Alejado del foco del mundo del arte, pero apreciado por númerosos artistas, silencioso y con las limitaciones de haber padecido una grave crisis de salud que merma sus facultades físicas, Juan José Aquerreta (Pamplona, 1946) presenta una muestra elocuente y relevante de su trayectoria en el Museo de Navarra. Es un acontecimiento que reconoce a este singular artista que obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2001.
Comisariada por Pedro Luis Lozano Uriz, esta exposición bajo el enigmático título Aquerreta… y semejanza. Heian Shodan, reúne sus pinturas, agrupadas en los géneros del bodegón, paisaje, retrato y autorretrato, así como dibujos recientes y algunas piezas escultóricas.
Con la frase “y semejanza”, artista y comisario se refieren al postulado bíblico de que los seres humanos hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Mientras que Heian shodan (Paz y tranquilidad) remite al primer kata del estilo Shotokan en karate. Conviene recordar que Aquerreta practicó karate durante años.
Sus obras predican una atemporalidad que da forma a ese abismo de paradojas que recorren su existencia
Ha manifestado que uno de sus anhelos sería pintar recluido en un monasterio, ajeno al ruido y a la furia del mundo. En realidad, algo similar hace en su modesto estudio situado en el casco viejo de Pamplona, acompañado por dos grandes iconos de Jesucristo en las paredes.
En el mismo edifico, otros pintores –José Antonio Jiménez (San Sebastián, 1950) y Diego de Pablos (Pamplona, 1973)– comparten estudios, amistad y creencias religiosas. No resulta extraño entonces que esta restringida comunidad presente sus elecciones estéticas y diálogos en otra sala del museo que constituye un contrapunto de semejanzas a la retrospectiva de Aquerreta.
La cosmovisión de creencias religiosas se afirma ya en el primer espacio que ordena el recorrido mediante dos grandes pinturas: Díptico de la Fe, 1994, y el Díptico de San Esteban, 2008, que forma parte del retablo mayor de la Parroquia de San Esteban de Gorráiz (Navarra). En el primero una trama abstracta alegoriza la fe en Cristo como valor que promete la redención. En el segundo, la fe del protomártir es otro modelo de referencia.
La planitud de las figuras y el uso de colores planos son atributos formales de la pintura religiosa y de los iconos. Ese modo formal está presente en otras pinturas de iconos presentes en la muestra y en el último periodo de otra pintora afín, Isabel Baquedano, con la que compartió docencia en la Escuela de Artes y Oficios.
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Lo sustantivo de la trayectoria de Aquerreta reside en cómo da forma a sus litigios y pulsiones sacras y profanas. Sus magníficos autorretratos, poco importa su fecha de realización, evocan una misma reducción formal y un aspecto hierático y melancólico. Tal vez cifran su intimidad doliente y su expresión meditativa. Se muestran un conjunto de misteriosos bodegones, esas “meras cosas” de reminiscencia morandiana o mattisiana, que sin poder discernir si están en trance de aparecer o desaparecer, celebran lo cotidiano.
También los fascinantes paisajes, aun en su modesta proporción, diríase que manifiestan un ascetismo de signo místico. La composición, el juego cromático y el despliegue de su vis formandi dan forma esencial y depurada a unas obras que lo hacen muy reconocible.
Cabría destacar Amor como paisaje, 1988, todo un manifiesto del principio de abstracción, o los sutiles y líricos lienzos de lugares próximos a la Casa de Misericordia, donde reside en la actualidad, pintados en el 2011 y 2012, o los de resonancia metafísica como Puente de Cuatrovientos, 2010 y 2021. Todos sus bodegones y paisajes magnetizan de modo poético nuestro juicio estético.
Hay una apertura y una experiencia de lo bello que es pasaje hacia lo inefable que está más allá de la forma y lo informe. Sus obras predican una atemporalidad, un rasgo intempestivo, que da forma a ese abismo de paradojas y crisis que recorren su existencia. La salida de ese laberinto trágico y doliente es la huida ascética y la afirmación de la fe en Cristo. En palabras de Aquerreta, “celebrar la vida solo puede ser si nos acompaña una esperanza. Una fe que nos ayude a sobrellevar las desgracias” (2007).
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La huida del esclavo de Saturrno, una serie de pinturas de los años noventa, o la pintura Apolo ingrávido, 1987, serían figuras muy representativas de su huida ascética y celebrante a la vez. Tal sería el telos religioso y poético de Aquerreta, que el comisario inscribe en sintonía con la filosofía de Schopenhauer y que cabría relacionar también con la salida a través de la fe en la salvación cristiana que afirma Kierkegaard.