Lejos de lo que pudiera parecer, en este ARCO 2024 dedicado al Caribe no encontraremos palmeras ni playas, ni nada que nos remita al placer o al turismo. Se han esmerado mucho en romper los convencionalismos de los tópicos para centrarse en lo más profundo, que es la piel, y nos referimos a la que cubre la sección dedicada al Caribe, llena de colores carne y granates abiertos en canal, como heridas.
Pero antes de llegar ahí, un breve paseo por los pabellones 7 y 9 de Ifema. Se consagra la pintura como flamante triunfadora de la feria, en grandes formatos de pinceladas expresivas y espontáneas de grandes nombres como Luis Gordillo o Juan Uslé, que parecen estar por todas partes.
Las vibrantes composiciones de Peter Halley en Galería Senda, esta vez con acuarelas realizadas a mano pero sin perder su vibración cromática junto a su primera y única incursión en el vídeo (del que hay una escasa representación en la feria) o Miguel Marina en Nordés, que se ha pasado a los grandes formatos introduciendo gamas de color que rompen su antigua austeridad casi monocromática.
Mucho flúor por parte de Jason Martin en Forsblom y Gerold Miller en Casado SanPau. También hay representación monocromática, como Álvaro Negro en F2, Elena Asins en Freijo en diálogo con Ode Bertrand o Nicolás Ortigosa en MPA; sin olvidar los clásicos, que cada vez reducen más su presentación en ARCO, como un bellísimo María Blanchard en Leandro Navarro, junto con históricos como Joan Miró o Fernando Zóbel además de los Tàpies de la galería Mayoral o la excelente propuesta de Cayón con Miró, Juan Giralt o Mel Bochner.
No debemos dejar de lado el latido emigrante de Guadalupe Maravilla en Mor Charpentier, que evoca con sus altares pictóricos el duro proceso del migrante y que compone como un ejercicio de sanación y esperanza para los futuros emigrantes en piezas impactantes y atávicas.
Si ustedes entran por el pabellón 9 lo primero que deben de hacer es mirar al techo, donde encontrarán la imponente instalación de Olafur Eliasson de la mano de Neugerriemschneider y Elvira González con Your imaginary future (2022), un gran espejo iluminado que refleja el reverso de la realidad.
Un poco más lejos, en la esquina del pabellón, las intrincadas cosmogonías escultóricas de Elena Aitzkoa con Rosa Santos. También podemos ver en Travesía Cuatro una espectacular obra de Teresa Solar —a quien también podemos disfrutar en el CA2M con una exposición individual— o una gran escultura de Francisco Leiro en la entrada de Marlborough, pero no se pueden perder la pieza escultórica revelación de la feria, la que presenta José de la Mano, del artista Rodrigo.
[ARCO 2024 navega en las corrientes caribeñas]
Una escultura homoerótica donde un hombre contiene a otro en su interior, de un realismo impactante, cuyo corazón está iluminado y parece latir. Esta pieza, Manuel (1977-1983), ya fue expuesta en ARCO 1983 causando un gran revuelo y en esta edición todo apunta a que también va a ser de lo más destacado de la feria.
También hay que destacar las prospecciones geotécnicas de Carlos Irijalba, en las que utiliza piedras encapsuladas de 35 millones de años en su pieza Pannota, en el stand de Juan Silió. En este caso las piedras pertenecen a un antiguo mar que subyace bajo los estratos de tierra de la provincia de Navarra y cuyo compuesto principal es la sal, e Irijalba compone figuras geométricas con las rocas.
No olvidemos tampoco la propuesta de Prats Nogueras Blanchard junto a Bombón, que nos traen un proyecto de artista dedicado al artista conceptual Josep Ponsatí, que se encuentra en el pasillo que une ambos pabellones con una escultura hinchable de los años 60, o la propuesta de Sabrina Amrani de Josep Grau Garriga, unos bellos tapices en materiales naturales.
Llegamos al espacio caribeño comisariado por Sara Hermann y Carla Acevedo-Yates y diseñado por Ignacio G. Galán, Álvaro M. Fidalgo y Arantxa Ozaeta, que se ha inspirado en las pieles que se despellejan, en las cicatrices y las heridas que representan un Caribe diferente a la mirada eurocéntrica.
Los espacios están envueltos de texturas rosas y granates que recorren los 800 metros del espacio expositivo en diagonales y líneas curvas donde podemos ver lo más selecto del arte caribeño, como el trabajo de Isaac Julien o Glenda León.
Cuando entras por la puerta principal te ofrecen helado realizado con agua salada del mar Caribe. La propuesta se titula La orilla, la marea, la corriente: un Caribe oceánico y pretende contener países tan diferentes como Haití, Bahamas, Panamá y República Dominicana.
Un primer chapuzón refrescante, sin la figura de Juana de Aizpuru por primera vez, pero con piezas de calidad y poco riesgo en general, donde imperan los grandes formatos y los nombres consagrados.