A tres bandas. Así es este diálogo de la artista Ana de Fontecha (Madrid, 1990) con el espacio de Twin Gallery y Caniche Editorial. El ritmo lo marca la propia arquitectura de la galería en la que Fontecha ha introducido una de sus clásicas estructuras de DM, aquí teñida de negro, creando unos módulos algo claustrofóbicos por los que el espectador puede transitar.
Por fuera, sus perfiles se proyectan en la pared creando sombras recortadas y desde la calle se puede contemplar por la noche a través de una ventana-mirilla. Sin embargo, es en su interior donde todo ocurre, donde nos tropezamos con pequeños detalles, pausas, que nos trasportan a una historia, un crimen cometido en 1883 en esta misma calle.
La artista rescata la crónica de una revista que describe con todo detalle el espacio en el que sucede: la barandilla, a la que la víctima se agarraría, el plano del portal que vemos aquí sobre una plancha de cobre. Todos estos elementos hablan de un Ángulo muerto, de aquello que no vemos pero cuyo impacto nos mueve del sitio. Una propuesta excepcional de una galería a la que echamos de menos en ARCO.
El tiempo se detiene también en la obra de Alfredo Rodríguez (Madrid, 1976), que lleva años estirando las posibilidades de la fotografía, poniendo a prueba sus procesos, acudiendo a cianotipos, holografías, revelando sobre soportes no fotográficos.
En Spread (desparramar), en Espacio Valverde, zarandea nuestra idea de imagen una vez más. Invita a tres artistas a formar parte de su individual, creando diálogos de resonancias futuristas con sus esculturas. Hay algo aquí de juego, de adivinar dónde han ido a parar cada una de ellas.
Los detalles hay que buscarlos en sus fotografías, en las que se atisba, en negativo, las huellas de los perfiles afilados de Sahatsa Jauregi, la sobreexposición de la pieza de queso y resina de Carlos Fernández Pello y los platillos de David Martínez Suárez retratados a fogonazos.
Las colaboraciones no son nuevas –con Martínez Suárez ya había hecho otra exposición a cuatro manos en ATM galería– y nos hablan de la historia de los artistas de todos los tiempos: contaminados, en el buen sentido, por sus compañeros de generación.
Las pinturas de Polly Schindler (New Haven, 1977) toman como punto de partida otro objeto real, un mueble, que dibuja, fotografía y representa en espacios imaginados por ella.
El resultado son habitaciones con cierto toque naíf que recuerdan a los encuadres frontales de las fotografías de revistas de arquitectura, interiores en los que conviven muebles de diseño y obras de arte, espacios silenciosos que llaman a la soledad en la cripta de la galería Rafael Pérez Hernando.
Tienen algo de las pinturas de la artista española Teresa Moro y de los papeles pintados de Matisse. Schindler no oculta sus referencias en los títulos: de Sonia Delaunay, Sophie Taeuber-Arp y Calder al famoso sillón de Charles y Ray Eames o la chaise longue de Le Corbusier.