El diapasón es un intervalo sonoro específico de cinco notas, definido en términos de armonía cuya frecuencia aúna la afinación de los instrumentos. Cuando se le añade el adjetivo de “normal”, se refiere específicamente al dispositivo en forma de horquilla metálica calibrado para que al hacerlo resonar sirva de guía en la búsqueda de esta onda de sonido.
En la exposición de la artista Alex Reynolds (Bilbao, 1978) hay varios diapasones escondidos. No los vemos, pero hacen vibrar las estructuras metálicas de los paneles de la sala, dejadas a la vista. Sí los escuchamos, y podemos sentir cómo la arquitectura es una caja de resonancia. Si nos dejamos llevar, nuestros propios cuerpos también se acompasarán. Estos diapasones no están calibrados normativamente, sino que buscan el tono de la voz de Justine, una amiga del artista.
La exposición que reúne las dos últimas películas de Reynolds se podría explicar de esta manera: en un rodeo a tientas, buscando lo que escapa a la mirada. En la luz tenue de la sala, además de ese compás, lo único que se oye son las palabras y sonidos de la proyección semioculta en el centro, La mano que canta, 2021, voz también de una amiga, también de una artista, Julia Spínola, y realizada con otra amiga, la coreógrafa sueca Alma Söderberg. Alrededor, varias esculturas de manos de arcilla, algo extrañas, modeladas sin mirar intentando recordar la mano de Teo, un compañero de piso.
Así mismo se han hecho de memoria la serie de dibujos en la que la artista intenta explicar toda la serie de intrincados recorridos que hay que hacer en el Palacio de Justicia de Bruselas, ciudad donde vive, y que filmó en una obra anterior. Un pequeño vídeo nos muestra también dos manos de dos personas diferentes negociando para pelar una mandarina. Una foto, a la vuelta de un panel, muestra el detalle de otras dos manos, la de la artista y la de un gato que, en el intento de acariciarlo más fuerte, muestra sus garras.
Sonido, tacto y memoria se engarzan para formar una estructura de sugestiones sensoriales sobre el armazón expositivo. De esta forma, lenta y que casi solo roza lo visual, nos va introduciendo en otro tono. La imagen no manda. El montaje, el de la muestra y el que sustenta cada obra, revela otro: el del lenguaje encorsetado, fruto del pensamiento predefinido, que se rige prioritariamente por lo que vemos. Gracias a esta constelación de gestos hechos con seres queridos, establecida desde una práctica relacional en la que se nos invita a participar, nos vamos preparando con una nueva posibilidad de mirada a la confrontación que nos proponen los dos filmes.
[Alejandro Cesarco, mirar la palabra y escuchar la imagen]
En Segunda persona, tercera persona, 2023, una de las obras ganadoras de la convocatoria de Producción 2020 de la Fundación ”la Caixa”, la cámara se traslada por las calles de una capital, con detalles eminentemente europeos, recolectando un paisaje a veces difuso, nunca estático, en un tránsito continuo por la ciudad. El audio, oportunamente accesible por auriculares, es una selección de preguntas transcritas de las entrevistas realizadas en la Oficina Francesa de Protección de Refugiados y Apátridas.
En un instante ya no hay caricias, y nos colocamos en el lugar del que tiene que justificar su pasado, su recuerdo, a través de una interlocución seca que pone de manifiesto la violencia del lenguaje. Y no en vano, es la terminología y la burocracia con la que se encuentran miles de migrantes que buscan asilo, esas personas, esos “otros” de los que muchas veces apartamos la vista, que el propio sistema no quiere ver o esconde.
La relación con el otro, la exploración desde otros lugares que no sean desde la ambigüedad de la mirada, ha sido un tema central en la obra de Alex Reynolds. En ella se intenta romper las lógicas impuestas sobre cómo definir lo que vemos, lo que recordamos que hemos visto, dando cuenta de la incapacidad en la que somos educados dejando de lado la riqueza del sonido, incluyendo otros idiomas, o de lo táctil.
La pieza central nos lleva a esta apertura desde lo afectivo: nuevas palabras, nuevos tonos para manos que reaccionan en una casi danza a la voz, porque se extrañan, se echan de menos y se recuerdan. En el juego de nombrar intuitivamente lo que se ve, o, al contrario, de dejar modelar la palabra por los cambios de luz y sombra, se nos plantea la oportunidad del reconocimiento del otro de maneras mucho más imaginativas.
Una vez constatada esta realidad, el reto ahora sería saber si somos capaces de extrapolarlo fuera de nuestro círculo íntimo, no replicando la misma violencia “normal” de la sociedad.