Hacer visible lo invisible. Revelar al mundo verdades místicas. Ser sismógrafo y espejo. La función del arte va más allá de la representación de la belleza. El arte tiene la capacidad de abordar cualquier tema, incluso de detectar aquello por venir. Este es uno de los muchos aspectos que evoca la exposición Esto no es una película. Arte contemporáneo y cine en la colección Helga de Alvear en su museo homónimo de Cáceres.
Una exposición sobre cine sin películas, sin imágenes en movimiento ni pantallas, pero focalizada en las resonancias vitales que suceden alrededor de ellas, lo que se ha denominado el campo cinemático. El cine como algo más que una convención, un cine-otro, un ejercicio de imaginación crítica.
Lo fácil hubiera sido realizar una exposición típica, llena de escenas fragmentadas, abigarrada de pantallas, proyectores, audios que se contaminan unos a otros, pero Chema González, el comisario de la muestra y jefe de actividades culturales y audiovisuales del Museo Reina Sofía, ha diseñado una experiencia metarreferencial en la que el cine se muestra como un modo de estar en el mundo, una mirada que atraviesa la dimensión social, política, mágica de nuestras existencias a través de la deslumbrante colección de la galerista Helga de Alvear.
Todo es cine, pero no todo son películas. Esta muestra nos recuerda que no podemos escapar de nuestra tradición visual
Una mirada que reniega del museo saturado de imágenes en movimiento y de su dependencia digital para expresar sobre el papel lo que sucede antes y después del celuloide. Es cierto que la exposición se completa con un ciclo titulado Películas pese a todo. Cine y vídeo en la colección Helga de Alvear e incluye proyecciones en el museo y en la Filmoteca de Extremadura durante el transcurso de la muestra. En cada lugar lo suyo.
Recorremos la planta primera del museo –un precioso proyecto de Emilio Tuñón, ganador del Premio Nacional de Arquitectura– en la que la muestra se expande a través de cuarenta piezas repartidas en seis salas temáticas y un preámbulo: Películas posibles pero inexistentes (Ignasi Aballí), el guion como dibujo (Marcel Broodthaers, Bruce Nauman, William Kentridge), los orígenes del cine como experiencia vinculada a la magia y al ocultismo (Tracey Moffatt o Sonia Delaunay), la capacidad del cine para anteceder a la historia (Fernando Bryce), el actor como materia (Andy Warhol o Luis Gordillo), el “anti-actor” (Nan Goldin y Cindy Sherman) y el proyecto de investigación de Jane & Louise Wilson sobre el filme no realizado por Stanley Kubrick sobre el Holocausto judío.
Cada una de sus piezas emana exquisitez y belleza sin rellenos ni accesorios e ilustran a la perfección la tesis curatorial. Empezando por los carteles cinematográficos situados en el vestíbulo del museo en los que Ignasi Aballí homenajea las películas no realizadas de George Perec, o la aspiración romántica a la obra de arte total del Equipo 57, una película imaginada por artistas cuyos actores son formas abstractas que interactúan secuencialmente en gouache sobre papel.
Cabe destacar algunas piezas especialmente relevantes por su factura y belleza: Laudanum (1998) de Tracey Moffatt, una serie de 24 fotograbados en los que no hay una secuencialidad explícita, pero sí cierta tentativa de montaje. A través del tableau vivant se alude al papel de la mujer en la historia. La relación entre la señora y la criada, mediada por la enfermedad, concretamente la histeria, una dolencia según Sigmund Freud propiamente “femenina” y que se trataba entonces con un opiáceo, el láudano, de ahí el título. Las imágenes están impregnadas de una atmósfera lisérgica y desenfocada que ficciona su consumo.
A esto se le añaden las cuestiones raciales, ya que Moffatt es hija de aborigen australiano, como la criada, pero educada por blancos. Técnicamente la pieza es de una factura impecable. Incide en el desenfoque en algunas zonas mediante la calidad de los gradientes grisáceos obtenidos del uso de las planchas de cobre. Las imágenes nos transportan a finales del siglo XIX; podemos, casi, sentir la rigidez de la sociedad victoriana.
Otro interesantísimo ejemplo es el trabajo de tinta sobre papel de Fernando Bryce L’Humanité (2009-2010) en el que traslada la tesis sobre cine e inconsciente colectivo de Siegfried Kracauer. En De Caligari a Hitler defiende que mediante un análisis del cine germano pueden revelarse las tendencias psicológicas de la Alemania de 1918 a 1933. Como en el filme El Gabinete del Doctor Caligari que rezuma algo macabro, siniestro y mórbido. Las películas de una nación reflejan su mentalidad, dice.
Bryce dibuja las portadas de los periódicos originales de la época junto a los carteles de las películas para poner en evidencia la similitud gestual de los protagonistas, su histrionismo o la importancia del decorado y la iluminación que más tarde construiría la identidad del régimen nazi.
Todo es cine, pero no todo son películas. Esta exposición nos recuerda que no podemos escapar de una tradición visual que construye nuestro imaginario sobre uno de los fenómenos de masas más decisivos de la historia de la humanidad. El arte también sucede en el fuera de plano, entre bambalinas, en ese terreno que parece destinado únicamente a la vida.
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