Como cada año, al finalizar el invierno, el barrio de Lavapiés y las localidades de Colmenar Viejo, Leganés o El Molar, en Madrid, se visten de flores. Habrá quien aún no conozca la Fiesta de las Mayas que desde el siglo XV celebra la llegada de la primavera. Declarada Bien de Interés Cultural y enmarcada en las fiestas de San Isidro, esta tradición se representa a través de la imagen de niñas y jóvenes vestidas con trajes coloridos que se sitúan en altares en los que se disponen diversos motivos vegetales a modo de ofrenda a la naturaleza y a la nueva estación del año.
Convencida de que todos necesitamos belleza a nuestro alrededor, la nueva exposición de la artista Lita Cabellut (Sariñena, Huesca, 1961) en la sede madrileña de Opera Gallery gira precisamente en torno a este ritual de origen folclórico y pagano. Bajo el título La niña en la mirada, la artista reúne 13 pinturas en las que rinde un sincero homenaje a esta tradición que se ha celebrado en Europa durante siglos. “Conocí esta fiesta gracias a una señora mayor que me habló de ella. Es una celebración que consiste en hacerle ofrendas a la madre tierra”, recuerda Lita Cabellut.
“En las últimas décadas hemos maltratado a la naturaleza y me pareció una tradición muy bonita que guarda mucha verdad. No es una fiesta hecha por intelectuales ni políticos sino que surge de la necesidad misma de la gente”, apunta. Aunque en España las primeras referencias a la Fiesta de las Mayas se encuentran en las cantigas de Alfonso X El Sabio, se cree que su origen se remonta a los romanos.
Esta exaltación de la primavera, de sus colores y los frutos propios de la estación fue tan popular que incluso autores como Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca se hicieron eco de ella en diversas obras.
Los retratos de medio y gran formato que Lita Cabellut expone muestran el dominio del color y una compleja composición que atraviesa toda su trayectoria. Las figuraciones están, en términos de Cabellut, “deconstruidas” y luego desgarradas revelando un fondo que no se llega a ver del todo. Pero más allá de la celebración, los niños que protagonizan estas piezas son alegorías de la libertad, el juego, la ironía y la capacidad de asombro que los adultos van perdiendo con el paso del tiempo.
En todo el trabajo de Cabellut el color adquiere un papel protagonista y a través de él trata de encontrar la forma final de la obra. Habitualmente, cuenta, primero se dibuja y después se pinta, aunque en su caso el proceso es precisamente el contrario: “Primero pinto y luego dibujo. La composición y la estructura en el lienzo, las divisiones entre los espacios y los colores son más importantes que el dibujo. Es el color lo que me dicta quién tiene que representarlo”, asegura.
Así es como primero llega el vestuario, en este caso representado por mantillas que la artista ha adquirido en Madrid y unos vestidos voluptuosos y con un cierto aire goyesco, para dar paso, más adelante, al modelo. “Un azul transmite una emoción y el rostro que lo protagonice tiene que representarla”, matiza.
En los retratos de La niña en la mirada, Cabellut se detiene en la piel de estos rostros jóvenes llenos de pureza y en unas miradas que, de alguna manera, piden que nos asomemos para entablar una conversación. Las niñas que protagonizan este trabajo son de diferentes procedencias y para llegar hasta ellas la artista contactó con una agencia de modelos holandesa.
Cabellut quería hablar de la universalidad de la juventud y con este objetivo, la artista hizo una primera selección en busca de los rostros que mejor podrían sostener cada una de las obras. “Me gustan las caras vívidas con miradas que me intrigan e invitan a adivinar qué han visto esos ojos”, apunta Cabellut.
"Inmersos en medio de dos guerras, necesitamos la primavera y pasear con lo que es más importante: la juventud y la naturaleza"
Entonces comienza una nueva etapa en su proceso de trabajo: “Primero veo en persona a los niños y hablo con ellos. Este es un momento muy importante porque antes de empezar necesito saber si se fían de mí porque voy a pintar sobre ellos. Por supuesto, es una pintura comestible, no les va a pasar nada, pero entra en juego la confianza”, señala.
Esta confianza ha dado como resultado una serie de retratos que nacen con la intención de saludar a la primavera y, que de alguna manera, recuerda a la tradición de las diosas Kumari de Nepal y a las Madonas de Sudamérica. “Enfocar la mirada a la luz, al color, a la vida. La vida es una fuente de reconstrucción de nosotros mismos. Estos retratos son, en estos tiempos difíciles, la motivación y el impulso para observar la belleza y el inicio de la vida con mucho detalle”, apunta Cabellut.
Goya, espejo de la sociedad
De origen humilde, Cabellut nació en Sariñena (Huesca) en el seno de una familia con pocos recursos. De pequeña deambulaba por las calles de Barcelona y entretenía a los turistas. La muerte de su abuela la condujo a una nueva vivencia en un orfanato del que pudo salir gracias a una familia burguesa que la adoptó a los 13 años. Cabellut comenzó entonces a recibir una educación que le facilitó el acceso al mundo del arte.
En este contexto, la joven visitó el Museo del Prado, donde tuvo una epifanía y al instante supo que el arte sería troncal en su vida. Así es como Goya se convirtió en su guía espiritual, en una referencia que no la ha abandonado nunca. A los 19 se trasladó a Ámsterdam para estudiar en la Gerrit Rietveld Academy, donde comenzó su trayectoria artística. De allí recaló en La Haya, donde vive y trabaja junto a un canal.
Sus días giran en torno a su taller, situado en el mismo edificio en el que vive. Muchas mañanas, cuenta a El Cultural, baja en pijama y con un café en la mano con la intención de echar un simple vistazo. Sin embargo, no consigue salir de allí hasta pasadas unas cuantas horas.
Este taller es el escenario en el que se crean todas las obras que se pueden ver en Opera Gallery pero también las que se podrán ver el próximo mes de octubre en la Academia de Bellas Artes de San Fernando: un homenaje a los Disparates de Goya. Con un predominio absoluto de diferentes tonalidades de blanco, gris y negro, es una reinterpretación de uno de los trabajos más conocidos del artista del siglo XVIII.
Trabajar en estos dos proyectos en paralelo le ha dado cierta estabilidad emocional. “Si solo hubiera pintado La niña en la mirada estaría muerta de ternura y si solo me hubiera centrado en los Disparates de Goya estaría horrorizada con la brutalidad del ser humano”, considera.
La obra de Goya sigue siendo universal y los temas que aborda no suenan demasiado lejanos. “Todos estamos en estado de inmigración, los horizontes han cambiado. Nos ahogamos en la soledad, en la incertidumbre, en el miedo y en el fracaso”.
Para Cabellut, en Goya están representados todos los problemas más cercanos de nuestra sociedad. “No hemos cambiado desde entonces, no hemos aprendido a mirar la vida con los ojos amplios. Estamos igual que cuando Goya pintó los Disparates”, sostiene. Por eso, precisamente ahora, “inmersos en medio de dos guerras, necesitamos la primavera y pasear con lo que es más importante: la juventud y la naturaleza. Sin estas dos cosas —concluye— el futuro está muy oscuro”.