De las más de 1.700 obras que alberga el Museo del Prado, El Jardín de las Delicias del Bosco es uno de esos cuadros en los que resulta imposible no pararse. Situado en una de las salas más visitadas del museo, este intrigante tríptico expone tres escenas: el paraíso terrenal y la creación de la humanidad en el lado izquierdo, la lujuria y el pecado del hombre en el medio, y el infierno en el lado derecho.
Allí, en ese submundo donde convergen el frío y las llamas, los sueños y las pesadillas, es donde se sienten atraídas las miradas de quienes contemplan una de las obras cumbre del pintor neerlandés, según el reciente estudio científico que se ha llevado a cabo en colaboración con el Instituto de Bioingeniería de la Universidad Miguel Hernández de Elche. El análisis, realizado por el grupo de Neuroingeniería Biomédica de la UMH, ha aplicado tecnologías avanzadas de investigación para profundizar en el comportamiento del público frente a la pintura de El Bosco.
Según la UMH, la tecnología empleada en el estudio ha permitido registrar la posición de los sujetos en la sala, medir el tiempo que cada persona miraba la tabla y a qué parte de la obra prestaban atención. Para ello, han utilizado gafas de seguimiento ocular en 52 personas para identificar el recorrido visual de cada una de ellas sobre El Jardín de las Delicias.
En este sentido, se ha comprobado la alteración de visionado del tríptico, cuyo recorrido visual tiene sentido de derecha a izquierda, pero que, sin embargo, en el 46% de los casos se realiza en el camino inverso, del panel izquierdo de la obra, continuando luego al central y finalizando en el derecho.
El tiempo medio de duración de la observación del público del cuadro es de 4:08 minutos
Además, se ha obtenido que el tiempo medio de duración de la observación del público es de 4:08 minutos, tiempo necesario para intentar descifrar la complejidad del "infierno musical" creado por el pintor. Y es que, en esta última tabla, es donde El Bosco reproduce el sitio al que el ser humano se dirigirá si su conducta no ha sido la correcta. Allí se dan cita la lujuria, la codicia, la avaricia, el alcoholismo, y las personas que aparecen son torturadas con los mismos elementos que les hicieron acabar allí en primer lugar, como los instrumentos musicales utilizados para la música profana.
De la vida del pintor no se sabe demasiado, lo que incrementa el misterio en torno a su figura y sus cuadros. A pesar de la extravagancia de sus obras para la época, El Bosco solía pintar para la élite de Holanda. De hecho, el Museo del Prado recuerda que una de las últimas teorías desarrolladas desde la Historia del Arte sobre este tríptico, pintado en torno a 1500, la concibe como una pieza de conversación. Al parecer, ya en el Palacio de Nassau en Bruselas, primer destino del tríptico, sus dueños lo mostraban a la élite de la época y conversaban sobre ella.
Siglos después, la conversación parece no haber cesado y cada visitante del museo parece fijarse en los mismos elementos del cuadro, buscando cómplice la mirada del hombre-árbol (autorretrato del propio Bosco), las fuentes o sus coloridos jilgueros. Esto, apunta el estudio, ha permitido generar un ‘mapa de calor’ que refleja las partes del cuadro que más llaman la atención de cada uno de los observadores.
En su obra, El Bosco, un renacentista en las antípodas de contemporáneos como Rafael o Leonardo, nos sumerge en un mundo surreal lleno de sueños, parábolas bíblicas y tradición popular que, por incomprensible, se vuelve aún más fascinante para los espectadores.