Dice Victoria Civera (Puerto de Sagunto, 1955) que nuestra infancia es nuestra raíz y nuestro andamio. Creció en Valencia, rodeada de los tacos de madera y el serrín de su padre, carpintero, las telas de la tienda de ultramarinos de su abuela y una madre que escribía poesías detrás de la lista de la compra. Sus primeras obras las hizo con tan sólo ocho años, enferma en cama, sobre los planos a sucio que le traía su padre del trabajo. Y con diez ya diseñaba sus vestidos y monederos –"pensaban que iba a ser diseñadora de ropa", cuenta divertida–.
Todo esto podría resultar anecdótico de no ser porque en la obra de Civera todo está fuertemente anclado a sus experiencias vitales, que vislumbramos en los materiales y en los temas de los que se ocupa. En ella pasa con habilidad de la pintura a la instalación, emplea maderas, telas y reconstruye episodios de esos años como Habitación anónima (1992), que nos recibe en el claustro del Museo Patio Herreriano, la alcoba que compartía de niña con su hermana hecha a tamaño real.
Aunque viva entre un pequeño pueblo de Cantabria y Nueva York desde hace décadas, la huella de su Valencia natal se puede rastrear en su iconografía y en esa estética Pop. "Cuando conocí el trabajo de Andy Warhol y de Claes Oldenburg en Nueva York me emocionó profundamente. Para mí era una estética muy nuestra, empezando por Dalí. Las Fallas son absolutamente Pop y me interesa todo el proceso de preconstrucción que conllevan y los distintos oficios que participan en él".
Entre el pop y lo manual
A Valladolid llega ahora directa desde Nueva York, acompañada de su marido, el también artista Juan Uslé. Animosa, a pesar de un jetlag que mantiene bastante a raya, camina entre las obras y los embalajes. "Hay algunas que llevaba años sin ver –se sincera–, y que ahora pienso que hubiera pintado de otra manera. Soy muy crítica".
El tiempo es circular en el silencio reúne numerosos ejemplos de trabajos de sus primeros años en Nueva York, a finales de los ochenta, y traza un importante recorrido hasta 2019 que va de la pintura a la instalación, con muchos bocetos que explican cómo es su proceso creativo. La mujer, las formas circulares, los materiales cotidianos son varios de estos motivos recurrentes. Lo explica muy bien el título de la muestra, "voy y vuelvo constantemente sobre lo mismo, los seres humanos somos circulares". También lo es la propia exposición que no traza una línea cronológica exacta, sino que también va y viene a lo largo de cuatro salas.
El punto de partida es su llegada en 1987 a Nueva York, donde la falta de recursos le pliega a una obra de menor formato. "Partí de cero, quise borrar la memoria anterior y empecé con materiales muy discretos a pintar con dos colores: blanco y negro, carbón, pigmento, carboncillo y a veces con algún otro tono neutro que me ayudaba a diferenciar. Los formatos eran pequeños y seguí también con los círculos".
“Me interesan los materiales encontrados por las connotaciones intrínsecas de su uso anterior”
De ahí partió la serie Germinales o Atadillo gris. N.Y. en blanco y negro y Humo y zinc, todas ellas pinturas de una economía de medios asombrosa, relacionada con el paisaje industrial. "Germinales es una serie muy primaria conectada con el dolor. Va unida a mi habitáculo interior, a la entrada en un silencio que me hace cuestionar muchas cosas y que va creciendo de menos a más. Me gusta que Javier Hontoria haya empezado con ella y que desde ahí se despliegue el proceso que me lleva hacia el volumen".
Cuando Victoria Civera y Juan Uslé llegan a Williamsburg, ávidos de encontrar un contexto más propicio para la profesión de artista, ya estaban allí Patricia Gadea, Juan Ugalde o Francisco García Pistolesi. "Al cabo de un año –recuerda con una memoria prodigiosa– llegaron Francisco Leiro y Evaristo Bellotti y les ayudé a encontrar un estudio, porque en ese momento me conocía muy bien el barrio. Después vinieron Txomin Badiola, Pello Irazu, Darío Urzay, a Manhattan, donde terminamos mudándonos a principios de los noventa".
Estos años son también el momento de sus primeras esculturas, que ocupan parte de la sala 5 de la exposición. Atenta siempre a su entorno, se dedicó a bucear en las basuras. "Son materiales que me interesan porque tienen unas connotaciones intrínsecas de uso. Se encuentran maravillas porque en Nueva York hay mucho consumo. Empecé así a ver lo que me rodeaba, lo cercano, con lo que podía trabajar".
