¿Cómo representar la ausencia? ¿Cómo darle cuerpo a algo que no se ve? Este es uno de los temas que resuena en los trabajos del artista colombiano Oscar Muñoz (Popayán, 1951). Lo vemos en los portarretratos vacíos de Doméstico I (2013-2016) que nos dan la bienvenida a su exposición en la galería carlier | gebauer de Madrid. Son ocho piezas de mármol de distintas formas y tamaños que podrían estar en el recibidor de cualquier casa, de no ser porque falta en ellos lo esencial: los retratos.
La otra pata de su obra tiene que ver con el medio fotográfico, que no se cansa de poner a prueba, apoyándose también en el dibujo, la instalación y el vídeo. Premio Hasselblad en 2018, su búsqueda de otras formas casi alquímicas de acercarse a la imagen, le ha llevado a autorretratarse con polvo de carbón, uno de sus materiales fetiche. Lo dejaba en recipientes llenos de agua, en los que la imagen surgía con la evaporación del líquido.
También ha experimentado con grasa, imprimiendo sobre espejo figuras que sólo se hacen visibles con nuestro aliento cuando respiramos sobre ellas. Y ha dibujado con agua sobre una losa al sol un rostro que, al secarse, desaparece. Todo esto nos hace pensar en la durabilidad de los documentos gráficos y, además, en cómo la imagen se agarra al soporte del mismo modo que los recuerdos se anclan en nuestra memoria. A veces con cierta dificultad. Y de eso trata la otra instalación de la exposición, El coleccionista (2014 - 2016), una de las piezas que más vueltas ha dado tras su paso por el Jeu de Paume de París.
Su búsqueda de otras formas casi alquímicas de acercarse a la imagen le ha llevado a autorretratarse con polvo de carbón, uno de sus materiales fetiche
En la sala, y a oscuras, solo vemos un horizonte de retratos, el género predilecto de Muñoz. Varias proyecciones recorren la pared de lado a lado y una persona, el propio artista, se asoma como un espectro y va moviendo las imágenes de un sitio a otro como si fuera un montador de cine, acomodándolas a un orden que no terminamos de entender. Entre los rostros reconocemos pinturas de la historia del arte y fotogramas de películas, además de familiares del artista y fotografías que parecen sacadas de periódicos y que nos hacen pensar en personas desaparecidas.
En esta autobiografía expandida, los papeles –de distintos tamaños, casi postales– se van solapando y funcionan como pequeñas e íntimas pantallas. Con cada nuevo movimiento se percibe de manera sutil el sonido del manoseo del papel, que no deja de tener su encanto, en un momento en el que acostumbramos a pasar las imágenes [digitales] con un solo dedo en nuestro móvil.
Hacía tiempo que no veíamos a Oscar Muñoz en una individual en España, donde por otro lado se ha prodigado mucho. La última, y muy completa, fue en la Fundación Sorigué en 2017, dos años después de su paso por Tabacalera (2015). Vuelve ahora a Madrid de la mano de la galería carlier | gebauer en un intento de este espacio berlinés por mostrar obra de artistas de fuera aquí –recuerden la muestra anterior de Laure Prouvost– y de hacerse con una cartera de artistas nacionales.
Luis Gordillo ya milita en sus filas, y acaban de fichar a Leonor Serrano. Un punto alentador para este tema del que tanto hablamos: la internacionalización del arte español.