A veces la concisión es más intensa y directa que las versiones amplias y extendidas de los argumentos. En este caso, estamos ante una exposición verdaderamente profunda y reveladora que nos permite apreciar la importancia del diálogo estético de Picasso con El Greco en el despliegue del cubismo analítico.
Hace ya tiempo que se ha señalado la importancia de El Greco para el desarrollo del llamado Periodo Azul de Picasso. Pero lo que se plantea ahora en esta exposición va más allá, intentando poner de manifiesto la importancia de El Greco en el desarrollo del cubismo analítico, y situando a Picasso como eje o inventor de este movimiento. Se argumenta a la vez la importancia del pintor cretense a lo largo de toda la obra creativa del malagueño.
Se trata de una nueva pieza en un proceso desarrollado por Francisco Calvo Serraller y Carmen Giménez, que parece que tuvo su inicio hace unos ocho años. En 2022 se presentó en el Kunstmuseum de Basilea con el título Picasso-El Greco una muestra, que por el fallecimiento de del crítico e historiador del arte fue ya comisariada solo por Carmen Giménez, en la que se reunieron 80 pinturas en contraste, en las que se podía apreciar el diálogo entre ambos artistas.
Una exposición reveladora para apreciar la importancia del diálogo estético entre los dos artistas
Lo que podemos ver ahora en el Museo del Prado, concebido como un homenaje a Calvo Serraller, nos lleva a ese mismo argumento, con una presentación más sintética. Todo está reunido en un único espacio, en la Sala 9B del Edificio Villanueva del Museo.
Al entrar en ella, en la pared de gran altura que queda a nuestras espaldas se presentan cuatro pinturas de gran formato de El Greco pertenecientes a la colección del Prado: El Bautismo de Cristo (1597-1600), La Crucifixión (1597-1600), La Resurrección de Cristo (1597-1600) y Pentecostés (h. 1600).
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A continuación, entramos en un juego de contrastes, la comparación entre las obras, todas ellas de medio formato y colocadas juntas, que así permiten apreciar los ecos y diferencias entre ambos artistas. En la pared que al entrar queda a la izquierda vemos San Pablo (h. 1585) y El aficionado (1912). Y en el muro de enfrente: San Simón (1610-1614), Tocador de mandolina (1911), San Bartolomé (1610-14), Acordeonista (1911), San Juan Evangelista (1610-14), Hombre con clarinete (1911-12). En el caso de El Greco, retratos de apóstoles, en el de Picasso pinturas cubistas.
Como complemento a las obras del El Greco y Picasso hay también una vitrina con un conjunto de documentos que acreditan la relación del segundo con el Museo del Prado. A lo largo de su trayectoria siempre mantuvo un diálogo intenso con los maestros o referentes del arte del pasado. Con apenas 17 años, estudiando en Madrid en la Escuela de Bellas Artes, el Museo del Prado se convirtió para él en un lugar de visita continua, donde dibujaba y copiaba las obras expuestas.
En la vitrina de documentos aparece en el “Libro de copistas” (1897), la inscripción Ruiz Pablo 677. En un dibujo de 1898-1899, Picasso escribió: “Greco, Velázquez inspirarme”. Y en otro dibujo de 1899 anotó: “Yo El Greco”. El Greco y Velázquez como referentes centrales de Picasso.
En todo caso, el diálogo con las obras y artistas del pasado fue en todo momento mucho más amplio, variado y muy intenso, como pudo apreciarse en la exposición Picasso y los Maestros, que se presentó en París en 2008. La lista de los 27 maestros, antiguos y modernos, convocados en ella a la reunión con Picasso, es sumamente expresiva e impresionante: Lucas Cranach, Tiziano, El Greco, Dubois, Ribera, Poussin, Velázquez, Zurbarán, Le Nain, Rembrandt, Mazo, Murillo, Meléndez, Chardin, Goya, Ingres, Delacroix, Courbet, Puvis de Chavannes, Manet, Degas, Cézanne, Renoir, Rousseau, Gauguin, Van Gogh y Toulouse-Lautrec. Y Picasso entre todos ellos.
Picasso tenía un ojo enciclopédico, su profundo conocimiento de toda la pintura sirvió para recrearla en su propia obra
Ciertamente, el diálogo central de Picasso con El Greco y Velázquez, que tuvo su inicio en 1897, se mantuvo firme hasta el final, como puede apreciarse en las firmas El Greco, Rembrandt y Velázquez, que incluyó al dorso de su cuadro El mosquetero, pintado en Mougins en 1967.
La relación con los referentes artísticos del pasado nos muestra hasta qué punto carece de fundamento uno de los tópicos más absurdos y repetidos sobre Picasso: su supuesto carácter intuitivo, impulsivo, primario… Picasso era un intelectual vitalista, un hombre de una agilidad conceptual vertiginosa, capaz de asimilar para su propia obra todo lo que le rodeaba.
Y, de un modo especial, poseía un conocimiento exhaustivo de la historia del arte en todas sus facetas y etapas y, muy en particular, de la historia de la pintura, atesorada en su memoria, y con la que no cesó de dialogar a lo largo de toda su trayectoria. Tenía un ojo enciclopédico, su mirada fue capaz de proyectarse en el conocimiento profundo de toda la pintura, no a la manera de un erudito académico, sino para recrearla en su propia obra, para innovar.
Picasso buscaba en todo momento situarse en un plano artístico de individualidad diferenciada. En 1964 afirmó: “Cuando pinto, trato siempre de dar una imagen que la gente no se espere y que sea lo bastante abrumadora para ser inaceptable. Eso es lo que me interesa”. Estas palabras, recogidas por Françoise Gilot, una de sus mujeres, en su libro de recuerdos Vivir con Picasso, sitúan bastante bien la dinámica interior de su trayectoria artística.
No quería ser asimilado con un estilo o una escuela, buscaba en todo momento la innovación, lo inesperado. Son tantos los tópicos que se han ido acumulando sobre su figura, entre la reverencia beata y la banalidad, que todavía hoy algunos aspectos o dimensiones de Picasso siguen siendo desconocidos. Son muchas las facetas relevantes de su obra y de su personalidad que quedan por analizar e interpretar.
Esta muestra excelente sobre Picasso, El Greco y el cubismo analítico nos sitúa en esa dirección. Como señala Carmen Giménez en el catálogo, la proximidad entre ambos artistas tiene su eje central en una cuestión concreta: “Su singularidad y gran variedad estilística fueron rasgos que ambos artistas compartieron”. Ahí nos lleva esta sugestiva exposición: al espejo en el contraste de las obras y actitudes de estos dos artistas intensamente singulares. El gran arte es, sobre todo, singularidad.