En Alma de jardín (1993-1994) despliega sobre un tapete alargado de fieltro rojo todo tipo de materiales encontrados, armados en pequeñas maquetas sobre islas blancas que más tarde ha llamado Nidos. Gomas, maderas, plásticos, cartón o yute que son susceptibles de convertirse en otra cosa. "Me di cuenta de que con todas esas basuras se podían gestar otras cosas, ese estado de libertad me lo dio el contexto en el que vivía, Williamsburg, y la arquitectura de Manhattan. Para mí la creación va unida a una serie de cuestiones a las que tradicionalmente no se les ha dado importancia: la maternidad, el crecimiento, la naturaleza que nos rodea, la observación, las pequeñas cosas nos brindan muchas posibilidades, desde una semilla que te alimenta, a un boceto del que sale un edificio, o una palabra con la que se construye un verso".
Escultora en el Reina Sofía
En Nueva York construyó también Sketch para soñador de islas (Gallinero) (1994) -aquí en la sala 3– para la exposición Cocido y crudo que comisarió Dan Cameron en el Museo Reina Sofía. Siguió así despegando su faceta de escultora, aunque Civera se defina, rotunda, como pintora. "Pintura fue la especialidad que cursé en Bellas Artes, aunque el profesor de escultura me insistiera en que lo reconsiderara".
Esta faceta, la de pintora, se presenta con detalle en la sala 8 de la exposición, dedicada a los grandes cuadros en los que el tema central es la mujer. Entre ellos, Saliendo del paisaje (2000) es una estupenda carta de presentación: una mujer vestida con traje, tacones y sombrero rojos camina con decisión fuera de un paisaje romántico a la manera de Caspar Friedrich. "Quise que la figura de la mujer, que siempre ha sido tratada por el hombre, saliera del paisaje masculino pisando el borde del cuadro, caminando hacia nosotros. En toda esta serie hay un diálogo entre la academia y la libertad, en ningún momento he querido representar la figura tal y como es, todo es una ficción".
A este lienzo se suman muchos otros como Ella (2002-2003), que representa a su hija, la pintora Vicky Uslé, en un paisaje de luz y sombra, con chanclas y vestido en actitud adolescente. En Túnel eterno (2001), una mujer en posición erótica muestra "ese túnel donde se genera la vida y que a la vez es un negocio. Siempre hay una pequeña doblez en mi trabajo, muy sutil, pero la hay". Y en Psss, psss… (2002-2003) los grandes cinturones son una muestra del momento social y emocional que vive junto a su hija, con una necesidad imperiosa de caminar en esa ciudad tan cosmopolita.
En esta sala encontramos también su icónica escultura Hermanas españolas (1995), dos enormes zapatos blancos convertidos en grandes vaginas, donde el cuerpo del maniquí hace de tacón. "Es como la mujer, empujando, caminando hacia delante, bailando con ritmo hacia la vida. Y el tacón es imprescindible porque es la parte de las piernas que nos ayuda a andar. He sentido muchas limitaciones en mi carrera por ser mujer, desde profesores que decían abiertamente que las matrículas y sobresalientes estaban reservadas para los hombres hasta, hoy en día, cada vez que tengo que darle instrucciones a algún oficio en la producción de una obra. Pero también ha habido excepciones como el galerista Antonio Montenegro, que a principios de los ochenta nos reunió a Maruja Mallo, Soledad Sevilla, Ángeles Marco, Susana Solano, María Gómez, Patricia Gadea y a mí".
“Quise que la figura de la mujer, que siempre ha sido tratada por el hombre, saliera de un paisaje masculino”
Continuando con nuestro recorrido, las mujeres y los paisajes siguen en la Sala 4, destinada a las obras de formato circular que tanto ha trabajado Civera, sobre lienzo o aluminio. "La espiral apareció a partir de mi embarazo. Esta sala es como una constelación, un universo que tiene en su centro el Sofá Luna, 1995-1996. La serie Radial (horizontes circulares) la empecé en Nueva York al hilo de lo esféricos que somos y de las vueltas que le damos a las cosas. La historia de la humanidad también es circular".
Con esta exposición recién inaugurada, no le importa tener un periodo de calma. En Manhattan ha dejado un tondo todavía húmedo de más de dos metros en el que representa a una mujer. Y no hace tanto de sus últimas individuales en sus galerías españolas, en Joan Prats en 2022 y en Moisés Pérez de Albéniz en 2021. En Madrid vimos también su trabajo en 2019 en Inasible, en la Real Casa de la Moneda, y dos años antes en Every Day. Ni la palabra ni el silencio en el Centro de Arte Alcobendas. Sigue pendiente la retrospectiva. La esperamos.