La historia de la mafia en Italia a menudo se recuerda en blanco y negro. El color es demasiado doloroso. "Miro mis fotografías y solo veo sangre, sangre y sangre. Pensé en prenderles fuego", dice Letizia Battaglia en el documental La fotógrafa de la mafia (Kim Longinotto, 2019). Battaglia, fallecida en 2022, era la primera que llegaba a la escena del crimen después de que la mafia hubiese matado a alguien.
La violencia en el sur de Italia en la década de los 70 era algo cotidiano. "Así eran las cosas en Palermo. Como una guerra civil. Mis archivos están llenos de gente muerta", relata. Aun así, la fotógrafa jamás llegó a acostumbrarse a ver a hombres, mujeres y niños asesinados todos los días, en todas partes.
La muestra fotográfica Palermo Mon Amour, en el Instituto Italiano de Cultura de Madrid, que forma parte de PhotoEspaña 2024, recoge una pequeña parte de este archivo, así como el de los fotógrafos italianos Franco Zecchin, Enzo Sellerio, Fabio Sgroi y Lia Pasqualino, para hacer una declaración de amor a una ciudad tan humana y contemporánea en sus contradicciones.
Al entrar en la exposición, el retrato de una niña con una bolsa de pan, tomada por Battaglia, da la bienvenida. A su lado yacen las imágenes de dos cadáveres. Sus títulos: "Ha sido asesinado mientras iba al garaje a coger el coche" y "Letizia Battaglia en el lugar de un homicidio", de Franco Zecchin. En esta última, la fotógrafa aparece agazapada, casi al nivel de la víctima, con semblante serio. Rodeada de compañeros de profesión, es la única que mira al hombre que acaba de ser asesinado.
En la pared contigua, un primer plano capturado por Battaglia del feroz jefe mafioso Leoluca Bagarella. "Para fotografiarle me acerqué, porque siempre utilizo el objetivo gran angular, y él estaba furioso, tenía las manos bloqueadas por las esposas y estaba siendo arrastrado por los carabinieri. Cuando aparecí delante de él con mi cámara, enfurecido intentó darme una patada y me caí hacia atrás, pero ya había hecho la foto", relata la fotógrafa en el libro Llevo el mundo dondequiera que esté.
Battaglia, una de las primeras mujeres fotorreporteras de Italia, cogió la cámara tarde, a los 40 años, para liberarse de un matrimonio violento, pero rápidamente se convirtió en una de las cronistas más importante de las guerras entre mafias. Por su trabajo en L'Ora, periódico local de Palermo, tuvo que mostrar el reino del terror que había instaurado la Cosa Nostra, pero eso no le impidió desarrollar una sensibilidad fotográfica hacia mujeres, niñas y niños sicilianos que sufrían injustamente las consecuencias del conflicto.
Por eso, la fotógrafa también se enfocaba en el ambiente alrededor de los asesinatos: los familiares que llegaban a buscar a sus seres queridos y las muchedumbres que se formaban detrás de los cordones policiales. Así como Franco Zecchin, amigo de Letizia, y Fabio Sgroi, quienes también pusieron el foco en las manifestaciones estudiantiles y el movimiento cultural opositor a la mafia. Incluso llegaron a fotografiar a los extras de El Padrino III, película que Coppola rodó en Palermo en 1990.
Todos ellos retrataron los agitados años setenta, ochenta y noventa, en los que estalló la "segunda guerra de la Mafia", que, a diferencia de la "primera" guerra de los años sesenta, produjo 1.000 víctimas entre 1978 y 1984.
Muchos de los asesinados no solo eran miembros de la mafia o civiles, sino también jueces, fiscales y hasta políticos. Porque, de forma paralela a la guerra dentro del núcleo mafioso, se desarrolló también una guerra contra el Estado. En la exposición, una fotografía de Zecchin muestra a los jueces anti-mafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino en la conmemoración del asesinato del general Carlo Alberto dalla Chiesa en 1984.
Solo siete años después, ambos murieron asesinados en el atentado terrorista que removió los cimientos de todo el país y supuso un cruento golpe para el gobierno que combatía el crimen organizado. Sobre el terrible suceso, la exposición muestra la imagen de un superviviente: un gato herido por la explosión, tomada por Zecchin.
El atentado supuso un antes y un después también para Battaglia, que colgó la cámara y decidió no volver a fotografiar más crímenes. Su última imagen de la mafia es el retrato de Rosaria Schifani, viuda de Vito, uno de los tres agentes de policía asesinados en el atentado hacia los políticos.
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La "guerra" fue consecuencia de una importante inestabilidad en el seno de la organización mafiosa, convulsionada por los nuevos y enormes beneficios del tráfico internacional de heroína y por las ambiciones hegemónicas de los Corleonesi, la familia mafiosa liderada por Salvatore "Totò" Riina (de la ciudad de Corleone) que movían los hilos de la ciudad de Palermo.
Allí se instauró la Ley del Silencio, nadie veía ni sabía nada. La Sicilia rural vivía sometida al crimen y los abusos, incluidos los de policías y patrones."Italia se ha acostumbrado al ruido de fondo de la mafia como al del tráfico", asegura el periodista y corresponsal Íñigo Domínguez en Paletos salvajes (Libros del KO, 2019). En muchas localidades y barrios de Palermo, el mafioso del lugar era una figura tan reconocible como el cura o el boticario. A pesar de que muchos de los mafiosos eran campesinos, incluso analfabetos.
Ese Palermo rural de posguerra se aprecia en las fotografías de Enzo Sellerio, tomadas en las décadas de los cincuenta y sesenta. Partinico, una localidad al norte de Sicilia, es la protagonista de sus imágenes, que miran a las mujeres campesinas, a los niños desnutridos y a la pobreza de una ciudad en ruinas.
Inspirada en la novela de Marguerite Duras, Hiroshima Mon Amour, la muestra converge entre la crudeza y la inocencia de esos años convulsos y negros, haciendo un fiel retrato de una ciudad en la que nada nunca se detiene.