínimos, y Letizia Battaglia, una gran fotorreportera; o la croata Sanja Ivekovic, con un trabajo en el que cuestiona la idea de autoridad.
Y estarán el argelino Mohamed Bourouissa, que en sus proyectos reflexiona sobre los modos en los que la sociedad actual genera exclusiones; la egipcia Iman Issa, que trabaja evidenciando cómo la historia nos afecta a todos, y la israelí Sigalit Landau, muy conocida por ese vídeo espeluznante en el que hace bailar sobre su cuerpo desnudo un hula hop hecho con el alambre que se utiliza para proteger las fronteras. Esta obra de Landau se relaciona muy bien con la de la marroquí Safâa Erruas, de la que se pudo ver una amenazante instalación de cuchillas de afeitar en Trilogía marroquí, organizada por el Reina Sofía recientemente.
La sección así no trata tanto de presentar un panorama de la producción artística en el Mediterráneo, sino de esos asuntos que resulta urgente abordar cuando se trata de ese mar contradictorio y conflictivo que nunca está en calma.
La isla de los 'opening'
Siguen al fondo del pabellón 9 las propuestas más jóvenes, 17 galerías seleccionadas por las comisarias Julia Morandeira y Yina Jiménez. Atentos a las pinturas de Augusta Lardy, revisitan el concepto romántico de lo sublime en Belmonte, una de las 3 galerías españolas de la sección (junto a Chiquita Room y The Liminal). El espacio Diez, de Ámsterdam, dedica su stand a Sands Murray y el amor. Y no faltarán las piezas textiles (Kenia Almaraz Murillo en Anne-Sarah Bénichou), las formas orgánicas (Diana Sofia Lozano en East Contemporary) ni los temas cotidianos con los que Carla Grunauer consigue conmovernos en Gilda Lavia. LUISA ESPINO