Desde cierta perspectiva, el arte contemporáneo es un gran campo de desechos. Allí llega todo lo que no sirve, lo depreciado y excluido en nuestra sociedad consumista y depredadora de este mundo material que se nos acaba, pero cuyo pasado se sigue conservando en venerables instituciones, como los museos de arqueología y de antropología. Es así como el trabajo de la artista Gala Porras-Kim (Bogotá, Colombia, 1984), centrado en estas instituciones, desemboca como no podía ser menos en centros de arte contemporáneo. En una vuelta de tuerca más del denominado “arte contextual”, con una fornida tradición desde la década de los ochenta del siglo XX.
Gala Porras-Kim lleva años estudiando restos del pasado o manifestaciones en vías de desaparición: lenguas indígenas, objetos rituales, incluso cuerpos momificados. La muerte y, al cabo, la inevitable corrupción de lo material palpita en todo su trabajo. Con una treintena de piezas reunidas en esta exposición, accedemos a varios proyectos producidos en la última década, que abordan objetos desde culturas en Mesoamérica hasta el antiguo Egipto.
El resultado son piezas de fina delicadeza que denotan, más allá del respeto, una atención a su misión espiritual, atemporal. De ahí que Porras-Kim reclame a las instituciones custodias no solo la conservación material y su correcta clasificación e interpretación histórica. Su crítica evidencia el positivismo aún persistente de estas “ciencias humanas” –como la arqueología o la antropología, surgidas entre expolios, en pleno colonialismo– que habría que corregir a través de una estética de los cuidados en una suerte de intento de reconciliación con las funciones originales, sagradas o funerarias.
En la actualidad no hay sensibilidad para reconsiderar la óptima orientación de los sarcófagos, en beneficio del sueño eterno de los sujetos momificados
El fracaso de sus propuestas se patentiza en las cartas a los cargos de dirección expuestas como parte del proceso creativo. Al parecer, aunque las denuncias desde este arte contextual consiguieron terminar hace décadas con la exposición cosificada de seres humanos de otras razas, en la actualidad no hay sensibilidad, por ejemplo, para reconsiderar la óptima orientación de los sarcófagos, en beneficio del sueño eterno de los sujetos momificados.
Sin duda, en el CAAC ha sido un acierto la decisión de presentar este trabajo en las dependencias de la Cartuja, que conserva las sepulturas marmóreas de familiares de los Duques de Medinaceli, a quienes todavía se dedica una misa anual. Y que se hayan abierto antiguas tumbas (vacías), insinuadas en el pavimento tras la restauración en 1992, confluyendo con la intencionalidad de la artista.
[La transformación de un museo a través de la pintura]
La otra vía por la que su trabajo se trasvasa a los centros de arte contemporáneo se concreta en una serie de piezas basadas en los agentes bioquímicos que amenazan la conservación. En proceso de evolución mientras dure esta exposición, encontramos un gran muro de cemento con eflorescencias de sal, corrosivas; un papel en el que crecen esporas recogidas en los depósitos de conservación del British Museum; o un gran cuadro en el suelo, que se va pintando gracias al pigmento que rezuma de una tela superior, diluido por el excedente de un deshumidificador, en la sala en la que antaño se embalsamaban muertos.
Los museos, a examen
Afincada en Los Ángeles, Gala Porras-Kim (Bogotá, 1984) trabaja sobre el museo y sus colecciones cuestionando la descontextualización de los objetos. Ha participado en las bienales de Gwangju (Corea, 2021), São Paulo (Brasil, 2021) y Whitney (Nueva York, 2019) y tiene ahora individual en el MUAC de México.