La frase “Revolución, cumple tu promesa”, esgrimida en un cartel por la activista mexicana Margarita Robles de Mendoza frente a la Cámara de Diputados de México en 1936 para exigir el voto femenino, luce ahora transcrita en pan de oro en el vestíbulo del Museo Helga de Alvear. La exposición se inspira para su título y articulación en otra de las 100 obras de arte imposibles de Dora García: Escribir todos sus nombres.
Ante el encargo de comisariar una exposición de artistas españolas en la colección Helga de Alvear, Lola Hinojosa, conservadora en el Museo Reina Sofía, inmediatamente se dio cuenta de la imposibilidad de incluirlas a todas. Y, dada la prevalencia de la abstracción formal en esta rica colección, se ha subrayado la necesidad de hilvanar un guion lingüístico y poético que ha resultado muy eficaz.
Mientras el imperativo de inscribir a todas las artistas en el relato de una historia del arte –que a menudo las continúa ninguneando y excluyendo-, palpita en el corazón feminista de esta muestra, la metáfora de la escritura mediante signos formales, numéricos o notas musicales en diálogo con la naturaleza y la ciudad, la memoria y la biografía, proporciona una firme urdimbre para articular tres generaciones.
La serie de variaciones de azulejos lisboetas de Soledad Sevilla merece por sí sola la visita a esta exposición
De manera que las artistas que nacieron en los años treinta –en torno al sufragio femenino y la posterior guerra civil en España-, y comenzaron a afirmar su propio lenguaje en los años sesenta, dan paso a las nacidas durante esta década que se darían a conocer tras la Transición democrática. Todas conforman una serie de apuntes para un relato plausible sobre su interés por lenguajes formales, medios y referentes semánticos, que recoge, en conjunto, a quince españolas y residentes en nuestro país con medio centenar de obras, la mitad nunca antes mostradas desde su adquisición.
La perspicacia del ojo crítico de Helga de Alvear, adiestrado durante medio siglo, asegura la excelencia y peculiaridad de las piezas en esta muestra, que viene a poner orden planteando una cierta cartografía, ampliable a otras artistas que no están, frente a las habituales exposiciones individuales que enfatizan singularidades excepcionales.
En este sentido, es muy interesante el diálogo numérico y musical que se establece entre el mar de los números primos de Esther Ferrer, artista performancera ligada a la poética de John Cage, y Elena Asins, también fascinada por el Libro de las mutaciones o I Ching y a menudo inspirada en Mozart para la música sorda de sus líneas y estructuras, según sus amigos músicos contemporáneos como Luis de Pablo.
Así como, trasladado a un plano material, el inesperado pero más que elocuente encuentro entre los macramés de Aurelia Muñoz, con los que llegó a plantear partituras musicales habitables, y las fotografías performáticas de la serie Pequeño teatro de derivas de Eva Lootz, con la imagen pregnante de título irónico Ella vive en el traje que se está haciendo.
[Sandra Guimarães será la primera directora del Museo Helga de Alvear]
Aunque la reciente serie de Soledad Sevilla, Los días con Pessoa, con más de 170 variaciones de los azulejos de las fachadas lisboetas, merecería por sí sola la visita, se ve bien acompañada aquí por la escritura en los muros de Nueva York que impresionaron a la argentina Sarah Grilo antes de instalarse en nuestro país y por las pintadas con versos de los cantautores Lluís Llach y Raimon anunciando la recién conquistada libertad en la Memoria de Barcelona 1977 de la fotógrafa brasileña Vera Chaves.
De la escritura democrática en la ciudad a la inscripción íntima del paisaje, otras dos decanas, Carmen Laffón, con una gran pintura de las salinas de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, y Susana Solano, con un enorme cesto de mimbre realizado por artesanas en Madeira, escriben sus misivas entre la figuración y la abstracción, la biografía y las tradiciones ancestrales.
Umbrales de resonancias arqueológica y primitiva en la pieza de Cristina Iglesias, sobrepasados por la reconquista de la naturaleza sobre restos de lo humano en las Huellas procedentes del futuro de Montserrat Soto.
En cuanto a la memoria, hay una exquisita contraposición cromática entre los papeles de composición geométrica, erosionados por el sol californiano de la vasca Erlea Maneros Zabala, y los armarios ensamblados de Ángela de la Cruz, con una carga psicológica que enlaza muy bien con la proyección fantasmática de la serie de fotolitos Escenas sobre la familia de Eulàlia Valldosera, pieza poco conocida con la que ahonda en la raíz donde habitan las tinieblas.