'Política hidráulica', 2007. Foto: Archivo fotográfico Museo Reina Sofía

'Política hidráulica', 2007. Foto: Archivo fotográfico Museo Reina Sofía

Arte

Ibon Aranberri, obras que se transforman en el tiempo y el espacio

El Museo Reina Sofía recorre la trayectoria del artista en una exposición no cronológica, la más completa hasta la fecha.

27 diciembre, 2023 01:53

Formado internacionalmente en ámbitos como la arquitectura, la escultura o el diseño, Ibon Aranberri (Itziar-Deba, Gipuzkoa, 1969) podría catalogarse como un artista liminar, que ha abordado una desmaterialización de la forma escultórica, ampliando límites y estableciendo una frontera difusa entre escultura y documento.

Ibon Aranberri. Vista parcial

Museo Reina Sofía. Madrid. Comisarios: Manuel Borja-Villel y Beatriz Herráez. Hasta el 11 de marzo

Presente en citas como Manifesta 4 o Documenta 12, su trabajo ha sido objeto de exposiciones en la Kunsthalle Basel, la Fundación Antoni Tàpies, Vienna Secession o el Museo Reina Sofía. Si en 2010 ocupaba la Abadía de Santo Domingo de Silos con Gramática de meseta, ahora despliega Vista parcial en la tercera planta del Edificio Sabatini, una coproducción con Artium que es, hasta la fecha, la mayor revisión que se ha hecho de su trayectoria.

Comisariada por Manuel Borja-Villel y Beatriz Herráez, comenta el artista que la organización interna de esta exposición no arranca desde una línea cronológica, sino más bien desde una idea fenomenológica. Afloran de este modo conexiones entre proyectos de gran calado, como Zulo Beltzen geometría (2019), Mar del Pirineo (2006), Gramática de meseta (2010), Política hidráulica (2006) o Exercises on the North Side (2007), que van dejando espacios para piezas que funcionan a modo de conector, aliviando la visita a través de gestos cuya carga poética termina por democratizarla.

Resulta gratificante recorrer estas salas y entender la importancia de un proceso abierto, que muta en el espacio

Es el caso del conjunto de diapositivas Mirando Madrid desde la distancia (2000), Naranjas (1994), Home & Country (2018) o Firestone (1997). Todas ellas acompañan aquí a algunos proyectos ya históricos, pero lejos de rellenar espacios, se convierten en acentos que suponen puertas de acceso a un hacer que por veces agradece esos aliviaderos que ayudan a construirlo.

La práctica de Aranberri deja además interesantes casos de trabajo de campo, de salidas a un medio natural atravesado por infraestructuras que, en el caso del País Vasco, se han desarrollado en un escenario político de gran tensión, configurando la memoria de un proceso de enorme conflictividad. Es el caso de Contraplan (1996), una serie de grabaciones realizadas desde una autopista, con los monocultivos de pinos como fondo, que uniformizan y recortan la línea de horizonte; o de Luz de Lemóniz (2000), a propósito del proyecto inconcluso de instalación de una central nuclear en la costa vizcaína.

'Modelos y constructos',  2014. Archivo fotográfico Museo Reina Sofía

'Modelos y constructos', 2014. Archivo fotográfico Museo Reina Sofía

En 2011, ocupando la imponente sala central de la Fundación Tàpies, Aranberri proponía la reunión de un amplio conjunto de sus trabajos producidos hasta la fecha. Lo hacía bajo el título de Organigrama, y establecía un sistema de divisores que le permitía compartimentar el espacio. Esas estructuras, que un año antes habían armado el dispositivo de Gramática de meseta, se convertían en una solución desde la cual tejer un modelo de revisión que permitía un constante solape visual entre sus diferentes proyectos. Es curioso entender cómo ahora esas mismas estructuras se despliegan al final de esta exposición, de manera autónoma, reforzando las nociones de fragmentación y desplazamiento que arma esta Vista parcial. Pensar detenidamente en el proceso de activación en tres tiempos y en la función cambiante de su naturaleza, supondría un ejemplo bastante claro de lo que implica el pensamiento artístico de Ibon Aranberri.

Estamos ante uno de esos artistas cuya asidua presencia en muestras de colección no ha permitido en demasiadas ocasiones disfrutar de su trabajo en toda su amplitud. Por eso ahora, resulta gratificante recorrer esas salas y entender la importancia de un proceso abierto, que muta y se resignifica a medida que el espacio y los tiempos lo establecen. A riesgo de que suene extraño, hay algo en Ibon Aranberri que consigue aislar esa idea de pertenencia a un contexto o a un modo de hacer.

[Ángel Bados y Txomin Badiola, una manera de estar en la escultura]

Existe un componente lírico que es el que lo mueve a practicar un hueco en el cierre de una cueva a los pies de Aránzazu para permitir la libre circulación de los murciélagos, ese mismo que lo llevó a recoger el pasado verano en Cantabria un conjunto de herramientas de labranza en desuso, o el que ha definido que sea sobre esos tres pilares que enmarcan los ventanales que dan al jardín del Edificio Sabatini, donde se disponga un conjunto de fotografías de los relieves de la escultura en bronce de Unamuno. Dudo que sea aleatorio el hecho de haberlas situado justo allí, conectadas visualmente con uno de los parterres intervenidos por la artista Alejandra Riera en 2017.

La de Aranberri es una exposición que, por la densidad y el provecho que logrará extraer cualquier visitante activo, guarda agradables resonancias con las que tanto Riera como Pedro G. Romero presentaron recientemente en esos mismos espacios. Quizás su gran mérito sea, hoy, el de continuar trabajando desde un lugar de pensamiento que no ha derivado en soluciones formalmente descifrables.